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Columnistas  |  08 octubre de 2018  |  12:00 AM |  Escrito por: Laura Barrios Quintero

De niña, quería ser abuela

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Laura Barrios Quintero

Recuerdo la casa de rejas verdes en Villa Andrea, donde me sentaba a escuchar hablar a la abuela Laura después de una tarde cazando grillos en el parque.

Me gustaba estar ahí, pero yo nunca le dije cuánto. Me gustaba escuchar sus historias de espantos, hechizos, viajes, guerras y guerrillas. Mientras mi abuela, sentada en su mecedora, hablaba, en mi cabeza se iba recreando cada parte de su historia. Fui al cafetal donde a una tía se la llevó un duende. Estuve en la plaza donde a un abuelo mataron por ser liberal. Recorrí la finca donde ella, rodeada de tanta violencia, temía por sus hijos. Estuve en su natal Tolima y en la Bogotá de sus tiempos. Me imaginé la muerte de Gaitán y sentí pesar por la tristeza que ella y su esposo sintieron en ese momento. Fui su asistente cuando de niña, un hombre mayor la utilizaba para comunicarse con espíritus. Me impacienté con las travesuras de mi papá y sus 14 hermanos. Sé que estuve en muchos otros lugares mientras ella hablaba, sé que con sus palabras, me espanté, me emocioné, sentí ganas de llorar y me reí. Eso lograba mi abuela con cualquiera que le escuchara: ella era una narradora innata.

Por eso, cuando de niños mis primos querían ser biólogos marinos, veterinarios, cajeros, policías, modelos o Shakira, yo quería ser abuela. Soñaba con sentarme en una mecedora a contar historias, no importaba si eran mías o de otros. Soñaba con contar los viajes del biólogo marino. Quería ir a la guerra y volver para contarla. Quería estar en el campo y regresar para contarle a alguien cuánto le extrañaba. Yo quería ser abuela para que mi palabra, como la de mi abuela, no muriera con ella, para que todo ese baúl de historias no dejara de ser escuchado.

Cuando mi abuela Laura murió, la sala no volvió a llenarse con sus palabras, la casa de rejas verdes en Villa Andrea pasó a ser de otra familia. Ellos las pintaron de color café. La familia no volvió a reunirse, porque ya nadie tenía nada qué contar, o tal vez porque todos sabemos que nadie nunca lo hará como mi abuela. Las palabras de mi abuela Laura se fueron volviendo eco con el tiempo. Yo crecí, dejé de cazar grillos en el parque, pero nunca pude dejar de querer ser abuela. Porque para mí, ser abuela era eso: sentarme a contar historias.

Terminé mis primeros cinco años en una facultad de periodismo, fue lo que más se acercó al sueño de contar historias como mi abuela. Aquí sigo, intentando todavía ser abuela, aunque a veces no me sale.  

 

 

* A mi abuela Laura, a quien en parte le debo la pasión por este sueño que todavía trato de cumplir.

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