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Región  |  02 octubre de 2022  |  12:00 AM |  Escrito por: Miguel Ángel Rojas Arias

Fray Enrique González: la deuda del Quindío con el pedagogo de la liberación

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Por Miguel Ángel Rojas Arias

Fray Enrique González no tiene edad, tiene vida, según sus propias palabras cuando se le pregunta cuántos años tiene. Sus exalumnos del colegio San Francisco Solano de Armenia le calculan 85 años, pero nadie sabe a ciencia cierta cuántos son. El año pasado superó dos accidentes cerebro vasculares, que, cuando despertó, le dieron las pistas para escribir un pequeño libro, que él tituló: Antología de pensamientos de vida, una recopilación de frases famosas unas, otras de autores no muy conocidos y algunas de su propia autoría.

EL QUINDIANO visitó a Fray Enrique González Arango en su retiro espiritual, en un pequeño predio rural del municipio de Montenegro, junto al convento de las hermanas Clarisas, donde vive como siempre lo ha hecho: con humildad y de la mano del Santo Francisco de Asís. Allí, construyó en ladrillo y maderas una réplica del famoso templo milenario de la Porciúncula, donde Francisco ejerció su ministerio católico en Asís, un típico pueblo italiano. También, dentro de la réplica del pequeño templo, hay una copia del retablo original que está en Asís.

Fray Enrique expresa, sobre todas las cosas que llegan a su memoria como rector del colegio San Solano, el amor por sus antiguos estudiantes. Este sacerdote franciscano es el creador en el Quindío de un modelo educativo revolucionario, amparado en la teología de la liberación, por un lado, y en las tesis del destacado pedagogo latinoamericano Paulo Freire sobre la importancia de la reflexión y la acción sobre el mundo para transformarlo, la educación como un acto de amor, coraje y libertad.

Unas enormes lágrimas corren por sus mejillas cuando recuerda a los estudiantes que pasaron por el colegio, mientras fue rector, entre 1969 y 1979. “A todos los considero mis hijos, y ellos, los que aún me frecuentan, me ofrecen su amor como a un papá, los amo profundamente, ellos son mi vida misma”, expresa con la voz entrecortada.

Cuando cumplió 12, en Manizales, su ciudad natal, descubrió que quería ser fraile franciscano. Se lo dijo una cartilla que le prestó un profesor en el Instituto, cuando vio una imagen borrosa de San Francisco de Asís y donde en cinco líneas narraba su vida y su pensamiento. No fue fácil serlo. Ingresó al seminario franciscano a los 13 años, pero después de cursar los primeros cuatro años se devolvió para Manizales, al hotel mama, de lo que se arrepintió de inmediato. Tuvo que esperar otros cuatro años más para que lo volvieran a aceptar, esta vez en Bogotá.

Siendo estudiante fue designado maestro de Filosofía en el colegio Virrey Solís de Bogotá. Se hizo sacerdote en 1965, designado inicialmente a la educación de los jóvenes novicios en el convento de Bogotá. Desde entonces, su pasión fue la educación. Dedicó gran parte de su tiempo de joven fraile a enseñarles el evangelio a los ‘picapiedreros’ de las minas de las montañas de Bogotá, que acudían los domingos a la misa en la Porciúncula, anexa al convento. Al año siguiente, fue designado profesor en el colegio San Solano de Armenia.

Duró poco en este primer periodo, porque su férrea posición lo hizo desertar, tras una desautorización hecha por el rector frente a una orden a un estudiante. En ese entonces, se inserta en las tesis de la teología de la liberación de la iglesia católica, por lo que afirma que él es hijo del Concilio Vaticano II, que concluyó en 1965.

Sin embargo, su destino estaba marcado. En 1969 fue nombrado rector del colegio San Francisco Solano de Armenia, creado unos pocos años atrás por el franciscano Samuel Botero, para atender la población empobrecida del entonces sur de Armenia, que agrupaba barrios como Santafé, Santander, Popular, Porvenir y vecinos. Es curioso, pero el colegio funcionó muchos años en el mismo tiempo y espacio con un gallinero, creado por los frailes para producir huevos y poderse sostener económicamente.

Ese mismo año, fray Enrique González, de una férrea disciplina, duro con los estudiantes, fue invitado a participar a un curso de pedagogía en Chile, con nadie menos que Paulo Friere, el hombre que revolucionó la educación en América Latina. Allí estuvo 4 meses. Al comienzo del año lectivo de 1970, el rector fray Enrique propuso unir la teoría de la liberación con las pedagogías sugeridas por Friere, lo que desencadenó en una enseñanza en libertad. Lo primero que desapareció del colegio fue el ‘Prefecto de Disciplina’. El autocontrol y el amor, el aprendizaje en conjunto, no individual, todos al mismo nivel: profesor y estudiantes. Había desaparecido el fraile rígido para darle paso al hombre de las libertades.

Durante diez años, el San Solano fue un ícono educativo en Armenia. Allí, como en ninguna otra parte del Quindío, se trabajaba con el pensamiento de Freire en el sentido de que el conocimiento no se transmite, se construye, el acto educativo no consiste en una transmisión de conocimientos, es el goce de la construcción de un mundo común. “Dios me premió con Freire, en sentir el fuego liberador”, sostiene el hermano Enrique.

“No hicimos una caricatura del pensamiento de Freire, sino una aplicación consciente. Asumimos la Filosofía de la educación liberadora. Producto de ello asumimos que los estudiantes no fueran objeto de la soberbia profesoral, cada uno es responsable de sí mismo, el único responsable de mí soy yo. El profesor no es el único que sabe, el estudiante tiene un saber por despertar con el uso de la autonomía, la consciencia y la voluntad. Y no debe hacerse solo, aplicamos el tríptico de Freire: Nadie educa a nadie, nadie se educa solo, nos educamos en comunidad. Y empezamos la educación en equipos”, narra fray Enrique, vestido con su sotana franciscana, con pausas largas que parecen quedarse en el recuerdo, o en la nostalgia de aquel colegio de la calle 33 con carrera 18 de Armenia.

Con esta pedagogía, el colegio San Solano educó a cientos de muchachos de Armenia que hoy son dirigentes y profesionales que recuerdan a fray Enrique como el orientador de sus vidas. Crítico de la sociedad nacional y local, Fray Enrique transmitió la humildad y la solidaridad con las comunidades pobres que circundaban el colegio San Solano.

En el San Solano, logró unir a estudiantes de las clases altas de Armenia con los muchachos de los barrios marginados, despertando la amistad, la solidaridad y el compañerismo en lo que él llamó la familia solanista: “nuestra meta pedagógica es ser más como persona, en el servicio y el amor”.

En 1979 salió del colegio y siguió trabajando en las comunidades pobres colombianas, tanto en educación como en la labor social. Estuvo en varias ciudades colombianas, pero también en Roma, donde ejerció cargos por comendación del Santo Padre.

No había otro sitio para continuar, como adulto mayor, su magisterio, que el Quindío. Por eso, decidió venirse a Montenegro, junto a las hermanas Clarisas, donde los domingos llena la capilla de exalumnos del San Solano y sus familias, así como de aquellos que disfrutan de la oración liberadora y de la palabra que recrea y solaza el espíritu.

Fray Enrique González es, sin duda, el educador que le mostró al Quindío, a través de la Educación Liberadora, otra manera de ver la vida, sin represión, con solidaridad y con amor. “Nos hizo pensar en un hombre nuevo, un hombre liberándose, humanizándose”. Por eso, podemos decir, “el Quindío tiene una gran deuda moral con fray Enrique González”.

 

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