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Columnistas  |  09 junio de 2023  |  12:00 AM |  Escrito por: Roberto Estefan-Chehab

Buen viaje, amigo mío

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Roberto Estefan-Chehab

Roberto Estefan Chehab                         

Vamos caminando, cada cual con su equipaje. No es fácil y sin embargo vale la pena. La vida exige esfuerzo y constancia, no se puede desfallecer. A veces llegan momentos en los que se puede perder la fe, se instala la soledad y el abatimiento amenaza con arrojarnos a la desesperanza. La ciencia habla de depresión, los psicólogos de crisis, los sacerdotes de prueba: todo puede ser cierto y según el contexto surgen propuestas para enfrentar la confusión que parece instalarse en el alma. Cuando aparece un amigo, gran parte del desconcierto cede y la luz se vislumbra: ya no hay soledad y la esperanza brinda la fuerza necesaria para seguir. La amistad es un bálsamo Y cuando se cultiva y crece, ya nunca estaremos solos. La vivencia de una amistad es intensa, se fortalece con el tiempo y llega hasta el punto de prepararnos para aceptar que la muerte puede arrebatar la presencia, pero nunca la esencia. Por eso la amistad es un tesoro incorruptible: trasciende para siempre. tantas veces compartimos momentos agradables, tertulias, paseos, espacios familiares, reímos, cantamos y brindamos por la vida. Abrazos no faltaron y tampoco lágrimas cuando, en situaciones dolorosas, nos sentamos el uno al lado del otro a compartir nuestras cuitas. Hubo segundos de impotencia, para decirnos algo, solo necesitábamos saber que ahí estábamos, el uno cerca del otro guardando un silencio respetuoso y con eso el alma se llenaba. Jamás una indelicadeza, nunca una agresión y mucho menos un abuso de confianza. El respeto a las ideas, los conceptos, la ideología y, sobre todo, el compartir serenamente, sin conflicto, una escala de valores, unos principios. Conocimos a nuestros padres, los ancestros formaron parte del contexto, compartimos con ellos y los despedimos juntos, igual que no faltó el abrazo en otras horas de dolor, tampoco el grito autentico de alegría en situaciones de celebración. A veces una sugerencia, un jalón de orejas, una observación en doble vía que siempre fueron bienvenidos porque estaban enmarcados en el amor. Por épocas, un silencio: la vida se nos “enreda” aunque el tiempo continúa su trasegar inexorable lo que genera la ilusión de que unos meses parecen unos días, pero, nunca, jamás, un frío en el alma, una real distancia un debilitamiento del cariño. Si hubo algún reclamo, no fue más allá de un “estamos muy perdidos” “llámeme hombre” “aquí estoy siempre”. Lo teníamos muy claro. Nos conocíamos realmente y por eso nuestro sentimiento fraterno no era voluble, ni endeble, ni “tibio”. Siempre estuvimos prestos el uno para el otro. Puedo decir que en treinta y siete años no faltó un saludo de cumpleaños, ni de navidad ni año nuevo. Tampoco soledad en momentos en que nos buscamos. Varias veces tocamos el tema de la enfermedad y de la muerte. No había temor ni reserva, pero confieso que sí aparecía una “nostalgia adelantada” lo cual lograba hacer que cambiáramos de tema sin ahondar demasiado. Y, como era de esperarse, ese momento llegó con la angustia que produce la impotencia para ayudar a impedir el sufrimiento físico. La tristeza, la rabia, de alguna manera, la esperanza truncada ante la realidad. Ambos teníamos razones para saber que podría llegarnos prematuramente; los dos teníamos claro que a pesar de ello no renunciaríamos a lo que nos gusta, sin dañar a nadie. Algunos lo llaman “morir en su ley”. Hoy le digo a Dios: ¡Gracias Señor porque me diste un amigo! ¡Gracias Señor! Porque a mis años brota una lagrima desde lo profundo de mi ser cuando al lado de sus cenizas lo despido de este plano terrenal quedando con el alma llena, con los años imborrables, que hubiesen podido ser muy distintos, de un compartir con un ser excelente, integro, amoroso con todos, responsable, prudente y cumplidor a mas no poder. Hasta pronto Alvaro Velásquez Echeverri, mi entrañable amigo. Te llevo en el alma. [email protected]     

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