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Cultura  |  05 agosto de 2022  |  12:00 AM |  Escrito por: Sergio Muñoz Bata

Cuento: El proceso del miedo. Primera parte:

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Este es un cuento del fallecido escritor Gustavo Rubio. Se publica con autorización de su familia.

Cuando Raúl Gamboa pegó el último ladrillo en la última pared de aquella que sería su casa, consideró de acuerdo con su hijo, de acuerdo con su abuelo y de acuerdo con su tío, que había llegado la hora de ocuparla. Tenían un año para vivir en ella sin pagar un solo centavo. De manera que, sin agregar una sola palabra, esperaron a que finalizara el mes de mayo para cargar todas sus pertenencias a la nueva casa.

Pasados los días de espera, Gamboa reconoció de súbito la alegría del techo que comienza a insinuarse como propio: sentía la soledad de los cuartos pequeños de inquilinato como fantasmas intrusos que mucho tiempo atrás asonaron y enmudecieron lo profundo de sus alegrías. Pensó: “Esta vez el diablo y sus duendes se van a dormir a la calle. Mis hijos y mis familiares conmigo estamos dispuestos a echarlos a patadas.”

La casa de Raúl Gamboa había sido concedida por medio de licitación al gobierno. Esa casa estaba ubicada en el sur de la ciudad. El fin del gobierno era dar techo a los colombianos utilizando una institución recién producida. Aquellos eran los tiempos de la alianza del gobierno, de los “pájaros” y de los rebeldes. Parece que el presidente de entonces tenía como objetivo primordial el de “pacificar” el país, pues según los comentarios del tío Luciano, así lo anunciaban. -sí señor, si lo que quiere la oligarquía es matar a quienes le sirvieron -dijo el tío en alguna ocasión remota. La tal pacificación no es más que un pretexto para eso -. Parece también que la alianza de los partidos trataba de dar consistencia a la economía bastante maltrecha por el desgaste que produce la “violencia”. - Por eso yo me metí a la revolución liberal, ¿no es cierto Raúl?, por eso nos metimos muchos liberales – el tío Luciano hablaba como siempre lo había hecho, fuerte y consciente de sus palabras -, pero carajo, no sé qué le pudo haber pasado al jefe porque el resultado fue nefasto, continuo, - metimos las patas…

La casa de Gamboa fue creciendo lentamente. Tal vez pasaron algunos años y Raúl decidió que todos sus hijos debían prepararse para la vida. Los envió a la escuela. El mayor de los muchachos, Antonio, era bastante taciturno, vivía entre las cuatro paredes de su existencia, fraguando las entrañas y la piel de una timidez que rayaba en lo absoluto: pero era una timidez fraguada, nacida con él, que vivía veinticinco horas del día al lado de Antonio contándole las historias de la soledad y el silencio.

El segundo era como la guerra del país. Agresivo, envidioso, altanero, producía grandes reyertas; este muchacho, díscolo y disociador de las “buenas costumbres” en todo caso, era inocente víctima de las circunstancias pasadas y presentes que convergían en él como convergen en las noches de verano, las estrellas en el cielo. Su nombre era Jairo. Tres pequeños, Billy, Álvaro y Nuri, contemplaban el conjunto.

Además de ellos estaban, el tío Luciano, el abuelo Bentura y la madre de los niños, mujer de dulces palabras, nobles y elevados sentimientos, de corazón atento a la más mínima gracia tanto familiar como si fuera exterior, tenía un nombre de heroína literaria: Lucinda.

Siendo las cosas, la gente y el país de esa manera, nadie hubiera podido imaginar el conjunto de hechos que comenzaron a florecer en las ventanas, en las puertas, en las paredes, hasta en los sanitarios, hasta en la boca misma de los propios habitantes de aquel populoso sector de la ciudad. El primero de los casos ocurrió algunos años después de ocupado el barrio, cuando por insinuaciones de algún vecino que pegó un letrero en la puerta de otro de ellos, al darse cuenta el aludido de que su puerta estaba siendo utilizada para pegar afiches, no solo se inmutó sino que puso en conocimiento de todo al barrio y no solo lo puso en conocimiento cuando al leer a los seis meses el contenido del suceso, leyó con rabia, espontánea y mezclada de horror, aquellas palabras malditas: “usted tiene miedo”.

Sino que inmediatamente fue hasta el puesto más cercano de policía e instauró una denuncia contra el criminal que se había burlado durante tanto tiempo de su calidad de ciudadano pacífico y cumplidor de las leyes, -Así no se puede inspector, si usted no le pone remedio a esa situación ahora, porque tiene que ser ahora, mañana será imposible -.

...continuará mañana.

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