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Cultura  |  04 julio de 2022  |  12:00 AM |  Escrito por: Administrador web

Los misterios del Watergate: Historia de una farsa periodística

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Gloria Chávez Vásquez

Corría el mes de junio de 1972 y un joven graduado en leyes y aprendiz en Washington D.C. escuchaba, fascinado, una noticia: Cinco sospechosos arrestados por allanar la sede del Democratic National Committee, situada en el edificio Watergate. Lo que vino después, fue una cadena de artículos publicados en el Washington Post y replicados nacional e internacionalmente, que se tradujo en el escándalo político más insidioso en la historia de los Estados Unidos.

 El reportaje investigativo provocó una inquisición televisada, agudizó la paranoia en la capital norteamericana y creó la confusión en el resto de la nación. Para cerrar con broche de oro, mandó a la cárcel a 40 miembros de la administración Nixon y la humillante renuncia del presidente.

Una cocina demócrata

El periódico y sus reporteros, Bob Woodward y Carl Bernstein ganaron el premio Pulitzer (1973) por haber destapado la olla. Su libro All the President Men (1974) apareció por meses en la lista de bestsellers del New York Times y Hollywood los glorificó con un Oscar por la película del mismo título (1976). Era como haberse ganado la lotería. El escándalo les dio toda la fama y el poder que una persona podía desear. El periodismo nunca sería igual. De ahí en adelante los demás periodistas aspirarían al mismo éxito: gloria, fortuna y status de intocable. Había nacido el periodismo partidista. 

Antes del Watergate, el Washington Post era un periódico mediocre, de circulación anémica y mínima influencia política, considerado “una cocina demócrata” por los republicanos. Todo cambió, (aunque no sus métodos), cuando Ben Bradlee, su editor, asignó el reporte del allanamiento, a Woodstein (seudónimo usado para firmar los artículos por Woodward y Bernstein). Woodward de 29, llevaba tan solo un año en la redacción cuando fue contactado por un alto funcionario del FBI con información confidencial. Para mantener su fuente anónima, le puso el mote de Deep Throat (Garganta Profunda).  

Como consecuencia del reportaje que duró más de un año y produjo tres mil artículos, el WP se convirtió en líder y símbolo del periodismo investigativo a nivel internacional. Su valor en el mercado se disparó, de unos cientos de miles, a billones de dólares y en poco tiempo se transformó en una multinacional. Woodward y Bernstein pasaron a ser máxima autoridad en el campo de la política, emitiendo sus opiniones en prensa, radio y televisión a cambio de jugosas sumas. El poder político del periodismo se elevó a su máxima potencia.

El abogado investigador

En 2002 el joven becario testigo del torrente del Watergate, era ahora un prominente abogado en San Francisco. John O’Connor no solo recordaba todos los detalles, sino que durante su vida profesional había tomado nota cuidadosa de las causas y los efectos del histórico escándalo. En su lectura y análisis del libro y los artículos escritos por Woodstein, no solo dedujo la identidad del “soplón”, sino que estaba convencido de que el Washington Post y los reporteros habían vendido al público una narrativa falsa.

Ese mismo año, por casualidad, conoció en una fiesta, a uno de los familiares del sospechado informante de la historia del Watergate. Ya anciano, W. Mark Felt ex funcionario No. 2 del FBI, contrató a O’Connor para hacer públicas su identidad y motivaciones en el Watergate. La condición era hacerlo a través de Woodward y el WPost. Sin embargo, la actitud inesperada, renuente y despectiva de Woodward y el periódico, (Bernstein se había independizado en 1977) y la frágil salud de Felt, obligaron a O’Connor a publicar un artículo para Vanity Fair en junio del 2005, revelando que su cliente era Deep Throat. Aunque Woodward respondió con un libro, The Secret Man (2005), justificando su relación con Felt, O’Connor dudó de la sinceridad de sus intenciones.   

Años más tarde, después de la muerte de Felt, convencido de que sus amigos periodistas lo habían traicionado, O'Connor publicó su libro Postgate, (2018) describiendo los frustrados intentos de 3 años para obtener la cooperación de Woodward y del WPost. Era obvio que tanto el periódico como los reporteros le debían su fama y fortuna a Mark Felt y que, más que descubrir el Watergate, el WPost y sus periodistas lo habían encubierto. Si hubieran contado la verdad, la historia hubiera sido más simple y fácil de entender.

En su libro reciente, Los Misterios del Watergate, ¿Qué sucedió realmente? (2022) O’Connor revela como el Washington Post perpetró la desinformación para servir una agenda política. En un acto de amarillismo, los periodistas y su editor desviaron la atención de la viga en el ojo del Watergate y crearon una cortina de humo. Tratando de proteger a alguien, demonizaron a Nixon y enfocaron la investigación en las grabaciones de conversaciones ajenas, una práctica rutinaria en Washington. Luego acusaron al presidente de estar obstaculizando la investigación.

Desenredando la madeja

A O’Connor siempre le había intrigado, por ejemplo, que los directivos de la campaña de Nixon iniciaran un riesgoso operativo, cargados de cámaras y grabadoras, para entrar en la oficina de la campaña demócrata, donde solo se guardaban pegatinas y letreros de promoción del candidato George McGovern. Nixon llevaba una enorme ventaja en las encuestas y luego ganaría las elecciones por amplio margen. Aparte, el presidente no parecía estar enterado y no dio importancia a la noticia del allanamiento. Entre los supuestos ladrones, dos eran exiliados cubanos que habían participado en la frustrada invasión de Bahía de Cochinos. El supervisor del operativo era un exmiembro de la CIA y los otros dos eran ex agentes del FBI.  

Las preguntas sin respuesta: ¿Qué evidencia esperaban documentar los allanadores? ¿Qué papel jugaba la CIA y el FBI en el operativo?

Richard Nixon renunció a la presidencia el 9 de agosto de 1974 después de autorizar la entrega de un segundo grupo de cintas grabadas en las que nunca se halló nada. Las acusaciones se basaron en las negaciones, el nerviosismo y la paranoia exhibida por los republicanos, un estado de ánimo natural en la Casa Blanca. Todo el mundo pensó que con la renuncia del presidente se cerraba el último capítulo del drama del Watergate. Solo quedaba por anunciar los juicios y sentencias a los participantes y el perdón del vicepresidente ahora presidente Gerald Ford, a Nixon.

Cincuenta años más tarde, la evidencia presentada por John O’Connor en Los Misterios del Wategate, hace tambalear las bases del periodismo moderno y denuncia la forma como el periodismo partidista e ideológico distorsiona la narrativa histórica. Hasta el momento, ni las audiencias públicas, ni los especiales de televisión, ni documentales, películas, libros y artículos han logrado resolver el enigma porque falta la verdad. Ni siquiera los ciudadanos más informados saben lo que realmente sucedió en el caso del Watergate.

En su libro Los Últimos Días, (1976) Bob Woodward caricaturiza cruelmente a Nixon y logra convertirlo en una figura patética y aborrecible. Como un francotirador al servicio de su partido, su especialidad a través del tiempo ha sido destruir la reputación y la vida de los lideres de la oposición. Lógicamente ha obtenido una fortuna con su práctica. Su objetivo actual es la figura de Donald Trump. Esto viniendo de un hombre que en 1981 tuvo que devolver un premio Pulitzer por haber concursado con una historia fabricada. Lo cual en el periodismo de nuestros días no significa nada ni hace mella en la reputación de nadie. 

 

Gloria Chávez Vásquez escritora, periodista y educadora reside en EE.UU.   

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