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Región  |  05 diciembre de 2019  |  04:14 AM |  Escrito por: Edición web

El terror a los asaltos, después de los saqueos: el caso de Armenia, similar a Bogotá y Cali

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Por Miguel Ángel Rojas Arias

El terror que vivieron los ciudadanos de Cali y de Bogotá hace un poco más de una semana, tras el inicio del paro nacional que aún persiste, nos trajo a la memoria un acontecimiento similar sucedido en Armenia después del terremoto del 25 de enero de 1999. Todo indica que después de los saqueos provocados por un hecho espontáneo (las protestas del paro nacional, como en estos días, o un terremoto como hace 20 años en Armenia), la psicosis se apodera de la gente más afectada, y viene un enorme delirio de persecución nocturna, un miedo inconmensurable de ser atacado, y empieza a ver fantasmas armados por todas partes. Y, más ahora, cuando las redes sociales se inundan de mensajes irresponsables.

Queremos revivir los hechos sucedidos en Armenia, dos días después del terremoto, y luego de los saqueos que provocaron una enorme sensación de inseguridad, similar a los sucedidos el 21 y 22 de noviembre de este año en Cali y Bogotá.

Un periódico nacional llamó esa noche de miedo en Armenia, la “Noche de los cuchillos largos”, ocurrida durante las 72 horas siguientes al terremoto sucedido el 25 de enero de 1999 en el Eje Cafetero. Un día después del terremoto, ciudadanos del común atacaron tiendas y supermercados en busca de comida para sobrevivir, y, al tiempo, organizaron patrullas armadas para defenderse del vandalismo que azotó las ciudades de Armenia y Calarcá.

Los hechos, frente a la tragedia

En Armenia, miles de personas amanecieron ese miércoles 27 de enero de 1999, hambrientas, después de dos noches a la intemperie, en medio de la lluvia y el frío, sin esperanzas y con una confusión mental que rayaba en el aturdimiento. Eran las más de 100.000 víctimas del terremoto, evento sísmico que dos días antes había destruido el 70% de la infraestructura física de Armenia, capital del departamento del Quindío, con un saldo de casi 1.000 muertos y 3.000 heridos. El colapso del sismo de 36 segundos, apenas empezaba.

El hambre acechaba en casi toda la ciudad, pero sobre todo en los barrios antiguos y marginados, que dejaban ver, por primera vez, en una región “rica, joven y poderosa”, la miseria que guardaba en sus entrañas.

Grupos de hombres se organizaban en diferentes zonas para reclamar los alimentos que el gobierno nacional y los organismos solidarios anunciaban por la radio. En los supermercados, colas inmensas de gente para comprar víveres, o para recibirlos como donación.

Al pasar de las horas la paciencia de la gente se fue perdiendo, especialmente al contemplar a sus hijos con hambre. Las ayudas del gobierno se quedaron represadas en el aeropuerto Catam de Bogotá o en los aeropuertos del propio Eje Cafetero, donde hubo un riguroso conteo de los víveres, lo que demoró su despacho a las zonas de desastre, por un lado. Y por otro lado, las ayudas de la primera semana no fueron suficientes, por la magnitud de la tragedia. En solo Armenia había más de 100.000 personas esperando alimentos, sin contar los restantes 11 municipios del Quindío y las localidades afectadas de Risaralda, Caldas, Norte del Valle y el Tolima.

Las ordenadas filas en supermercados, tiendas y sede de la Cruz Roja se convirtieron de pronto en una ola de gente, en una masa humana que derribaba puertas y muros y atacaba los estantes repletos de comida. La gente se echaba al hombro cajas de leche en polvo, bultos de panela y de arroz, comida en general, pero también otros artículos no alimenticios como jabones, papel higiénico, utensilios, electrodomésticos, etc. Se veía un río humano entrando y saliendo de los establecimientos comerciales, corriendo con desespero por llevarse lo que fuera. Poco tiempo después, gente pulcra, de buenas costumbres, con una alta dosis de moral, confesaría en la intimidad de sus amigos y la de sus familias que participaron de la turba para conseguir alimentos para su familia porque, aunque tenían dinero con qué comprar, esa actividad fue imposible en las primeras 72 horas después de la tragedia.

El asalta a los comercios

Pero, lo peor estaba por llegar. Del vandalismo a las tiendas y supermercados en busca de alimentos, se pasó al asalto al comercio de bienes y servicios diferentes a comida, como ropa, zapatos, joyas, electrodomésticos, licores, entre otros. Eran grupos con algún grado de organización, que llenaban costales y vehículos con esta clase de artículos. Unidades del Ejército y la Policía se vieron imposibilitados a actuar y fueron convidados de piedra que se limitaron a observar a los vándalos, como más tarde se mostraría en las imágenes de televisión.

Del asalto a los supermercados se pasó al comercio en general, y de éste a las viviendas. Fue entonces cuando la población decidió armarse y defender sus vidas y sus bienes. En absolutamente todos los 186 barrios y urbanizaciones de Armenia en ese momento (Hoy son 349 barrios) se montaron grupos de autodefensas, distinguidos con un pañuelo blanco en la cabeza o amarrado en el brazo, portando rifles y escopetas, pistolas, revólveres, cuchillos, machetes, hachas, palos, o cualquier elemento que sirviera de defensa. Igual sucedió en la mayoría de los locales comerciales, donde familias enteras se mantuvieron adentro, armadas, cuidando sus bienes.

Las autoridades anunciaron que se habían presentado cinco muertos a bala, de disparos que vinieron desde la población civil en su defensa. Los rumores hablaban de más de 30 muertos que fueron cargados en camiones oficiales y desaparecidos. Fueron días de terror, incluso más horribles – para muchos – que el propio terremoto.

La población civil se desarmó sólo después de 15 días, cuando el Ejército y la Policía habían podido recobrar en su totalidad el control de las dos ciudades, Armenia y Calarcá.

Los muertos de los que hablaron varios medios, durante la noche del miércoles 27 de enero, resultaron falsos, como también los asaltos que pusieron en alerta a la población. Medicina Legal certificó, para entonces, a este periodista, que durante la semana comprendida entre el 25 y el 29 de enero de 1999, en el Quindío hubo 814 personas muertas, producto del terremoto, y un solo muerto violento, una persona de origen indígena acuchillada en una riña en cercanías de la antigua galería.

En conclusión, después de que ocurren saqueos en las ciudades, de cualquier origen, hay un pánico generalizado de ataques a viviendas y comercios, un miedo que se expande como una pandemia y que puede provocar tragedias sin control. Lo sucedido en Bogotá y Cali el 21 y el 22 del mes de noviembre pasado, y lo que pasó el 27 de febrero de 1999 en Armenia, es un ejemplo claro de ese pavor y ese miedo que invaden al ser humano de ser atacado inesperadamente.

 

 

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