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Columnistas  |  06 junio de 2023  |  12:00 AM |  Escrito por: Julio César Londoño

La reacción Worp

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Julio César Londoño

Julio César Londoño

Aldous Worp parecía un niño normal pero tardó mucho en caminar y no ha hablado nunca, si descartamos los ¡huy! que lanza cuando algo —una nube, una piedrita o sus propios dedos— le llama la atención.

Asistió a un instituto de niños especiales hasta los seis años de edad, momento en que sus intereses se concentraron en un depósito de chatarra de la vecindad. Se pasaba los días hurgando en los montones de latas y fierros. El propietario del depósito lo quería como a un hijo.

Un día Aldous llevó a su casa una rueda dentada y la guardó en el gallinero del patio. Así empezó el proyecto que se cristalizaría años después.

En el intervalo, Aldous fue llevando decenas de piezas metálicas, grandes o pequeñas, de la chatarrería al gallinero.

Con la llegada de la pubertad, el acarreo de piezas cesó. Aldous no volvió al depósito y dedicó todo su tiempo al televisor y a la masturbación. Fue una etapa difícil en el hogar de los Worp. Su padre recuerda que se volvió irascible, pero su motricidad fina alcanzó una precisión prodigiosa. Aldous podía desenredar los ovillos de hilo de su madre sin despegar los ojos del televisor o armar castillos de naipes de un metro de altura en segundos.

Un día se levantó muy temprano, fue al gallinero, escogió algunas piezas del montón de fierros y empezó a ensamblarlas unas con otras. Por fortuna el padre, intrigado por el madrugón de Aldous, lo espió y pudo ser testigo de esta fase del proceso. “Lo que más me asombró —contó luego— fue que cada cosa encajaba perfectamente con alguna otra. No importaba que fuera el resorte de un colchón o un batidor de huevos oxidado”.

Podemos suponer que en sus largas soledades el muchacho ya había encendido la máquina, pero la primera reacción Worp controlada tuvo lugar el 24 de septiembre de 2018.

“Llegamos a la casa de los Worp a las 3:46 de la tarde —dice el informe de Lion Miller, funcionario de la NASA. El asunto había trascendido—. La estructura estaba en el patio, afuera del gallinero. Era como un insecto mohoso de 2,57 metros de altura y 842 kilogramos de peso. Aldous Worp cogió una vieja rueda dentada, trepó a lo alto de la estructura y descendió por la parte interna. Reapareció sudoroso al cabo de siete minutos, descendió de la estructura, entró en la casa, regresó corriendo, tenía la boca untada de chocolate, dio vueltas por el patio, se detuvo frente a una palanca que sobresalía del armatoste, tomó la esfera de cobre que la remataba y movió la palanca en círculos. Lo que siguió fue extraordinario. Oímos un rumor creciente, como una gran caída de aguas, el suelo se iluminó con un resplandor violeta, la armazón se levantó 20 metros en el aire y permaneció allí casi un minuto, oscilando como un escarabajo gordo mientras Aldous saltaba abajo bañado en luz violeta y llenado de gritos felices la tarde y el patio”.

“Aunque el aterrizaje fue muy aparatoso, el ensamblaje resistió la maniobra y los trastos permanecieron en su lugar”.

Como los padres de Worp no supieron explicar nada, las investigaciones se centraron en la máquina. Pero el ajetreo de los técnicos irritó mucho a Aldous: se internó en la cosa, sacó la vieja rueda, la tiró al suelo, desmontó el ensamble pieza por pieza y devolvió todo al gallinero.

Y allí están hoy. A pesar de los ruegos de los científicos, Aldous no rearmó nunca la nave. Va a cumplir 21 años, tiene la apariencia de un chico de 15 y ya no hace nada, ni siquiera zapping en la televisión.

A veces se arroba contemplando alguna maniobra prensil de sus manos, exclama ¡huy! y vuelve a su oscuro mutismo.

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