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Cultura  |  08 julio de 2022  |  12:00 AM |  Escrito por: Administrador web

Carta del viajero

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Un texto de Carlos Fernando Gutiérrez Trujillo, docente, poeta y escritor colombiano.

Fue por la vida diferentes a todos…

Nadie dijo como él cantos tan hondos

Querido poeta Baudilio Montoya:

Escribo estas líneas para reconocerlo y no pasar por las huellas de sus palabras con olvidos y silencios. Solo hasta hoy me atrevo a descubrirlo con otra mirada. La fatalidad de nuestras provincias es que solo reconocemos lo foráneo, validamos las modas impuestas por los centros de poder cultural e intelectual. Escudriñando entre papeles y notas, descubro que, en el año 1906, tres años después de su nacimiento en Rionegro, Antioquia, su familia emigró hacia la comarca quindiana, en busca de tierras y futuro.

Dieciséis días duró aquel periplo entre trochas y selvas. Luego, a golpes de hacha y machete, usted participó en la evolución de un caserío perdido al pie de la cordillera Central, que don Segundo Henao y otros fundadores llamaron: Calarcá. Allí trascurrieron sus años, en medio de olores campesinos, viendo las montañas dibujadas por neblinas mañaneras, sintiendo el rugir de los ríos y quebradas que bajaban de los páramos y labrando el campo con manos de viento y tierra.

Han pasado más de cien años de su nacimiento, cincuenta y siete desde que su presencia dejó de latir entre flores de batatilla y caminos veredales. Hoy repasando los versos de su libro: Rapsoda del Quindío, intento desde mi visión de lector contemporáneo, entender y valorar sus huellas literarias. Si me acerco a sus libros publicados, encuentro por parte de críticos y prologuistas, adjetivos y etiquetas simplistas que tratan de definirlo como: Bardo popular, genuino sentimental, poeta telúrico.

Hay quienes dirían que su poesía no tiene la misma vigencia: porque han cambiado las circunstancias que le dieron origen, que cierto regionalismo es enemigo de la poesía. Otros han pensado que usted es de esos escritores que han exagerado entre nosotros el influjo del paisaje.

Desde mi visión de autor actual y sin traicionar la herencia literaria de nuestro contexto regional, pienso que, si alguna vez un autor de nuestra región estaba destinado a trascender e inmortalizarse en la poesía, sería usted. Hoy, luego de homenajes, reconocimientos coyunturales y emotivos, valoro su vida y su obra.

Ningún poeta en nuestro departamento quindiano ha sido tan admirado, conocido y leído. Es necesaria una nueva mirada a su producción literaria. En una región que apenas se construía, valido que usted nunca renunció a su esencia de hombre sencillo y raíces campesinas.

En una modernidad incesante, donde lo efímero y lo veloz es parte de nuestra cotidianidad. En un mundo que no se detiene en lo simple y lo natural, debemos validar su poesía. Quizás necesitamos palabras cercanas a nuestra idiosincrasia, de imágenes emotivas que nos permitan detenernos un poco en las cosas leves de la vida. Usted con su poesía demostró que la palabra sencilla puede ahondar en sentimientos profundos y trascendentes del ser humano.

Por sus versos descubrimos que las vivencias cotidianas también pueden ser motivos líricos. Con sus palabras nos enseñó que ser poeta no es asunto de iluminados o intelectuales que necesitan de ampulosas frases. Que para ser escritor basta, muchas veces, despojarse de tantos artificios y peripecias del lenguaje.

Existe un motivo para valorarlo en el siglo XXI como ser humano y artista: conjugar lo ético y lo estético. El gran dilema ha sido esa compatibilidad entre la vida y la obra de un autor, ambas deben ser ecuánimes en la vivencia diaria. Un artista sin un corazón que testimonie el dolor y la injusticia, está condenado al silencio. Como quindiano valoro su pródiga labor de maestro de escuela, donde el oficio se ejercía por vocación y no por comodidad económica.

