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Cultura  |  21 mayo de 2023  |  12:00 AM |  Escrito por: Administrador web

Escribir la historia: un baile "apretadito" entre el cuerpo y la memoria

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Un texto de Juan Felipe Montealegre, Filósofo y Sociólogo, Universidad Nacional de Colombia

La fiesta es comunidad, es la presentación de la comunidad misma en su forma más completa (...) ¿Qué quiere decir “celebrar una fiesta”? ¿Tiene “celebrar” tan sólo un significado negativo, “no trabajar”? Y, si es así, ¿por qué? La respuesta habrá de ser: porque evidentemente, el trabajo nos separa y divide. Con toda la cooperación que siempre han exigido la caza colectiva y la división social del trabajo, nos aislamos cuando nos orientamos a los fines de nuestra actividad. Por el contrario, la fiesta y la celebración se definen claramente porque, en ellas, no sólo no hay aislamiento, sino que todo está congregado (...) Saber celebrar es un arte. Y en él nos superaban ampliamente los tiempos antiguos y las culturas primitivas.

— Hans-Georg Gadamer, filósofo alemán. La actualidad de lo bello (1977).

Quizá ningún otro mes del año logra estimular tanto nuestros sentidos como diciembre. Querido por la gran mayoría y subestimado por otros cuantos, no hay duda de que el décimo mes del antiguo calendario romano representa un tiempo de excesos sensoriales. Las luces multicolores del alumbrado navideño que engalana fachadas, pesebres y caminos, así como los juegos pirotécnicos que recrean el alborozo de los astros a costa de la tranquilidad de uno que otro amigo perruno, componen la atmósfera visual de las fiestas decembrinas.

Pero también colman los sentidos del gusto y el olfato, rayando a veces —¡Díos mío, qué pecado!— con la gula; porque diciembre, al ser el mes gastronómico por excelencia, expele su propio aroma: huele a pólvora y alcohol, claro, pero también a la natilla y los buñuelos de la abuela, al vino y las galletas de las novenas comunales, y al delicioso banquete que tradicionalmente adorna y enriquece las mesas de los hogares colombianos. Incluso el desdichado, que por cosas de la vida terminó haciendo de la calle su habitación, de las inclemencias del tiempo su rutina y de la indiferencia social su pan de cada día, recibe con gratitud un trozo de luz, una porción de energía y un sorbo de calor que lo ha de reconciliar con la prosaica existencia.

Aunque sea por estos ilusorios treintaiún días, el amor, la fraternidad y la solidaridad se apoderan de las acciones compartidas entre extraños y desconocidos, como símbolo de la necesidad de superar los odios, las penas y los desengaños que atraviesan el diario vivir de los meses anteriores. El suave perfume de las buenas intenciones, de los deseos de reconciliación y del espíritu de familia brota espontáneamente en estas fechas, mezclándose con el bálsamo agridulce de la nostalgia y, a veces, de la melancolía.

En diciembre, todo —el mundo y la vida—, adquiere un tono más poético. ¡Qué sería de toda esta atmósfera festiva sin música! Y es que no se trata de cualquier música, sino de aquella que invita a mover el cuerpo entero, y a saborear las letras de locura y romance hasta el cansancio o el placer. De este modo, hombres y mujeres colombianos de la década de 1960 en adelante, debemos al señor Antonio Fuentes (1907-1985) —cartagenero y melómano de oído exquisito—, haber forjado la identidad musical de nuestras fiestas de fin de año, gracias a la creación del sello Discos Fuentes (1934), que en 1961 lanzaría el primer volumen de los inolvidables “14 Cañonazos Bailables”. Este año (2022), tendremos el gusto de bailar con la versión número 62 de este importante álbum, que sin dejar a un lado aquellos tiempos mozos, se actualiza cada vez con el fin de llegar a las nuevas generaciones que disfrutan de la buena música decembrina.

