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Cultura  |  15 agosto de 2022  |  12:00 AM |  Escrito por: Administrador web

Lunero Páez: El poeto de la bicicleta amarilla

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Poeto y no poeta, es como le gusta a este artista que lo llamen. No es un error de digitación. Esta crónica fue escrita por Luis Carlos Vélez.

Detrás de la iglesia de San José de Calarcá, frente al Café de C, a una cuadra de distancia del sitio acordado, Lunero espera desmontado de su bicicleta. Mira a su alrededor. Desde lejos responde a las señas y se dirige a la esquina de la cafetería donde espera el comprador de sus poesías. De entrada, el dueño del local pequeño, de puertas verdes, lo mira de arriba abajo y dice: “qué pena, ya voy a cerrar, en la plaza encuentran…”, pero es una excusa para no atender al poeto que viste: hundido hasta las cejas y de color indefinido, su sombrerito de ala corta; cabello entrecano, escaso, enmarañado y largo hasta los hombros; el bigote gris y descuidado, bordea las comisuras.

Ofrece su mano delgada, y sujeta fuerte. Lunero responde al saludo con voz grave y cansada. La camiseta roja de mangas cortas sirve de escudo al pecho delgado, sin músculos. A la espalda, su librería ambulante: el morral de ciclista donde guarda sus libros de poesía para la venta.

De tanto cambiar mi nombre, olvidé el de mi bautizo. Hasta hoy me llaman Lunero Páez. Mañana no sé… Llámame así… no me diga Orlando. Impulsa la bicicleta hasta la esquina frente a la iglesia, para apoyarla en el bolardo.

Sentado y saboreando el tinto de las seis y media de la tarde que amenaza lluvia, suelta en voz baja, casi inaudible, versos y versos. Se detiene y expectante, espera tal vez una pregunta que no llega. Extiende sobre la mesa sus libros publicados; comenta las peripecias para publicarlos, y recomienda todos.

Llovizna y hace frío, pero dice impávido:

Tranquilo, con mis libros traigo una chompa. Siempre llegó a las seis de la tarde y me voy para la casa que construí, a las ocho de la noche. Mi “oficina” está al otro lado, allá, en el semáforo de la salida para Armenia.

Las gotas de lluvia arrecian y sabotean la charla. A la sugerencia de postergar el encuentro, responde:

No pasa nada. Cuando quiera nos vemos otro día. Recuerde mi horario aquí, en la plaza. Me llama antes…y acordamos el sitio y la hora.

Días después, Lunero desmontado de la bicicleta amarilla, mira hacia la cafetería de la biblioteca de la Casa de la Cultura, busca al comprador de libros... Retira el cigarrillo de la boca, toma asiento y coloca el morral en otra silla.

Recita versos inaudibles mientras traen dos tintos se enfriarán en la mesa. Al preguntarle por sus padres:

Mi padre se llamaba Luis Eduardo Torres, y mi madre, María Luz García. Tuvieron tres mujeres y cuatro hombres, yo en la mitad. Todos viven. Me crié en la vereda la India, por Chagualá. Estudié en la escuela Atanasio Girardot y como todos los niños, me enamoré de la profesora, y ahí fue: le escribí mis primeros versos, que nunca le entregué. Hice bachillerato en el colegio Robledo. Fui muy recochero en los recreos, jugaba bolas, fútbol, y trompo, pero buen estudiante. En la casa recibí mucho rejo por rebelde. Desde niño no leo otra cosa que poesía.

No me gustan las novelas ni los cuentos. Quien no puede escribir poesía, sólo encuentra sosiego, escribiendo novelas, y los cuentos son una cháchara más corta que una novela. ¿El teatro? Estúpidos en una jaula que piensan que hace algo maravilloso. La mejor obra de teatro es la que representa la gente en la calle, porque es real.

Aunque leí a los grandes novelistas, pienso que necesitan muchas páginas porque les cuesta decir, resumir en pocas aquello que logra la poesía. Me gustó mucho Rulfo, y un libro, La ciudad de la alegría, pero no recuerdo el nombre de su autor. Las novelas contienen mucha cháchara, descripciones, diálogos sin sustancia… Poetas si leí muchos, sobre todo algunos llamados “malditos”: Rimbaud, Baudelaire, Verlaine, Nerval. Otros que recuerde: Roca, Mercedes Carranza, ah, y Baudilio Montoya, Humberto Jaramillo Ángel, y otros costumbristas.

Escuche el Poema Cero de Jorge Julio Echeverry: “…la hebra gris/ que halo/ del vestido/ me descose el alma/ ¿quién pudiera/tejer/de nuevo/ mi esperanza?...”

