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Columnistas  |  20 agosto de 2018  |  12:00 AM |  Escrito por: Luis Antonio Montenegro

Ficciones: el calendario egipcio. Mirando al cielo para entender el río

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Luis Antonio Montenegro

“Los caminantes antiguos

miraban el cielo para enrutar los senderos

una estrella en lo alto y el gnomon

elemental marcaban su destino”

de REMEMBRANZA. -LAMP

 

Con sólo mencionar este gentilicio se convocan las Pirámides, el Nilo, los Faraones. Acuden a la memoria la inmortal historia de Cleopatra, Julio César y Marco Antonio, el áspid, las momias, los esclavos. Sus monumentales pirámides nos hablan de un avanzado conocimiento de la geometría y la aritmética, de la topografía, y de profundos elementos religiosos y astronómicos, donde los ritos funerales, la trascendencia al más allá dejaron huellas para la posteridad que ellos nunca imaginaron. Y entre los muchos aportes a la civilización humana, se cree que inventaron la navegación a vela, por inspiración de la diosa Isis y quién sino ellos, eximios navegantes por el Nilo y el Mediterráneo.

Sin embargo, hay algo que no fluye al instante, que hay que escarbar para encontrarlo, pese a ser también un legado de enorme importancia. Se trata de su calendario. Los egipcios inventaron el primer calendario solar. Y su elaboración da fe por sí misma de la visión cósmica, de la proyección cosmológica de su cultura. El gran referente astral era Satis, la maravillosa binaria Sirius, la estrella más brillante del cielo, en la constelación del Perro Mayor, cuyo orto helíaco coincidía con la fiesta solar del solsticio de verano y con la puntual e inevitable crecida anual del Nilo. El páter río cuyos ciclos vitales se cumplían con una pasmosa precisión, signando de vida y de muerte lo vegetal y lo animal que habitaba el valle. Los egipcios iniciaron su contabilidad temporal, su calendario, precisamente cuando el orto helíaco de Sirius coincidió con el día uno del mes Thoth, el primero de los doce meses de su año. Con ello iniciaron la llamada era Sotiaca. Era el año 2782 antes del cristo. Pero no se trataba de un simple calendario civil, sino de algo exclusivo de los iniciados, para uso cerrado de los sacerdotes, quienes manipulaban la información sobre los ciclos del Nilo y las fiestas religiosas, calculados a través de sus observaciones astronómicas, como una forma de poder divino sobre la masa de los mortales.

El año egipcio se componía de doce meses de treinta días cada uno. Los cuales suman 360 días. Al final, añadían 5 días complementarios que llamaban epagómenos, dedicados a los nacimientos de los dioses Osiris, Horus, Seth, Isis y Neftis. Los meses se agrupaban en tres estaciones de igual duración, mientras que el día era de 24 horas y comenzaba a la medianoche. Todas estas cifras tan sencillas, resultan impresionantes por su alta precisión. Sin embargo, al igual a lo que pasaría centurias después con el calendario Juliano, la acumulación del desfase de los decimales cada día, llevó a que el verano empezara en la mitad del invierno. Error evidente plasmado en el reverso del papiro médico Ebers, marcando la discordancia entre el calendario civil y el astronómico-sacerdotal. Para ello, en el año 238 antes del cristo, se reunieron en Canopus, en el templo de los dioses Evergetas (1) los jerarcas de los sacerdotes gramáticos, los hieráticos letrados, conocidos como los hierográmatas, con los demás jefes religiosos, para resolver el problema del desfase, presentando como solución, la de añadir cada cuatro años un día más a los epagómenos (2). Pero los celos y las mezquindades entre tan elevados sabios, llevaron al fracaso el ajuste, tal como si se tratara de una premonitoria reunión de honorables senadores, agarrados a mordiscos por sus intereses egoístas, dos mil trescientos años más tarde, en un país ecuatorial que se llamaría Colombia.

Es asombroso observar esa conexión cósmica de los egipcios. Desde el légamo de las inundaciones del Nilo, miraron al cielo, a la estrella más brillante. No se limitaron a construir diques y canales de riego. Elaboraron y legaron a la posteridad un calendario solar de magnífica precisión. El más complejo y exacto de los antiguos conocidos. Como ocurre con casi todos los calendarios, está inspirado por los dioses y determina improntas religiosas y poderes sacerdotales para los oficiantes, intermediarios de los designios de los cielos.

Perdida definitivamente la independencia de Egipto por la invasión romana, cuando en el año 30 antes del cristo, Octavio entró en Alejandría, transformándolo en otra provincia romana, las reticencias de los sacerdotes por abandonar su calendario, se apagaron ante la historia dos décadas más tarde, cuando el emperador Augusto decretó el uso oficial y único del calendario juliano. Este mandato imperial enterró el primer calendario solar, convirtiéndolo en material para los historiadores. Seiscientos años más tarde, a principios del siglo VI de nuestra era, se eliminaron los vestigios finales de la fabulosa cultura egipcia, cuando Justiniano I prohibió los oficios paganos celebrados por los últimos sacerdotes de la diosa Isis, en el templo de la isla Filae en el inmortal Nilo. Ratificando una lección básica, una y otra vez experimentada por la civilización humana: el poder nunca mira a las estrellas, ni tiene una visión cósmica. Su voz brota del filo de la espada y del fuego volcánico de las armas. Los imperios imponen su cultura a sangre y fuego. Los Dioses únicos de los monoteístas luchan a muerte con cualquier competencia de advenedizos dioses que pretendan usurpar su trono celestial.

 

Luis Antonio Montenegro Peña

[email protected]

Twitter: @gayanauta

 

 

 

(1). - Los Evergetes son los dioses bienhechores.

(2).- En 1.866 fue hallado en Canopus un edicto dictado por Tolomeo III Evergetes I, escrito en jeroglífico, griego y demótico, en el cual ordenaba rendir culto a él, a su esposa y a su difunta hija, haciendo, además, referencia a la reforma: “Para que las estaciones se sucedan según una regla absoluta y según el orden del mundo, y para que no suceda que los ritos y fiestas que corresponde celebrar en invierno caigan en verano, a causa de la alteración de un día cada cuatro años, en la salida del astro (Sirio); y que tampoco otros ritos y fiestas celebradas en verano caigan más tarde en invierno, como ya se ha visto y acaba de suceder; de hoy en adelante, en el presente año, compuesto de 365 días más los 5 adicionales, y luego cada cuatro años se intercalará, entre los 5 días epagómenos y el nuevo año, un día consagrado a la fiesta de los dioses Evergetes.”

 

 

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