Los “14 Cañonazos” surgen, sin embargo, en el doloroso contexto de la “Violencia bipartidista”, que pronto derivaría en la creación de la que, hasta 2016, fue la guerrilla más antigua del continente americano. Esos “14 Cañonazos” comenzaron a sonar en las primeras radiolas y tocadiscos de los hogares, mientras Ejército y guerrilla “bailaban” al son de los fusiles en la selva y las montañas del país. Mientras la música de los “14 Cañonazos” propiciaba un baile que celebraba la vida, la música de los fusiles no podía degenerar más que en la repetida coreografía de la muerte que aún hoy seguimos presenciando. En todo caso, parece ser que los objetos bélicos siempre acompañan las escenas, tanto de la vida cotidiana, como de la vida nacional. Y de lo que se trata, entonces, es de resignificar dichos objetos, hasta el punto de convertir las armas en instrumentos de paz, los cañones en algo bailable, las escopetas en guitarras y las balas en bolígrafos, para componer y escribir una nueva historia de nuestro querido país.

A continuación, el lector y la lectora se transportará a las décadas de 1960 y 1970, en las que la música de los “14 Cañonazos Bailables” ambientaron las interesantes historias sobre aquellas fiestas y reuniones realizadas en la región del Quindío, con las cuales —como diría don Gustavo “El Loco” Quintero— “empezaron papá y mamá…”. Historias protagonizadas por cada uno de los autores, miembros activos del Taller-Tertulia “café&letras renata”, sin cuya iniciativa no hubiera sido posible recuperar la memoria de estas experiencias alrededor de la música tropical, el “chucu-chucu”, el merecumbé, el porro, la cumbia rocanrolera y la salsa, entre otros ritmos tradicionales de los diciembres colombianos.

Las nuevas generaciones tienen por lo tanto a su disposición el retrato fiel de las costumbres festivas y carnavalescas de aquellos años. Un primer cuadro nos lo ofrece don J. Jairo Torres, al mostrar cómo eran esas rumbas desde la perspectiva de Martina, la consentida de la casa. Los rasgos de la moda gogó y yeyé de los años 60’s, y la influencia de la Caseta Matecaña y de “El Loco” Quintero en el ambiente decembrino quedan perfectamente recogidos por doña Yolanda Jurado y doña Stella Muñoz respectivamente.

Luego, don Angelmiro Ortiz reconstruye su historia de fina coquetería y enamoramiento al son de las radiolas y los “LP’s”. Por su parte, don Enrique A. González habla de la década de la contracultura y elabora una breve historia cultural de la región a través de la crónica de dos íntimos amigos amantes de la música de los “14 Cañonazos”.

Las remembranzas del colegio público, junto con la descripción de los ritmos de la vida cotidiana y las formas de solidaridad entre amigos y amigas, están a cargo de don Luis Carlos Vélez, al tiempo que la voz de doña Gloria Suárez se centra en la manera como la música bailable repara mágicamente las brechas etarias y sociales, gracias al “goce en la rumba” de nuestros ancestros. Doña Luz Marina Arias destaca las icónicas mariposas amarillas de Macondo, la vida de colegio, el trabajo social y la chicha decembrina, mientras que don Gilberto Zuleta da rienda suelta a las historias cargadas de sensualidad, licor y coquetería. Las historias de amor que se iniciaron con esta música continúan por cuenta de doña Silvia Vélez; y doña Myriam Zuleta nos cuenta la divertida historia del “bus de la alegría más famoso del barrio” El Placer, al interior del cual se alistó la gente para celebrar el aniversario número 85 de Armenia.

Entretanto, don Miguel Rivera señala el contraste entre las rumbas del presente y las fiestas del pasado, y el modo en que las formas de bailar se han transformado con el paso de los años. Don Mario Vargas recuerda cómo la música de los “14 Cañonazos” había servido para soportar la violencia liberal-conservadora que acechaba la región, y también cómo se frustró el viaje a la “Ciudad amurallada”. Finalmente, doña Ofelia Arévalo nos presenta una interesante cartografía musical de la ciudad de Armenia, haciendo memoria de los viernes culturales en la Universidad del Quindío y del cambio en los ritmos musicales debido a la llegada de la salsa a través de Buenaventura. Don Álvaro Pineda cierra esta colección de imágenes sonoras con una escena típica decembrina, protagonizada por la voz principal de Los Hispanos, el sacrificio animal y la preparación de una deliciosa natilla.

Para construir cada uno de estos relatos, fue preciso que tanto la pluma —si se escribe a mano—, como los dedos — si se escribe en el computador—, bailaran en consonancia con el recuerdo vivo de aquel cuerpo joven que en su momento gozó con los “14 Cañonazos Bailables”, cuyas “pachangas” tenemos hoy la oportunidad de conocer, desde el punto de vista de lo bien que se pasó. ¡Salud!

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