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Columnistas  |  23 marzo de 2023  |  12:00 AM |  Escrito por: Alberto Hernández Bayona

Ciudad amable

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Alberto Hernández Bayona

En el año 2002 un documento del Consejo Superior de Política Económica y Social (Conpes 3167) estableció una estrategia nacional de Ciudades Amables para mejorar la prestación del servicio de transporte público en ciudades intermedias de menos de 400 mil habitantes, con el objeto de estructurar un mejor ordenamiento de la ciudad. A partir de ese documento se creó en Armenia, unos años después, la Empresa Amable EICE encargada de desarrollar todas las acciones relacionadas con la planeación, implementación, desarrollo y construcción del sistema estratégico de transporte público de pasajeros.

A partir del documento Conpes, el concepto de Ciudad Amable como apelativo de la capital del Quindío ha calado tanto que numerosas publicaciones se refieren a la ciudad como un proyecto que se encamina en esa dirección. Cito algunos ejemplos: En la guía turística elaborada por el departamento se informa que “actualmente Armenia es el resultado de un esfuerzo conjunto de autoridades y población por hacerla una ciudad amable, con identidad y sentido de pertenencia.” (1)  En el periódico El Quindiano el editor se lamentaba por la lentitud de las obras emprendidas por la alcaldía: “La ciudadanía no espera anuncios sino acciones que materialicen un proyecto que pretende brindar a los armenios una ciudad amable.” (2) Recientemente el presidente de la Cámara de Comercio tituló una columna aparecida en La Nueva Crónica del Quindío de la siguiente manera: “Armenia tiene que ser una ciudad amable” (3)

Hay eslóganes que son simplemente descriptivos como, por ejemplo, Medellín la ciudad de la eterna primavera, Bogotá 2600 metros más cerca de las estrellas o Colombia es pasión. Dichos apelativos no requieren de ningún compromiso de la ciudadanía ni de sus autoridades. Medellín será la ciudad de la eterna primavera hasta que algún evento externo, como un cambio climático drástico, lo desmienta; Bogotá estará a 2600 metros sobre el nivel del mar o más cerca de las estrellas a menos que una placa tectónica choque contra otra con una energía tal que reduzca la altitud de la ciudad; los colombianos seremos pasión (y eso, por sí solo, ya es una desgracia) a menos que ocurra una mutación en nuestros genes o un cambio cultural que transforme radicalmente nuestra conducta y nos haga más cercanos a los flemáticos sajones que a los apasionados habitantes del  mediterráneo.

No sucede lo mismo con una empresa tan ambiciosa como lo es convertir una urbe en una ciudad amable. Porque amable, en su acepción más profunda, quiere decir digno de ser amado. Y, como es sabido, el amor -a diferencia de la belleza física o de la talla del calzado- no se hereda, sino que se gana con acciones concretas. Un padre que maltrata a su cónyuge o abandona a sus hijos no es digno de ser amado. Una ciudad agresiva, intolerante o desordenada no es digna de ser amada ni visitada ni recordada.

El documento Compes, aunque bien intencionado, se quedó corto en su estrategia de construir ciudades amables porque centraba todos sus esfuerzos en el sistema de transporte público, mencionaba tangencialmente el ordenamiento de la ciudad y olvidaba del todo la cultura ciudadana.

 Para que una ciudad sea realmente amable se necesita que se desarrollen, por lo menos, tres estrategias complementarias que abarquen el entorno urbano, la educación y el empleo y la cultura ciudadana.

La primera estrategia da cuenta de un desarrollo urbano armónico y coherente: vías amplias y bien diseñadas; semáforos que cumplan con el objetivo de regular el paso de peatones y vehículos; parques bien dotados y generosas zonas verdes, no simples orinales para mascotas; transporte público organizado, limpio y eficiente; adecuado almacenamiento y recolección de basuras; aceras para los peatones, no para el estacionamiento de vehículos ni para el comercio legal e ilegal. Estas son algunas de las muchas características que debe tener una ciudad amable con los residentes y visitantes. Una ciudad bien planificada y tranquila es, en general, más amable que una ciudad caótica e hipertrofiada e induce a los ciudadanos a cuidarla. Bien conocido es el Síndrome del vidrio roto estudiado por los sociólogos, los sicólogos sociales y los urbanistas: “El vidrio roto transmite una idea de dejadez y desinterés que, poco a poco, destruye códigos de convivencia y civismo. Cada nuevo ataque aumenta de forma exponencial la propia idea de dejadez y acaba dando paso a un nuevo ciclo en espiral” (4) En efecto, lo feo y lo degradado en una ciudad afea y degrada no solamente al entorno material sino, sobre todo, a sus propios ciudadanos quienes progresivamente pierden el respeto por sí mismos y por sus congéneres, el sentido de pertenencia y el interés por cuidar su propio hábitat.

La segunda estrategia se basa en la generación de oportunidades, empleo digno y educación pertinente. Una ciudad amable sabe aprovechar sus recursos naturales y humanos, y dirige y estimula de manera planificada los esfuerzos de los ciudadanos hacia aquellas actividades que le son más competitivas (los servicios de salud y el turismo, por ejemplo) orientando la capacitación hacia dichas áreas sin olvidar que debe reforzar los códigos de convivencia y civismo. Por su parte, una ciudad con altos índices de suicidios, enfermedad mental, mendicidad, desempleo, informalidad y baja escolaridad no puede llamarse amable. Pues la desigualdad fomenta el resentimiento, la frustración y la ausencia de compromiso.

El tercer puntal tiene que ver con la cultura ciudadana. Afortunadamente los armenios se caracterizan por su afabilidad y buen trato; ese es un activo muy valioso con que cuenta la ciudad. Pero, para lograr la calidad de gente amable, hay que hacer mucho más: respeto a las normas, solidaridad, puntualidad, cuidado del medio ambiente, cumplimiento de los compromisos contraídos con terceros, deliberación civilizada e informada en la discusión de los asuntos públicos, sentido de pertenencia; en suma, cultivo de aquellas virtudes y obligaciones que hacen del individuo un verdadero ciudadano. Cualidades estas que se fomentan con un entorno urbano amable y que se deben reforzar en el seno de la familia, en la escuela y con unas autoridades municipales que se ganen el respeto del ciudadano cumpliendo ellas mismas las normas y haciéndolas cumplir.

Como puede verse, construir una ciudad amable no es fácil, pero el esfuerzo individual y colectivo que se haga para ello vale la pena. En el proceso sus habitantes se convertirán en verdaderos miembros de su comunidad y la ciudad será un lugar grato para vivir, disfrutar, visitar y respetar. Además, como decía Goethe, da más fuerza saberse amado que saberse fuerte.

  1. (https://www.turismoquindio.com/municipios/armenia)

  2. (https://www.elquindiano.com/editorial/20266/demoras-en-obras-de-la-19-para-nada-amables)

  3. (https://www.cronicadelquindio.com/index.php/armenia-tiene-que-ser-una-ciudad-amable)

  4. (www.ecoesmas.com/rehabilitaciónsindromedelaventanarota)

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