Aún hoy se escuchan elogiosos testimonios sobre cómo compartía su saber y sensibilidad con los estudiantes campesinos de la vereda la Bella. Tiene razón Adel López Gómez, ese gran cuentista quindiano, cuando se refería a usted: Poeta a quien todas las gentes en las calles reconocen, saludan, quieren y lo admiran.

El escritor Gustavo Páez Escobar lo reconoce como: cantor de la aldea y cuanto cabe en ella, tiene derecho al sitio de recordación que para siempre tiene asignado en La Bella, vereda calarqueña donde ofició de maestro de escuela y donde residió por largos años protegido contra las asperezas del mundo como un inexpugnable refugio sentimental.

Apreciado maestro, elogio en su poesía que jamás se dejó obnubilar por los modismos literarios de los poetas Grecoquimbayas de nuestra región. De aquellos intelectuales de época que afloraron en la comarca del Gran Caldas, imitando los modelos y lenguajes de un Modernismo deformante y anacrónico que se quedó, pasadas muchas décadas del siglo XX.

Bardos locales que trasladaron a nuestras comarcas, lugares exóticos y modas intelectuales foráneas, donde apenas se estaba empezando a descuajar montañas y terminando la gesta de colonización. Usted, junto con Rafael Arango Villegas, Adel López Gómez, Aquilino Villegas, Luis Carlos González, Euclides Jaramillo Arango y otros hijos de Risaralda, Caldas y Antioquia, se empeñaron en construir una literatura que diera cuenta de nuestra realidad campesina y cercana. Herederos de Tomás Carrasquilla, crearon una conciencia de valorar nuestras costumbres e idiosincrasias campesinas en los pueblos cafeteros.

Si tenemos una deuda con su labor de educador y hombre de letras, es la capacidad de dar voz a la raigambre popular de su terruño. Nos falta reconocer aquellos poemas donde personajes, paisajes y lugares de nuestra región, aún siguen dialogando con nosotros.

Así lo expresa el intelectual y crítico Carlos A. Villegas: En los quindianos pervive una especie de “vergüenza” y un extraño recelo que impide llevar a Baudilio a extramuros, más allá de la escenografía regional. En esa actitud de negación radica nuestra incapacidad para estimar en su contexto y su justa dimensión la poesía de Baudilio Montoya.

Quizás en su tiempo el mundo no apabullaba con su desarrollo tecnológico y los hombres tenían una vida más simple y espontánea. Quizás el viento se paseaba más tranquilo entre guaduales y páramos. Usted entendió que para ser poeta sólo bastaba ser sincero con la palabra, donde el verso fuera sentido por el hombre más sencillo.

Volviendo a leer sus libros y poemas me descubro caminando entre caminos veredales, rozando el viento de los Andes con mi cara, escuchando una canción de hojas entre los guaduales, abrigando una mirada de campesina tímida. En sus versos se continúa sintiendo el golpeteo de las hachas en los montes, un olor a fogón de leña, un sabor de fruta dulce.

Si quisiéramos volver atrás, para fortalecer nuestro porvenir, es necesario revisitar los símbolos que han guiado nuestro ethos más profundo. Pero más allá de adjetivos simplistas, de la estrechez conceptual de reducirlo a esa visión de “bardo popular”, estamos ante una obra que debemos estudiar y valorar desde nuevas interpretaciones.

El crítico literario Carlos Castrillón lo expuso: la conciencia colectiva reconoce en él a un poeta que interpretó la voz plural, al mismo tiempo que buscaba en el Romanticismo la universalidad que diera sustento a su oficio de poeta, dentro de una tradición más vasta. Escribió siempre con un amor sincero por su pueblo y sus tradiciones, recreando el paisaje y los afectos de la comarca. Quizás una pausa en nuestras rutinas y leer su obra nos abra la posibilidad de ser otros, de nutrir nuestras herencias académicas y personales con nuevas visiones de quien vivió y soñó en poesía.

Un abrazo maestro, entre versos y montañas quindianas.

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