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Columnistas  |  17 octubre de 2018  |  12:00 AM |  Escrito por: Carlos Alberto Agudelo Arcila

Desentrañismos

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Carlos Alberto Agudelo Arcila

La felicidad existe, así no se vislumbre hombre feliz. Es como una casa sin quien la habite, por temor a presuntos fantasmas residentes en ella. La casa se divisa, aunque ningún ser humano la llegue a morar. Se vive con el temor de ser dichoso y esta actitud obstaculiza observar lo intrínseco del éxtasis, la convierte en un imposible, en paranoia constante de estar perseguido por la pesadumbre. En conclusión, la felicidad es un palacio dentro de cada quien y nosotros sus inquilinos fantasmales.

Moralistas hipócritas al tratar de flagelar el placer ajeno con acotaciones perversas, bárbaros que les atrae eyacular fastidios, por el placer que les produce su ser exiguo, narcisismo de la mediocridad…

Licantropía del perro, cuando aúlla a la porción de luna en manos del ladrón.
Perdón objetivo hacia el error subjetivo, infalible perdón.

Solo el cristianismo científico salva al hombre de seguir siendo crucificado, por la farsa cristiana.

Especula ballenas dentro de la botella cuando transporta cartas póstumas, hasta la playa donde el rocío se torna mar.

Si hablo conmigo mismo, de igual manera como si lo estuviera haciendo con un enemigo, en poco tiempo me reconocería como hombre del cual hay que cuidarse, hasta llegar a la conclusión de lo urgente de empezar a querer al enemigo como si fuese uno mismo, esta actitud vivirla como un instinto de conservación, para bien de ambos.

Entre el talento y el carácter observo la misma distancia que hay desde la hormiga a la lengua del oso hormiguero.

¿Existe un ego de hombre en el simio? ¿Por qué el mico se da golpes de hombre en el pecho? ¿Por cuál motivo el orangután no oficia misa? ¿Hay lógica en la arrogancia de no llamar mico al hombre y hombre al mico, si ambos son adictos a la estupidez?

Busca algo no sé qué. Algo busca. Quizá un día repleto de silencios. O una gota de lluvia perdida en el ramaje. A lo mejor la palabra derramada en el más sombrío balbuceo. Tal vez la luz en el punto exacto de la úlcera. De pronto la boca sangrando la verdad. Acaso el dedo que apunta hacia las cinco. Las cinco de un tiempo cualquiera. Las cinco del grito apedreado. Las cinco en la memoria de la despedida. Las cinco de la vasija dibujada en el papel donde a la vez se escribe…busca algo no sé qué. Algo busca…

El perezoso es el animal más holgazán del mundo, sin contar con cierto prototipo de humanos que le ganan a la tortuga en pereza, hasta el grado de sobrepasar el animal más gandul del orbe.

Comprender al otro es empezar a descristalizar el valor agregado que tenemos de nosotros mismos.

Si la fama no viene acompañada del olvido no puede llamarse fama, debido a que el renombre es el anverso de una moneda, en la que pronto se observa brillar, con más intensidad, el revés de la inadvertencia.

Como si fuese una profecía puntual, el incendio de la realidad deja en cenizas la gloria.

Sentirse importante causa gibosidad mental, al cargar con un delirio más a cuestas.

La audacia es uno de los trasfondos del ego.

“La línea recta es el camino más corto entre dos puntos”…y la idea de la circunferencia es el camino más breve para imaginar un gol.

Si por naturaleza la mujer fuese fea, celebraríamos la existencia de los ojos ciegos… para evitar este espejo...

Es perverso recordar algo que nunca nos despertó la capacidad de asombro.

Si la belleza fuera objetiva no existiría belleza.

En ocasiones el pensamiento subjetivo es femenino y por lo femenino muchos atractivos objetivos perpetúan la belleza.

 

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