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Columnistas  |  02 diciembre de 2022  |  12:00 AM |  Escrito por: Roberto Estefan-Chehab

Reflexión decembrina

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Roberto Estefan-Chehab

Roberto Estefan Chehab

Estos días de diciembre mueven fibras interiores tan íntimas, tan propias de cada ser. La alegría o la tristeza pueden asomar con mas intensidad, teniendo un común denominador: la nostalgia. No importa tanto la creencia religiosa como la tradición de cada grupo social y finalmente se instaura un ambiente de celebración, de luces y colores y también de fantasía. Los niños son realmente los protagonistas y su ilusión le confiere un sello característico a la conmemoración de la llegada de Jesús. Es obvio que las diferentes organizaciones sociales tienen sus tradiciones y creencias y, sin embargo, como ninguna otra, la tradición cristiana, o al menos este episodio, sucedido en un pesebre hace mas de dos siglos, termina invadiendo el entorno global. Bajo cualquier pretexto la mayoría de las personas se van introduciendo en el ambiente navideño y entonces pululan las fiestas, los regalos, los viajes y el reencuentro de familias que desean, alrededor de una cena y el calor del amor, darse esa tregua y poner mucha energía para disfrutar momentos que, por fortuna, aún conservan un sabor ancestral. Sea lo que sea, “navidad” tiene un significado claro. El árbol de navidad, las luces navideñas, la decoración, las viandas, los presentes, los canticos “villancicos”, los abrazos y las manifestaciones de cariño giran en torno al tema que esencialmente originaron estas fiestas: la natividad del niño Jesús. El origen es cristiano y los cristianos se congregan en sus hogares alrededor de un pesebre para orar, celebrar y agradecer. La oración y la tradición están haciendo mucha falta en el mundo. La embestida de distintas formas de interpretar la tradición cristiana, no me parece sana: ¿Cómo así que un pesebre es una manera de idolatría? Es que hay personas que megalomaniacamente se apoderan del criterio de multitudes y desdibujan la esencia de los conceptos. Demasiado concretismo tiene un concepto al intentar sembrar dudas en corazones que, a través de una imagen, proyectan una representación mental y espiritual de momentos tan lindos. Las personas no adoran imagines: el tema es mucho mas profundo. ¿Ver una fotografía de un ser querido y conectarse a la emoción es malo? En fin. La gente no debe permitir que la manipulen y aparten: ¿finalmente, señores “pastores” lo que va quedando de todo eso es la rumba, el trago, el ruido, el desorden? En sociedades que mantienen, al menos, el concepto de la ilusión infantil aparece un simpático personaje conocido como papá Noel. Obviamente tiene una connotación navideña mientras siga siendo un viejo querido que trae regalos, como una manifestación amorosa y, eso no hace daño y como no tiene contexto religioso claro, se le puede “querer” y escribir y pedir: pero, un detalle rodea su historia y es que realmente es “Santa” (termino de contexto religioso) Claus. No nos llamemos a engaño. La tradición es hermosa, pero se desdibuja cuando la gente se va mas por el lado comercial y meramente festivo, no es solidaria con los demás y demuestra idolatría por lo banal: la pólvora, la embriaguez traen peligros que no son, para nada, coherentes con una celebración basada en la familia, los principios y la armonía. Que bueno vivir estos días con la alegría que brota de la tradición cimentada en el concepto de la esperanza, el renacer, perdonar, abrazar y compartir amorosamente. Qué bueno dar un detalle que no implique más angustias ni deudas para miles de personas que se sienten entristecidas por la dificultad económica. La suerte de quienes se pueden reunir es de por sí, el mayor regalo para todos. Y el recuerdo de quienes ya se adelantaron en el camino, compartido con quienes disfrutaron esa presencia, es también un regalo para todos. Lo demás es superfluo. El niño Dios, quien origino esta época, no pudo dar un mensaje más sencillo y claro. Feliz diciembre.  

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