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Columnistas  |  25 marzo de 2023  |  12:00 AM |  Escrito por: Faber Bedoya

Desde el séptimo piso: Alrededor de las constelaciones familiares

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Faber Bedoya

Faber Bedoya Cadena

Me invitaron, acudí puntual, juicioso, a un curso sobre las Constelaciones Familiares en el Centro de Convenciones del Quindío. A este piso de la existencia llegó, en forma de dama voluntaria, la invitación y nos pidieron que asistiéramos, que necesitaban compartir con nosotros algunas experiencias sobre este tipo de terapia. Sabía que era una terapia y había oído hablar mucho de ello, sobre todo a una psicóloga amiga que ha hecho leña tratando a las personas partiendo de las transferencias genéticas.

De joven, años atrás, anduve por los caminos del Espiritismo. Mi abuelo y varios tíos practicaron esta doctrina, incluyendo a mi padre, todos fueron guaqueros, y para encontrar los entierros tenían que recurrir a los espíritus, quienes en las noches, en sueños, se les aparecían y les indicaban los caminos a seguir. Mi madre los catequizó, les enseño oraciones y los hizo bautizar a todos en la religión católica, apostólica y romana. Más adelante, me matriculé en una escuela de Masonería, pero todo el entusiasmo se me quitó cuando me dijeron que la matrícula valía 20.000 pesos y era 1980.

Joven aun, que entre las verdes ramas de secas pajas, aprendí cartomancia, quiromancia, lectura del tarot, y fui aprendiz de magia. Era feliz asistiendo donde las pitonisas de barrio, amigo de las gitanas, me hacía leer la mano, el cigarrillo, tenía todo un catálogo de agüeros, leía libros de superación personal, biografías de personajes famosos, asistía a misas de liberación, de sanación. Sabia interpretar los sueños, practiqué Yoga, Feng Sui, imposición de manos, orinoterapia, aromaterapia, esencias florales. En la universidad era el esotérico, el metafísico. Todavía recuerdo mucho de la numerología que aprendí en esas amables calendas.

Otra vez en la vida fue Ella quien se apareció y me condujo por el buen camino. Claro que primero fueron los incontables regaños de don Reynaldo Yépez y el doctor Bernardo Ramirez Granada, en el Rufino J, Cuervo, modelo 1960, quienes me inculcaron la educación como promotora de la persona, y lo demás puede esperar. Y así sucedió, fui profesional y lo demás todavía está esperando. Formamos un hogar, tuvimos tres hijos, nacidos y criados en el respeto y el amor a Dios.

Un día Ella me invitó a una reunión de la Nueva Era, y todo marcho muy bien, me admitieron como discípulo, asistí a varias reuniones y ágapes. Hasta que me presentaron a su maestro de maestros, Melquisedec, y su foto reemplazó el cuadro del Sagrado Corazón de Jesús que nos regalaron de bodas los padres de ella, y hasta ahí llegué. Me negué a cambiar mis creencias religiosas, mi fe por Jesús, porque los santos, y la virgen y toda su cuadrilla. La respuesta fue, que salimos, el cuadro y yo de la pieza principal y fui expulsado del grupo, y me fui a freír espárragos. Mi paso por la Nueva Era, fue muy fugaz.

En el centro de convenciones del Quindío la música era espectacular, engalanado con fotos de los sitios turísticos regionales, una logística digna de un evento trascendental, para el inicio al curso sobre las Constelaciones Familiares. Me entregaron una escarapela, una libreta, un lapicero y el vale para el almuerzo. Éramos 200 personas en la jornada de hoy. Después de las presentaciones de rigor, una voz cadenciosa y meliflua, dijo por los altoparlantes: El objetivo del encuentro de hoy es identificar la información inconsciente heredada del sistema familiar que nos mantiene atrapados, para poder liberarla y comenzar a elegir cómo queremos vivir. Es ese legado psicoemocional familiar que está influyendo en nuestra vida.

Descubrir que la mayoría de las personas reproducen de forma inconsciente las dinámicas y patrones de sus familias y estas sesiones pueden ayudarnos a descubrir y reinterpretar esos patrones inconscientes para encontrar soluciones a nuestros conflictos latentes. Es una terapia existencial basada en una profunda introspección a su psique. Y siguieron muchos más presupuestos conceptuales.

Nos dividieron en pequeños grupos. Discutimos un cuestionario de 10 preguntas, sacamos conclusiones, nombramos un relator, no fui yo. La presentación de todos los relatores fue en video win, cuando se repetía, se cancelaba una de las dos. Al final quedaron unas conclusiones muy concisas, objetivas, las cuales fueron objeto de complemento por los orientadores del curso, y vino una anhelada sesión de preguntas finales.

Inscribí mi pregunta, sin nombre, fue leída, esta decía, soy abuelo de tres niños, dos nacidos en el extranjero y otro en Duitama, Boyacá, ¿consideran ustedes que ese legado psicoemocional que influyó en mi vida, traída de mis mayores y continuada en mis hijos, se interrumpe, se corta y no influye en el comportamiento de los nietos, dado su lugar de nacimiento y residencia?

Puede ser.

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