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Cultura  |  11 diciembre de 2022  |  12:01 AM |  Escrito por: Administrador web

Omnipresencia

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Un texto de Enrique Álvaro González, integrante del taller de escritura creativa Café y Letras Renata.

Le pareció despertar de un profundo letargo. No lo creía, pero ahí estaba la prueba; él mismo. Sí… él, que había llegado a controlar el don de la ubicuidad… o para decirlo en el argot de los catequistas de su infancia… el don de la omnipresencia. Recibió el calor del sol desparramado por la ventana y experimentó la agradable sensación de saberlo, pero como primero tenía que demostrárselo a sí mismo, se levantó de la cama, miró a través de los cristales la lejanía, gozó la silueta misteriosa de la cordillera repujada en el lienzo blanquiazul del firmamento, cerró los ojos y deseó con el alma estar allí… en medio de la naturaleza.

No pudo impedir de todas maneras, el desconcierto con el viento frío que azotó su rostro de repente y sentir en las fosas nasales los húmedos olores de la montaña, pero acostumbrado como estaba a esperar resultados, separó despacio los párpados para ver extendida a sus pies la grandeza del verde en sus múltiples matices, la creación en todo su esplendor matinal y adivinar sobre todo por los ruidos, que lo que estaba en la lejanía era la ciudad.

Llenó sus pulmones de aire puro, río a su antojo ante el paisaje y para ratificar su descubrimiento, comenzó a saltar de una montaña a otra. Después jugó entre las nubes y contempló la ciudad donde tantas veces soñó con esto, recordó además que allá muy lejos, donde el cielo se confunde con la tierra, estaba el mar y quiso conocerlo. Empezó por visitar las playas, pero eso sí, sin olvidar la diferencia entre las comerciales ahitas de hoteles y polución y aquellas otras vírgenes e ignoradas donde aún se puede ver el sol de los venados sin ruido de altavoces y sin más colorido que el suave encarnado de la tarde.

Después acompañó en su viaje solitario a una gaviota que, cansada de volar, de vez en cuando se posaba sobre las olas. Escuchó muy cerca el canto incompresible de las ballenas y después para completar su placidez y contento, decidió cambiar su rumbo. Viajaría a través del tiempo

Regresó a su infancia y experimentó de nuevo la ternura del calor materno, la inocencia de los juegos, el reto del aprendizaje y el milagro del crecimiento. En su adolescencia recordó las dudas sobre el mundo, la incontenible ansia de saber, la inquietud por el sexo primero y por el misterioso poder de la mente después, y aunque con dolor, volvió a recorrer el indescifrable camino del amor.

También recorrió sus años de casado, el cariño por sus hijos y con inmensa tristeza recordó la postración que lo llevó a profundizar en los secretos de la ubicuidad.

Llegó entonces en su recorrido de nuevo a la ciudad y por simple lógica quiso ver sus lares. El barrio del que había salido tan mal y al que ahora llegaba, libre de toda postración. Pudo verlo, sentir de nuevo la energía de sus años mozos tallada en los rincones secretos. Fue a los sitios de juego a revivir sus pírricas glorias pasadas y buscó el hogar. Frente a la casa vio al amor de su vida y la siguió en silencio… la vio caminar… comprar para la casa, unas flores y otras cosas y hasta le pareció verla detenerse para secar una lágrima antes de arrodillarse… ¿Arrodillarse?… sí… pero… ¿frente a qué?

Fue entonces cuando quiso gritar… borrar su nombre de la lápida frente a la que le rezaba su esposa y donde estaba tallado su nombre, pero lo único que logró fue comprender que jamás había logrado la omnipresencia… simplemente… estaba muerto.

 

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