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Columnistas  |  11 mayo de 2024  |  12:00 AM |  Escrito por: Roberto Estefan-Chehab

A las madres en su día

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Roberto Estefan-Chehab

Roberto Estefan Chehab

Todos tenemos una madre: en la mayoría de las historias, es un ser sagrado que nos guarda siempre. Nacimos de su cuerpo, nos formamos en sus entrañas compartiéndolo todo y demandándolo todo para lograr convertirnos en una persona irrepetible, con identidad propia. A ella le debemos que la vida, como misterio sublime, se fusionó en nuestra existencia y, protegió de ese proceso desde el primer instante. Nada se logra solo con la concepción si no existe el vientre de la mujer que nos anidó y el amor que nos proveyó de la energía necesaria durante nuestra gestación. Solo por eso todos debemos un emocionado suspiro al tiempo que decimos: ¡gracias, madre!  Y una vez separados de su cuerpo continúa para y por siempre un vínculo imposible de romper porque somos sangre de su sangre. En las tablas de la ley de Moisés, el cuarto mandamiento reza: “honrar a padre y madre” lo que tiene un significado profundo al exigir respeto y clemencia hacia quien nos dio la posibilidad de vivir. Sin embargo, no olvidemos que la mamá es una mujer con su propia historia, sus conflictos, ilusiones, proyectos, intimidad y eso no nos pertenece: solo le pertenece a ella, igual que a nosotros nos pertenece nuestro propio albedrío. Mientras se inicia el crecimiento y desarrollo, ya una vez nacidos, es la mamá quien se ocupa, se desvela y está dispuesta a todo para que logremos llegar a la adultez o al momento en que Dios decida y, en ese largo caminar, de acuerdo con las necesidades de cada etapa, es esa mujer quien nos alimenta, nos abraza y nos enseña un universo de experiencias que nadie puede igualar porque es el ser que mas nos ama. Con frecuencia, en este mundo convulsionado y complejo, su labor no es nada fácil al tener que enfrentarse a los retos que demandan las necesidades de techo, alimentación, educación, salud, vestido y también las demandas afectivas y psicológicas. Entonces hay que reconocer cuan grande es el espacio que ella debe ceder, de su propia vida, para cuidar la nuestra. A veces el camino se presenta con escollos complicados y hay mamás que se ven avocadas a decisiones dolorosas que pueden traer secuelas traumáticas en la relación intima madre – hijo: ellas también se equivocan, se asustan, se deprimen, se confunden como cualquier ser humano y por eso jamás un hijo debe juzgar a la madre. Ser adulto implica madurez y capacidad para entender y superar sin el egoísmo propio del niño. La gratitud, la admiración y el respeto son sentimientos que siempre predominaran cuando se dice ¨mamá”. Como en todo, a veces, el amor no se logra edificar y quizás por eso el cuarto mandamiento no dice “amar¨; es entendible pues nadie ama por mandato. Sea cual fuere la situación, no se puede negar que poder llamarse “hijo” supuso un momento sublime en la existencia y esa posibilidad la tuvimos gracias a una mujer que es la madre. ¡Feliz día a todas las mamás! [email protected]        

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