• VIERNES,  26 ABRIL DE 2024

Cultura  |  23 diciembre de 2019  |  12:32 AM |  Escrito por: Rubiela Tapazco Arenas

Relato: Jaimito en la iglesia

0 Comentarios

Imagen noticia

Este texto fue escrito por Álvaro Salcedo, integrante de la tertulia Café y Letras Renata.

En las vacaciones de mitad de año escolar en Armenia, a donde lo había llevado su abuela Mayra Vargas de visita a su hermana Helena de Torres, Jaimito conocería a sus parientes, sintiéndose a gusto al tener más familiares en lugares diferentes a su ciudad, Ibagué, pero esa no fue su única experiencia.

La tía Helena vivía en un edificio construido en ladrillo, en la carrera veinte con calle veinte, diagonal a la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús, de la capital quindiana. En esos días de descanso estudiantil, el joven se entretenía subiendo a la azotea del inmueble, desde donde podía observar el panorama de la ciudad y determinar su expansión con las nuevas edificaciones. Pero uno de los aspectos que más le llamaba la atención, era el de una Iglesia, que en ese momento tenía en construcción su segundo piso.

Jaimito notaba que por la carrera veintiuna los feligreses entraban por una gran puerta central, pero lo que más le extrañaba, era conocer una Iglesia construida en piedra, por lo que la gente del común la llamaba así: “La Iglesia de Piedra”, y eso para él, asemejaba la arquitectura con un castillo donde vivían príncipes, reyes y hadas de la edad media.

Su curiosidad lo llevó un día de vientos cálidos a visitar ese castillo religioso, imaginando que encontraría ogros y dragones amarrados a cadenas, vigilando la Iglesia de posibles saqueadores, por lo cual debía tener mucho cuidado, pues sus tíos le habían dicho que por debajo de la Iglesia pasaba el tren.

Él imaginaba entonces, un largo y oscuro túnel por el que discurría la carrilera, la enorme fumarola, el tren rompiendo el silencio con sus ruidos ferroviarios y pensó que quizá existieran pasadizos secretos, o por qué no, también podían existir cárceles para encerrar a los que cogían robando en la Iglesia, o restos de espíritus malignos.

Al acercarse a la Iglesia, notó que un poco más adentro de la inmensa puerta central, había un gran tablero donde se pegaban avisos de tipo religioso, y a los lados de este, se abrían las naves o espacios para internarse, en lo que para Jaimito era, la profunda inmensidad de la Iglesia.

Pasados unos momentos, observó que el Templo era algo oscuro, por lo que con temor dio unos pasos hacia el interior del recinto. En el fondo veía las velas alumbrar como cocuyos, pero notó también que además de la oscuridad, lo acompañaba únicamente la soledad, lo que le causó más temor. En el cielo raso de la Iglesia, vio figuras, tanto de personas con enorme barba y cabello largo, como de animales extraños, por lo que sin esperar a que lo cogieran de un zarpazo y fuera arrastrado al interior de los pasadizos secretos, se volteó y salió huyendo.

Esa extraña Iglesia, que él veía como un castillo macabro y malvado, única de Armenia con cripta donde se guardan los restos de difuntos acomodados, quizá por esto intimidó también al inocente muchacho, quien pensaba más en los espíritus vigilantes de las criptas y en el extraño frío, por eso salió corriendo con los pelos erizados y solo paró hasta estar dentro de la edificación familiar.

Unos días después, sus primos lo invitaron al Santuario, esta vez en la mañana de un día festivo, a conocer el teatro y el supermercado que funcionaba frente al templo por aquel entonces, así que los temores de Jaimito desaparecieron, con la compañía de la gente y los familiares. No había nada qué temer, pues con el tiempo iba a conocer los secretos de aquella extraña iglesia, a la que todos en Armenia llaman “La Iglesia de Piedra”.

PUBLICIDAD

Comenta esta noticia

©2024 elquindiano.com todos los derechos reservados
Diseño y Desarrollo: logo Rhiss.net