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Cultura  |  30 diciembre de 2019  |  12:03 AM |  Escrito por: Rubiela Tapazco Arenas

Relato: El ladronzuelo

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Este texto fue escrito por Gloria Ismenia Suarez N, integrante de la tertulia Café y Letras Renata.

Corría el año 2005, hacía cuatro años habíamos llegado al Quindío, apenas nos acostumbrábamos al drástico cambio de nuestra vida.

Con esperanza en la promesa de un subsidio publicitado por papá gobierno, nos dirigimos a una constructora de vivienda de interés social donde muy amablemente nos ofrecieron una solución de vivienda a cambio de firmar y endosar la totalidad del subsidio a la constructora, el negocio para ellos consiste en vender una construcción en el doble de lo que invierten.

ya nos alojamos en el barrio con pomposo nombre: Quintas de La Marina, en una casita muy pequeña e incómoda porque le faltaban detalles en los terminados, pensé resignarme por algún tiempo mientras tenía el dinero para hacerle las mejoras y convertirla en nuestro nido de amor. Comenzamos a integrarnos con los vecinos, algunos se mostraban sorprendidos con nuestro estilo de vida diferente a ellos, pues procedemos de entornos y ciudades distintas a lo que nos rodeaba.

Ya los vecinos nos tenían en cuenta, nos pedían favores, sobretodo llamadas a través de celular, lo que aprovechamos para conocer más al vecindario. Surgió la necesidad de conformar Junta de Acción Comunal y manifestaron el deseo de que lideráramos ese proceso, idea que nos entusiasmó y empezamos a orientar a la comunidad.

Estas viviendas de interés social se caracterizan por su economía en su máxima expresión en lo que se refiere a los materiales de construcción tanto así que se escuchan los ruidos de una casa a la otra, las ventanas no tenían seguridad y la cerradura era de las más baratas, claro que había un celador de obra pues aún se estaba construyendo otras casas, creíamos ingenuamente estar a salvo de ladrones ya que poseíamos pocas cosas de valor.

Un día mi esposo se enfermó, tenía fiebre muy alta, le di una pastilla con agua aromática y nos dispusimos a dormir más temprano que de costumbre, cerramos ventanas y puerta con el consabido pasador pero sin echar llave por que a partir del sismo del 99 no se acostumbra.

Nos dispusimos a descansar y efectivamente quedé en “brazos de Morfeo”, hasta que los gritos de mi esposo me despiertan abruptamente y mi reacción inmediata fue propinarle un par de cachetadas pues creí que por efectos de la fiebre estaba delirando; la tradición dice que alguien en ese estado se debe golpear en la cara para sacarlo del trance, pero ¡oh…sorpresa¡ mi esposo sigue gritando: “hay un ladrón”, volteo y en fracción de segundos quien se despierta del todo soy yo, veo la puerta abierta y con tanto grito ya los vecinos están ahí, aparece uno de ellos con mi licuadora en la mano vuelta pedazos y diciéndome: “vecina el ladrón se escapó pero se le cayó la licuadora y aquí se la traigo”, en ese momento comprendí que en realidad sí nos había visitado un ladrón y sentí pesar por haber cacheteado a mi esposo.

Los vecinos que se levantaron nos expresaron su solidaridad; querían saber detalles que ni siquiera yo conocía.

¡Que cómo entró el ladrón, que cuantos eran? ¿Qué se llevaron? ¿Que por qué no habíamos echado llave? ¿Que donde estaba el celador?, preguntas y más preguntas, para mi absurdas.

Empecé a sentir ganas de reír con semejante bombo de robo; con mi buen tacto agradecí a mis vecinos y los exhorté a seguir durmiendo.

El ladrón aprovechó la inseguridad de la ventana, la abrió y acto seguido mete la mano y alcanza la cerradura de la puerta y también la abre, todo esto sigilosamente.

Ya cuando los acontecimientos lo permitieron mi esposo me relata cómo fue el episodio: ”me despierta un ruido similar al chirrido de una cama, como todo se escucha de una casa a otra imagino a la pareja de la casa de al lado en plena “faena amorosa”, ese ruido me hace despertar completamente, siento ganas de orinar y pienso “que bien ya me bajó la fiebre”, voy hacia el baño y ¡oh… me tropiezo con alguien que se asusta más que yo. El ruido era producido por éste tratando de desconectar la grabadora y la máquina de coser para robárselas, sale corriendo, mascullando algunos improperios, tomando lo que pudo y que tenia listo en la puerta que estaba totalmente abierta, todo fue un impacto; pude gritar por eso te despertaste a golpearme, vi los vecinos en la puerta, a uno con la licuadora que fue lo que te hizo reaccionar”.

Para ese momento ya no pude más y tremenda risa la que me dio, mi esposo me dice: nos salió barata, gracias a Dios el ladronzuelo era un arrancado y estaba solo, o ¿te imaginas lo que nos habría pasado?

El hombre tuvo tiempo de comerse ½ tarro de leche en polvo y alistar algunos enlatados, unos zapatos nuevos y la consabida licuadora más el dinero que mi esposo tenía en los bolsillos del pantalón. “Carajo la plata que debo llevar al banco” dice él.

A los cinco días ya nos habíamos trasladado de ese barrio y perdimos toda la inversión.

Ya han pasado varios años, hemos vuelto al barrio y vemos con satisfacción que las condiciones han mejorado, todas las vías pavimentadas, casas con segunda planta y atractivas fachadas, inclusive saludamos antiguos vecinos y en general se observa el progreso y desarrollo de la comunidad.

De esta historia barrial no puedo evitar la risa cuando recuerdo al ladronzuelo.

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