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Cultura  |  22 marzo de 2020  |  01:03 AM |  Escrito por: Robinson Castañeda.

Relato: Bitácora de Renzo Vel en cuarentena

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Escrito por Luis Carlos Vélez.

Anoche a las diez de la noche llegaron por wathsapp tres mensajes sucesivos de alguien desconocido, pidiendo que revisara mi correo. El primer mensaje, extenso, anotaba entre peticiones y frases tranquilizantes: “Le pido el favor de no preocuparse por mi atrevimiento…me gustaría conocer su opinión sobre este mi primer escrito…” y terminaba asegurando que “Depende de usted la continuación de nuevos envíos. De aceptar mi solicitud le ruego no revele a nadie el mail que le envío. Tenga la seguridad de que los siguientes no pasarán, cada uno, de dos cuartillas”.

En efecto, el mail aparecía en el segundo mensaje. El último contenía dos frases: “Lo autorizo para publicarlo si lo considera conveniente. Mi intención es mitigar el encierro y de ser posible motivar o entretener con banalidades a quienes padecen lo mismo”.

De inmediato observé el círculo del icono donde debía aparecer la foto que sirviera de identificación, pero solo mostraba la silueta gris de quienes no quieren ser reconocidos. Picado por la curiosidad encendí el computador. Terminada la lectura del texto y sabiendo a quién enviarlo, decidí agregar al título inicial: “Bitácora de la cuarentena”, el nombre que aparecía al final, y supuse era el seudónimo del autor: Renzo Vel, y sustituir el artículo por una proposición.

BITÁCORA DE LA CUARENTENA

Marzo 20 de 2020

Hora: 7:45 a.m.

Renzo Vel escuchó por televisión el mensaje que decretaba cuarentena de 19 días. Pese a la evidente inconsistencia entendió que la orden era una rajatabla que debía cumplir. Aún en piyama abrió la cortina, y asomado a la ventana que daba a la calle del barrio, pasó revista a la fachada de la hilera de casas de dos pisos.

No entendió por qué la comparó con el ventanal de Gregorio Samsa, único contacto de su caparazón, con su entorno reducido. Supo que las preguntas, fruto de la evocación, no tendrían respuesta precisa, y prefirió dar paso a los juegos de la imaginación en los que a falta de fotografías a mano, debía recurrir a los recuerdos que conservaba difuminados por su lejana lectura de los protagonistas descritos por Kafka.

Descubrió que los minutos de abstracción en el pasado, no permitían escuchar las noticias de la radio. Tomó conciencia de la voz de los periodistas, sus preguntas a los entrevistados, y trató de asimilar la información sobre los consejos y sugerencias para cumplir las prevenciones, aceptar y aprovechar de la mejor manera el confinamiento.

Volvió la vista para observar a su espalda los libros de la biblioteca: Los pendientes de lectura, arrumados; En los estantes aquellos que en lista de espera, sabía desde hacía muchos años, tal vez no tendrían o sospechaba lejana su relectura.

Dejó atrás las arbitrariedades, órdenes y contraordenes de quienes a cambio de protagonismo radial producían desconcierto y caos en los oyentes. En la mesa, frente a Marisela, y mientras tomaba el desayuno, comentó su intención de llevar un diario.

Encendió el computador y no sabiendo cómo iniciar lo propuesto, miró hacia el escritorio y prefirió echar mano al libro Doctor Pasavento, de Enrique Vila-Matas. No pudo ni impidió la tentación de establecer las mínimas similitudes entre su encierro, y la búsqueda, inútil imitación a la emprendida por Robert Walser en sus últimos años, la narrada por el autor.

¿Qué diferencia existe entre encierro y desaparición? Se preguntó. ¿Acaso el confinamiento no era una forma de negar la existencia? Recordó a los amigos con quienes compartió horas de billar, al vendedor de prensa, a la niña que ofrecía bolsas de verduras, a los desconocidos de conversación ocasional al cruzar las calles, a la viajera en bus que compartió la misma silla, y paraba de comentar el terror que le producían las noticias, y presa de la incertidumbre, no sabía cuándo volvería a verlos.

Entre atender la radio y continuar su lectura, Renzo, sabedor de que a veces el olvido cura heridas de la realidad, dio inicio a su intento de olvidar el mundo, y trató de mostrarse indiferente al olvido y la soledad que suponía empezaba a reinar poco a poco en las calles.

2:00 p.m.

Mientras pensaba cómo iniciar el escrito, recordó que la cuarentena le impediría salir a su diaria caminata alrededor del estadio San José, y sin meditarlo dos veces, a largos pasos se alejó de la que daría en llamar “El ventanal de Samsa”, hasta el muro del patio que servía de lindero con la casa vecina.

Vuelto a la silla revisó los nuevos mensajes de su wathsapp, de página Facebook, y Google. Escuchó atento el audio que contenía la explicación mesurada del doctor Alfredo Miroli sobre el coronavirus y concluyó que entre caer en el pánico o la tranquilidad su mejor opción la encontraba en los científicos.

Para huir de la realidad abrió el libro de Vila-Matas, y se adentró de su mano en la ficción planteada por el Doctor Pasavento, el personaje escogido por Vila-Matas para robar su identidad y desaparecer.

Por costumbre anotó en la primera página el número de aquellas que contenían, a su parecer, frases interesantes. ¿Para qué? Por el momento no lo sabía, pero estaba seguro de que algún día, una vez superada la crisis mundial el virus y su salud lo permitía, las repasaría. Una hora después regresó a la realidad del computador dispuesto a cumplir su compromiso personal de corregir viejos borradores.

6:00 p.m.

Inmerso en ir y venir de la ficción planteada por Vila-Matas (Doctor Pasavento) a la realidad de releer sus propios textos, luchando después por retener los versos de Walser, el escritor loco del sanatorio suizo Herisau, que aparecen en su obra, en un lugar aparte, Renzo pasó el resto de la tarde sin darse cuenta que a su espalda, el ruido indiferente de la lluvia lavaba los cristales al ventanal de Samsa.

Nota: En este momento, nueve la noche, todavía no recibo mensajes de Renzo Vel, y por tanto no puedo garantizar cuándo enviará otro texto.

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