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Columnistas  |  30 enero de 2023  |  12:02 AM |  Escrito por: Julio César Londoño

¿El lápiz nace o se hace?

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Julio César Londoño

Julio César Londoño

 

Ni lo uno ni lo otro: los lápices no nacen ni “se” hacen, los hacemos. Lo mismo pasa con todo. Si exceptuamos a Mozart, Rimbaud y los cristales de cuarzo, que nacen perfectos, todo reclama manufactura. (Como nadie ignora, el lápiz es un cuarzo de madera con un cilindro de grafito en su corazón).

Con este postulado en mente coordinaré desde febrero un diplomado virtual de escritura que se ocupará del cuento, la crónica, la poesía y los ensayos literarios (divulgación y crítica). Digo “coordinaré” porque es un espacio de creación colectiva, no una misa. Al diplomado llegan personas de tantos colores y sabores, y sus talentos son tan ricamente singulares que sería tonto ponerme en “modo maestro” e impartir decálogos magistrales. No. En las clases del diplomado la teoría literaria es solo eso, una teoría, no una doctrina, y las etiquetas de los géneros son apenas comodidades académicas, pretextos de conversación, no dogmas.

Estudiamos de manera muy sucinta la Gramática, que atiende al orden del discurso y nos enseña a armar como Dios manda esas series lógicas que llamamos frases; estudiamos Teoría Uno, que apunta a la estética; Teoría Dos o Poética, Teoría Uno enriquecida con el “chanfle” que le imprimen los mejores maestros, y Crítica Literaria, que es una creación dentro de la creación, como quería Wilde, e ignoramos a los maledicentes: “El artista es el criminal; el crítico, apenas el detective”. (Philip K. Dick).

Leemos cuentos de autores consagrados y escribimos los nuestros. (Amo el cuento porque es un relato sintético, no ripioso, como la novela. Su alma es la tensión y su protagonista el argumento. Pero en realidad no lo amo por razones técnicas sino por su fragancia: el cuento huele a mil y una noches).

Leemos y escribimos crónicas para aprovechar la energía liberada en la fusión nuclear más importante del siglo XX, la noticia y la prosa narrativa (o periodismo literario, como lo llaman en las universidades). Me interesa este género por la vivacidad que le imprime al periódico de hoy y porque salva del olvido al periódico de ayer.

Estudiamos el ensayo de divulgación científica (ciencia + poesía + prosa) porque la ciencia es demasiado bella para dejarla en manos de los científicos, y porque queremos ser buenos ciudadanos. Mientras no estemos bien informados, la democracia será solo otra bonita palabra.

Estudiamos crítica literaria porque un taller sin crítica es tan soso como una rosa sin espinas, tan triste como una bicicleta estática. La crítica es un rigor amable, una cortesía firme y una linda disculpa para conversar con Borges y con Steiner, para reírnos con Philip K. Dick y entender la sentencia de W. H. Auden: “Toda la poesía mala es sincera”.

Quiero pensar que mi diplomado será un foro de humanidades con énfasis en literatura. Que si hablamos de las esdrújulas, en realidad discutimos dónde pondrá el acento un Estado sensible. Que debemos resolver si la literatura admite el mensaje político obvio, como hacía el viejo Saramago, o si le exigimos que se encumbre hasta las cimas de la divina Szymborska o del maldito Cioran. Si la literatura es solo la parte ficticia del universo, o el universo es solo la parte real de la literatura, o son conjuntos que se interceptan en un espacio atemporal, la poesía.

En cualquier caso, les ruego a los manes de las letras que salven la escritura de la furia de las sectas y del silencio helado de las torres de marfil. Que recordemos que somos ciudadanos antes que escritores, y que podemos erigir barreras de palabras, de frágiles y eternas palabras, ante el avance de las hordas de los bárbaros.

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