Los nietos se burlan de los abuelos, sin pretenderlo. Lo hacen simplemente, porque sienten que los abuelos son eso, abuelos.

Muchas veces, cuando se burlan con frases o palabras, hasta los abuelos se ríen de esas precocidades de sus maravillosos nietos.

Los niños distinguen muy bien a los abuelos. Porque son los alcahuetas y los defienden siempre de los monstruos: sus padres.

Caminar con Isabella por cualquier calle o incluso en un centro comercial da para muchas torturas inocentes que la niña, sin querer, hace al abuelo.

Encontrarse con dos viejos amigos, dedicados a la charla y quienes gozan con cualquier detalle, no tiene precio.

Guido, un viejo cariñoso, agradable y dicharachero, dueño de una cafetería que no tiene horario, pues abre cuando se acuerda y cierra temprano para llegar rápido a casa.

Ya lo conocen perfectamente y saben que los alimentos que expende en su cafetería son frescos y muy deliciosos. El único problema con Guido es que siempre tiene los mismos. No aumenta la ración, porque sabe que se le pueden quedar. Prefiere decir: “se acabaron”

El viejo Manuel, reconocido personaje, vigilante en un reconocido centro educativo, quien tiene mirada de viejo gruñón, pero que, al conversar con él, se encuentra con historias maravillosas. Recuerda quiénes son estudiantes, egresados y reconoce fácilmente a todos los docentes, quienes, obligatoriamente, pasan por su lado.

Es de una chispa increíble, porque cuando se le da confianza, no lo detiene nadie. Es un gocetas.

Hace unos días, caminando con Isabella por la calle peatonal, los dos amigos se hallaban sentados conversando.

De pronto, el impertinente Guido le grita:

Niña, a usted no le da pena salir con ese viejito tan feo.

Yo pensé que Isabella nada iba a decir y en menos de dos segundos, le contestó:

Ja, eso no es nada. Cuando era joven era peor