O esto de Juan Manuel Roca: …“Estoy tan solo/ amor, que a mi cuarto/ Sólo sube, peldaño tras peldaño/ la vieja escalera que traquea”.

Tal vez amé a una sola mujer, pero no diré su nombre, porque por su amor conocí la pesadilla, y porque durante quince años acabó mi vida.

Oh, Yoli, me vendaron el bosque, y aquí aún llueve sin ti; ya no tendrás al ebanista que te remendaba los árboles de sombras vagabundas…

Amigo, el amor es mentira, y no todo roce es deseo…

Después de todo lo vivido y sufrido, ella y yo conservamos lo importante, una buena amistad.

Lunero hace una pausa, gira en círculo la oreja del pocillo que no bebe el tinto frío, pero toma por otro camino:

Desde niño fui bebedor de vereda, mujeriego, charlatán, y nada más. Visité el bar Reyes. Una cantina con lindas mujeres que me contaban, después de unos tragos, sus historias, sus desamores. Me gasté con ellas mis jornales… Una vez en Barcelona me bebí, hace muchos años, millón y medio. Y no me apena decirlo: fui lechero empedernido. Tanto que me quedaba y dejaban sin pasaje. Pero una vez, le pedí al dueño que me prestara para viajar a Calarcá… ¡Imagínese! ¿Cuál sería mi camino después que le dejé mi jornal, dijo que no tenía para prestar, y las mujeres reunieron y me prestaron? ¡Ajuiciarme!, pero no mucho… mire, todavía le hago al pucho… ¿Mujer? Yo vivo solo/porque nunca tuve plata para amar a una mujer…. ¿Amor? Es el estado mental de una hipócrita sociedad, que a solas copula con otro…

Lunero ríe, se acomoda, mira su bicicleta, hasta entonces saborea su tinto frío, y continúa por el rumbo de las confidencias familiares:

Desde niño mi padre me acuclillaba leña al hombro, y con una gavilla de jornaleros se iba para el rocotal de cafetos. Después de quitarme el ínfimo pago, se lo bebía, y regresaba para acabar con sus palabras a mi madre… Si me interponía, me venía encima su correa. Era platanero; tenía dos camionetas para llevar plátanos a Ibagué… Recuerdo que disfruté mucho con mis hermanos cuando nos llevaba de paseo a cualquier parte… No sé de qué murió. Mantenía pálido. Una vez se fue para una cita médica, y murió en el consultorio.

Vacía su pocillo. Se niega a recibir otro. Fuma lento. Voltea la cabeza para expulsar el humo lejos de la mesa.

Confieso: manejo mi casa, lavo, plancho. Esta alivianadita/es el álbum cronológico de mis derramadas poesías… en mi casa guardo fotos.

Soy difícil para vivir con compañeras porque sé que no aceptan que lea y escriba poesía, ni creen que pueda vivir de mis poemas; que viva con el agua lluvia. Aunque pago servicios de acueducto, vivo a oscuras, me alumbro con luz de vela. Dejé de pagar luz porque en un año intentaron cambiar el contador a su amaño. Y decidí suspenderlo.

Trabajo en todo. Soy todero y no me muero. Hasta repartir aguamasa a los cerdos. Estudié obras civiles en el Sena, y trabajé con ingenieros en Santa Marta, Manizales, Bogotá. En esta última vendí poemas plegables en buses… Sólo me faltó cantar… Recuerdo que a la gente le gustaba mucho y pedía mi poema 78: Historia de un carpintiadero, escuche:

Para comer arepas quemadas, tener que coser los zapatos de suela camuflada…

Lunero olvida el resto de su poema y dice:

Un día me regalaron un calendario Bristol y me pidieron que escribiera sobre lo que leyera ahí…, y me pagaban, pero no acepté porque no me gusta que me fijen reglas ni me digan cómo o qué escribir… ¿Trabajo? Soy un constructor de casas/un enjaulado de extraños… vivo al día. Dicté clases de matemáticas. En Dosquebradas construí bodegas en el Centro de Acopio.

Alguna vez se me acercó una persona muy prestigiosa a ofrecerme dinero, y me negué a recibirlo. El señor se sorprendió, pero cuando escuchó mis razones… Le dije que el día que la situación me obligara a pedir limosna, saldría sin problemas con mi totuma a mendigar por las calles. Era un hombre inteligente, no se disgustó y estuvo de acuerdo. Meses después supo que yo publicaría un libro; me buscó y apoyó con dinero mi proyecto. Hay gente generosa todavía… Recuerdo que una niña se me acercó con su mamá para ofrecerme un emparedado, y no me creerá, pero lo acepté porque entendí que cumplían el mandamiento de la caridad cristiana, mejor que los curas…

¿Pesimista? Desde el vientre de mi madre. Mire usted, mi vida lo confirma, pero no me deprimo ni me amargo. Hace años logré, por intermedio de la directora de las fiestas cívicas de Calarcá, que me permitieran armar una caseta en la calle 25, antes de la plaza de Bolívar, para vender durante ocho días mis poemas, pero uno de la secretaría me gritó: “no me pone ese negocio ahí”, y se hizo el tonto cuando le dije: lo reto a que me putee y lo tumbe, como hace con los de las vendedoras de tomates y cebollas… Así son los políticos, cuatreros en el poder para robar al erario, y atropellar.

