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Columnistas  |  20 agosto de 2018  |  12:00 AM |  Escrito por: Manuel Gómez Sabogal

Da Vinci también cometía errores

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Manuel Gómez Sabogal

Los centros comerciales tienen de todo. Es más, aun lo que no necesitemos lo compramos. Isabella no se antoja sino de entrar a los 245 locales de cada uno de ellos.

Este fin de semana, quiso jugar, correr, sentarse, buscar niños de su edad para sentarse a compartir con ellos y a conversar acerca de sus inquietudes. Cumplirá 10 años el 14 de mayo.

De pronto, como por arte de magia, vio los juegos y allí entramos. Jugó como nunca. Entró a todos y sacó las fichas para reclamar premios. Jugamos un rato donde a ella tanto le gusta.

Al salir, encontramos que estaban los cuadros para pintar. Se detuvo y eligió uno. Pidió lo necesario, se sentó y empezó a pintar.

Estuve un poco distante para que se concentrara y no tuviera problemas con su obra de arte. Antes de terminar, me arrimé, me senté a su lado y miré una pintura con bellos colores. De pronto, le dije: “te saliste de la línea”

Me miró y sin sorprenderse mucho, me contestó: “Da Vinci también cometía errores” y sin inmutarse, continuó pintando.

Los niños y jóvenes tienen demasiadas ideas, frases, emociones que muchas veces no vemos, ni analizamos. Ellos, con las tecnologías, hacen, escriben, leen, inventan, pintan, complementan. Son diferentes a los mayores.

Por la frase de Isabella, entendí que ella escudriña muchos elementos y es capaz de salir adelante, dar respuestas demasiado adecuadas y sorprendentes. Ella, una niña de casi 9 años, está dispuesta a ser cada día mejor. Ella sabe que la vida es linda y la disfruta cuando dibuja, ríe, sueña, se expresa, juega con otros niños.

Me regaló una de sus pinturas y me dijo: “Abuelo, para que te acuerdes de mí, siempre”. Fue a mi oficina y sin que me diese cuenta, me dejó dos hojas en la cartelera: “Abuelo, te quiero mucho, eres especial. Te quiero mucho”

Solo sé que un padre está para educar, pero un abuelo siempre ha estado para malcriar y consentir. Ahora, cuando la hija de mi hija llegue a Canadá, empezarán los regaños de mi hija, porque dirá que nunca la traté así. Yo, como siempre, le contestaré: “Lástima que no nazcan primero los nietos”

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