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Columnistas  |  09 noviembre de 2017  |  12:00 AM |  Escrito por: Aldemar Giraldo

Migración hacia los Estados Unidos y educación intercultural

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Aldemar Giraldo

Las migraciones se remontan a los inicios de la humanidad y para muchos científicos, la historia de la humanidad es la historia de aquéllas. Antes de la Segunda Guerra Mundial, las oleadas migratorias hacia los Estados Unidos fueron europeas, pero sin olvidar el grupo africano, traído a la fuerza; a partir de la segunda mitad del siglo pasado comenzó la inmigración hispana masiva, dentro del contexto del llamado “sueño americano”, entendido como “la oportunidad de lograr más riqueza de la que ellos podrían tener en sus países de origen o también, la oportunidad de que sus hijos crecieran con una buena educación y grandes oportunidades, incluso los más pobres pueden ascender a la clase media o más alto. Pero, de hecho, en Estados Unidos es más difícil ascender que en la mayoría de otras naciones desarrolladas” (Hargreaves: 2013).

En nuestro país, la migración al exterior y, en especial, a Estados Unidos se ha dado en tres etapas desde 1810 hasta hoy; en los años sesenta empieza la migración significativa de colombianos al exterior, la cual coincide con las reformas migratorias de Estados Unidos que autorizaron la reunificación familiar, como también, con la demanda de mano de obra en Venezuela durante el boom petrolero de los setenta. Los lugares de destino preferidos en Estados Unidos corresponden al área metropolitana de Nueva York y el sur de la Florida.

Desde los años noventa hasta hoy, en Colombia se da la apertura económica; hay aumento del desempleo y el narcotráfico; se agudiza el conflicto armado; personas de todas las clases sociales y regiones migran en busca de mejores ingresos y de oportunidades laborales, académicas y desarrollo de vida sostenible. La migración de colombianos a los Estados Unidos, actualmente, corresponde a una comunidad residente que ha sido estimada en los últimos años en 798.639 personas, población predominantemente urbana en búsqueda de movilidad social, acosada, especialmente, por razones asociadas a la situación política.

A pesar de que los Estados Unidos es el país receptor del mayor número de inmigrantes hispanoparlantes no siempre ha reconocido y protegido el hecho de la multiculturalidad, sino que ha mostrado deseos de afianzar la unidad e identidad nacionales y sus gobernantes han hecho caso omiso de la misma o han sugerido, olímpicamente, una asimilación total en la cual los grupos minoritarios deben abandonar su patrimonio lingüístico- cultural para convertirse en estadounidenses plenos; se olvidan de que los inmigrantes contribuyen decisivamente a construir esa nueva realidad pluri e intercultural, por cuanto aportan sus tradiciones, creencias y valores y, a la vez, se integran en un contexto heterogéneo no excluyente.

¿Qué ocurre con un inmigrante que se instala en un país sin abandonar su cultura de origen ni su sentimiento de pertenencia a otro país? Aporta sus valores, creencias y prácticas compatibles con los de la sociedad receptora y contribuye a crear una nueva identidad común. Todo ello fruto de compartir intereses comunes derivados de su participación en el sistema productivo y social. La gran paradoja es que los capitales y productos o mercancías traspasan todos los límites geográficos, gracias a la tecnología virtual; basta un “click” o un Tratado de Libre Comercio para que todo viaje a la velocidad del sonido, mientras las personas, verdaderas productoras de esa riqueza encuentran muros infranqueables, reglamentaciones “desde arriba” que hacen imposible el derecho al libre movimiento o al desarrollo de sueños personales.

La pregunta que surge es: ¿Los logros de los Estados democráticos de bienestar son de exclusiva propiedad de quienes han nacido en ellos o se han naturalizado allí? No, pues nacer en un país es arbitrario y muchas veces accidental y esta arbitrariedad “se puede corregir estableciendo el derecho a la libre circulación y la residencia” (Bauböck, 1995), imponiéndose así la realidad pluricultural en una sociedad tendencialmente multiétnica en un contexto global, llegándose paulatinamente al concepto de ciudadanía multicultural que lleva implícitos la diversidad y derecho a la igualdad; en pocas palabras, y citando a De Lucas (2000), “el punto de partida de la integración de las personas inmigrantes debe ser el derecho a tener derechos y deberes”.

Volviendo a los inmigrantes colombianos, éstos constituyen un grupo numeroso, unos en condición de refugiados, otros, como ilegales, naturalizados o hasta ciudadanos, con baja participación política y reducida organización e integración comunitaria; según Bidegain (2006), “esto se explica por la reproducción de las escalas sociales y la estigmatización de la población colombiana, en razón del narcotráfico y actividades conexas, lo cual ha motivado la desconfianza entre los propios colombianos y ha afectado negativamente sus relaciones”.

Sin embargo, sea cual sea su estatus, guardan en sus recuerdos las experiencias de ingreso, sus luchas para satisfacer las necesidades básicas o el reconocimiento de sus derechos mínimos como personas, como también, la búsqueda de un mecanismo para legalizar su estada irregular o extender en el tiempo la legal.

La educación intercultural pretende el desarrollo de acciones positivas en el seno de las instituciones escolares para que éstas modifiquen su cultura tradicional, que ha hecho de la diferencia objeto de estigma y minusvaloración; reclama la presencia como lengua de la enseñanza del idioma materno del estudiante, la dignificación de las culturas particulares y su potencialidad formadora, la eliminación de los prejuicios y estereotipos. Reclama también la incorporación de métodos de aprendizaje y evaluación comprometidos con la diversidad de ideas previas, intereses, estilos y ritmos de aprendizaje, motivaciones y capacidades.

La educación intercultural aspira también a cambiar las actitudes de la mayoría. Como ha hecho notar el informe Swann (1985), la realidad multicultural del mundo actual exige un nuevo proyecto educativo que capacite a los alumnos para entender y conocer tal diversidad.

Estados Unidos, siendo una sociedad multicultural con grupos étnicos bien diferenciados, no fomenta ni pone en práctica una verdadera educación intercultural, entendida como “aquélla que permite aprender acerca de los diversos grupos culturales, ahondando en sus diferencias y reconociendo con entusiasmo las posibles similitudes culturales; esa educación que enseña en las aulas a valorar las diferencias entre las culturas y enriquece a los alumnos con su contenido curricular”, (García, 1978). Los inmigrantes hispanos han tenido que asumir y vivir experiencias educativas, fruto de sucesivos ensayos en los cuales no se han tenido en cuenta sus características particulares, sus necesidades ni su identidad cultural; lo más grave es que han sido ignorados en el momento de definir políticas para su educación; cosa contraria ocurre cuando se necesita el voto para las legislativas o las presidenciales.

La mayoría de los estudiantes que hablan lenguas minoritarias no tienen acceso a una educación lingüística y culturalmente pertinente y relevante para sus vidas. Hay una gran cantidad de escuelas públicas que sirven a poblaciones de estudiantes que hablan lenguas minoritarias, pero en muy pocas se ha adoptado una estrategia pedagógica cuya meta sea fomentar altos niveles de biliteracidad y comprensión intercultural; aunque la mayoría de los maestros ha tenido una formación docente a nivel universitario, pocos han sido capacitados para atender las necesidades de aprendizaje de un grupo de estudiantes cultural y lingüísticamente diverso.

Tratando de redondear el asunto, Muchos colombianos han emigrado a los Estados Unidos en busca de una situación mejor; esta población ha engrosado el patrimonio cultural de esa nación , pero no ha recibido una verdadera educación intercultural que reconozca la dignidad de los inmigrantes y se constituya en la base que garantice el encuentro intercultural.

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