Mire que me pasaron cosas buenas y malas. Dos argentinos y dos colombianos pensaron quedarse tres días en mi casa mientras me entrevistaban, y se quedaron veinte porque Calarcá les pareció bonito. Eran titiriteros, artistas callejeros… por ahí encuentra la entrevista en youtube. Aparece como La palabra del mundo.

Por tercera vez Lunero Páez acude a la última cita. Apoya la bicicleta amarilla al muro de la cafetería de La casa de cultura. Pasa revista al estante donde, por cortesía del dueño, expone para la venta sus libros. Habla con el joven que la atiende; pasa a sentarse a la mesa niquelada, fuma y por entre el humo del color de la tarde, dice: Dinero. Piensa, mira al frente a los autos que pasan, y agrega: Todo cuanto debería existir en el mundo: árboles que no den frutos, sino billetes, vacas como traganíqueles para ordeñar monedas.

Trae otro sombrerito: gris, de piel de conejo, según dice, de las partes altas y frías de Alemania. Lo adorna una pluma corta de color café sujeta por dos lazos azules que borden la copa. Al lado izquierdo del mismo, un círculo de tela del tamaño de una moneda de mil pesos, en que se lee: Paulaner Munchen, la marca de una cerveza alemana fundada en 1634, y en su centro, la foto del monje San Francisco de Paula, fundador de la Orden de los Mínimos, en Neuhauser.

Por primera vez Lunero sonríe con malicia, y comenta sin reparos:

Me lo envió de regalo un poeta alemán que estuvo por acá, pero no recuerdo su nombre. Averiguando supe que era el distintivo con que se reconocían los cazadores homosexuales en Alemania. Para mí no representa otra cosa que algo para cubrirme del sol y la lluvia.

Lunero apaga el cigarrillo en la suela de su zapato, toma una servilleta, lo envuelve y guarda en el bolsillo de su camisa a cuadros, mira a su comprador de libros y…

Puede notar que soy ermitaño. Trato de ser auténtico para mí mismo. No renuncio a mi barba, bigote y pelo largos, ni acepto pulirlos, así no me ofrezcan trabajo. Así soy y no cambiaré mi apariencia. Soy un milagro, en él y de él vivo. Sólo rindo pleitesía a mi personalidad. Soy ególatra. Demoro más de dos horas en el espejo puliendo mi apariencia, acicalando mis pelos.

Depende de dónde y con el tipo de personas en que me encuentre, no escuchará en mi voz una palabra vulgar; si con personas cultas, buenas palabras; si en obras de construcción, madreo, reniego, y aguanto lo que hagan y digan mis compañeros, aunque, amigos… Si deseas conocer tus próximos traidores/ esculca a tus amigos… soy mi mejor amigo, hay algunos que no saben qué hacer con mi amistad. Otros, ¿para qué desean mi amistad si no saben qué hacer con la mía?

Lunero, con la mirada al frente, pasa con rapidez a otro tema:

Una tarde escribí tres páginas extrañas y quedé desorientado al leerlas, pero de tanto releerlas, escribí otras. Cuando al leer: lagrunas de leaguas/son tus calores de rora, me decidí a continuar y escribí mi libro Labélula. Me tocó inventar nuevas palabras porque no encontraba cómo expresar lo que deseaba, porque se me volvía inefable. Un poeta de Calarcá la leyó y no la entendió. Tal vez otros la entiendan…no importa que a mí no.

Lunero mira las nubes oscuras, su reloj dorado, enorme para su “muñeca” delgada, y dice:

Brisa fuerte, ojalá que por el camino no tenga que sacar mi chaqueta del morral.

Estrecha la mano a su comprador y suelta su última frase de despedida:

Mire arriba, amigo, las nubes tienen el color de mi futuro…el futuro, no me complico pensado en él. Me veo en el parque, viejito, vendiendo mis libros y escribiendo poesía, haciendo de mensajero para entregarlos a domicilio…mientras llega la muerte…

Lunero acomoda su sombrerito. Monta y pedalea despacio; se aleja cobijado por la lluvia breve, y el amarillo de su bicicleta matiza la oscuridad.

Calarcá, julio 7 de 2022.

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