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Cultura  |  26 diciembre de 2022  |  12:00 AM |  Escrito por: Administrador web

Hombres al aire

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Un texto de Enrique Álvaro González, integrante del taller de escritura Café y Letras Renata Quindío.

Llegó desde las alturas sagradas del cielo en compañía de tres seres alados que lo seguían con respeto. Separó los nubarrones negros que impedían a los rayos del sol regalar la vida, con un soplo bienhechor limpió los campos de la muerte, la sangre, la radiación, los microorganismos producidos por las armas biológicas y los virus esparcidos en la última guerra de los humanos y ordenó a sus acompañantes sembrar de nuevo la vida.

Una vez cumplido lo pertinente con las plantas y los animales, los asistentes divinos lo miraron como preguntando si en realidad pensaba crear de nuevo al hombre y Él, convencido de que esta vez su creación aprovecharía mejor el regalo del libre albedrío, afirmó con gesto confiado y agregó lo principal:

“Sí, pero esta vez creémoslo sin alma. En vez de ella, llenémoslo de aire”.

Cada uno de los encargados eligió un territorio y en él, después de extender en el suelo unos muñecos de plástico, fue creando según las directrices del supremo, una pareja blanca, una roja y una azul, a las que insuflaron aire, con él la vida y al final les entregaron su respectivo edén.

Pasaron los años. La pareja blanca encontró el placer del trabajo, cultivó la tierra, se alimentó de ella, y pudo vivir con su descendencia en algo muy próximo a la felicidad. La pareja azul encontró las minas de oro, las piedras preciosas y con ellas conoció la riqueza. Se alimentó de lo que le compraba a los blancos y pudo vivir cómoda por un tiempo.

La pareja roja también se alimentó de lo que producían los blancos, pero además conoció la ciencia y gracias a ella obtuvo las joyas y los adornos dorados de los azules, quienes para entonces ya se creían superiores y con sus abusos obligaron a los otros a inventar la propiedad privada. Fueron ellos los primeros que impusieron las fronteras en sus dominios con una escritura reciente y que lastimosamente solo ellos entendían. El letrero decía: “Esto es mío”.

Pasaron otros años. Unos vivían de lo que producían los otros, pero llegó el día en que los unos desearon con avidez lo que tenían los otros y fue ahí cuando, como la última vez, el hombre conoció la envidia, con ella el odio y con él, vino otra vez la guerra.

De nuevo se abrió el cielo… El Divino Hacedor retornó con sus alados asistentes y ordenó de una vez por todas terminar para siempre con su creación. Jamás volvió a intentarlo y por eso desde entonces, el ser humano ha sido borrado del universo.

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