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Cultura  |  21 abril de 2020  |  12:00 AM |  Escrito por: Robinson Castañeda

Ese lunes Marcia bajo la ducha

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Escrito por Luis Carlos Vélez Barrios

Este lunes Marcia enciende el televisor, pero mira desde la cama al reloj de pared. Sabe que tiene menos de dos horas para ducharse y tomar el bus; que por la noche regresará a pie, que bajo la ducha palpará su cuello y volverá a la historia que la liberó de cadenas.

Treinta años después, no escucha las noticias porque no deja de pensar por qué le faltó el aire la tarde en que descubrió al muchacho que la miraba desde la puerta del almacén de telas, y donde aún sueña con jubilarse. Recuerda que esa noche antes de rasurarse para la ducha nocturna, observó por primera vez en el espejo su cara sin maquillaje, y acarició sin pensar sus piernas esbeltas, y más....

Recuerda la mirada que la recorrió, y se alegró de sentirse deseada. Este lunes, desnuda al espejo observa cómo los años marcan flacidez y estrías en su cuerpo. Ese lunes sacó del closet la ropa y del joyero la cadena que le regaló Rodolfo después de noche de copas locas. Este lunes, antes de ducharse, se pregunta: “¿Dónde están mis chanclas de baño? No las encuentro…ah, ya. Aquí están. ¿Dónde iba? Ah…ya…”, y continuó:

“Por muchos días el muchacho cruzó a la misma hora, y a pesar de mi ahogo quería disfrutar su mirada que me desvelaba. Recuerdo que lo descubrí una cuadra abajo de la iglesia Sagrado Corazón de Jesús, y pensé: tal vez sea un muchacho de esos solitarios que les gusta seguir los pasos a las mujeres… y no me equivoqué, me siguió esa noche y otras hasta, la esquina de mi casa”.

Ese lunes Marcia cumplió su ritual de soñar que faltaban dos años para jubilarse, verificó en el espejo el paso del tiempo, encendió el pebetero de aromas, puso a fuego lento la ollita del tinto, y esperó el olor a café sin dejar de recordar su deseo de que el muchacho se acercara.

Este lunes mira al espejo para decirse riendo: “Vieja malvada, recuerda lo que pagaste por ser una chica tonta, traicionera, y enamorada…”. Enciende el televisor, y mientras escucha las noticias se desnuda. El noticiero informa de pasada sobre una nueva enfermedad en China. Puesto el gorro la tibieza del agua que la recorre. Observa la espuma que desliza hacia la rejilla, y continúa tras la cortina su antigua charla con el espejo:

“Cuando lo veía en la esquina mis piernas temblaban; simulaba indiferencia para no darle indicios de que me gustaba; prefería que me siguiera, saberme perseguida, sentir su mirada, imaginar sus pasos lentos, silenciosos, uno tras otro, a mis espaldas… ¡Estás loca, Marcia! ¿Escuchas, mujer, cómo le hablas a tu espejo? Mejor escucha las noticias… Ayer a mediodía corté sin mirar una tela y la compradora advirtió: Te sales de línea, niña. Y sí, la tijera se apartaba un centímetro del trazo. ¿Qué te pasa, muchacha?, dijo. No supe qué responder. Me disgusto que me llamara “niña”. Quise gritarle: ¡No soy una niña, me acerco a los sesenta! Pero entendí que la señora no sabía mi obsesión de mirar a la puerta con la esperanza de ver pasar al muchacho. Hasta pensé preguntarle si era jubilada. Creo que notó mi disgusto porque dijo: Tranquila, hija, entiendo. A todas nos pasa que algunas veces por ilusionarnos con ciertas cosas descuidamos otras… y nos alejamos de la realidad. Mira cómo te pusiste... Entonces imaginé mi cara roja y reprimí la rabia. No contesté”.

Esa mañana acomodó la ropa en la cama y colocó la cadena a un lado. Apartó la cortina, y bajo la ducha: “Primero el agua en los brazos, en el pie derecho e izquierdo, porque dicen que hacerlo así evita un infarto ¿En qué iba? Ah, en que corregí la dirección de la tijera; la doblé y corrí a dejarla junto a la registradora porque quería tener tiempo de mirar... Cuando me pareció ver al muchacho corrí, pero supe que soñaba porque había desaparecido. La señora… ¡tan bella…! Seguro entendió, o alguna vez vivió lo que me pasaba porque no dijo nada”.

Este lunes vuelve a la tirantez del gorro de baño. Recoge copos de espuma blanca para cubrir los senos flácidos, pero no juguetea con ellos, evocando al muchacho, apenas roza sus areolas oscuras: “En esos días Rodolfo apenas llegaba a mi vida. Una noche con él en la cama tuve conciencia de que con mis fantasías lo traicionaba: en ellas sustituía sus abrazos, que no me parecían tan fuertes, por los del muchacho. Obraba mal pero no quise renunciar a las fantasías que me servían para acelerar la pasión y alcanzar el clímax… Recuerdo la noche que intenté no traicionar a Rodolfo. Notó mi frialdad, y dijo: ¿Qué te pasa, amor? Te siento lejos de mí, distante. Parece que te esfuerzas y te cuesta… ¿Qué piensa tu linda cabecita rubia? Cuando lo miré a los ojos descubrí que hacía meses era yo quien me sentía liberada de Rodolfo”.

El olor a café invade el ambiente, Marcía corre desnuda, apaga la estufa y el televisor, sirve tinto, y dice:

“Siempre me pregunto por qué perder ese regalo significó encadenarme a un recuerdo. Ahora rato, traté de imaginarme otra vez desnuda en los brazos del muchacho, que disfrutábamos al amaño, pero no sé por qué miré al espejo y sentí que ya tenía fría hasta el alma”.

Mientras prepara la salida hace cuentas de que treinta años atrás conoció a Rodolfo:

“Esa noche, la primera, me fui sola a tomar una cerveza en la cafetería; él estaba frente a mi mesa, mirándome fijo mientras bebía y hablaba a sus amigos. ¡Qué simpático el tipo, no para de hablar! Debe ser divertido conversar con él, pensé. Por coquetería alcé la copa para incitarlo a un brindis, y levantó la suya sin importarle las chanzas de sus amigos y amigas que hacía rato sabían lo que pasaba. No sé por qué al compararlo esa vez con el muchacho indeciso y solitario, preferí el desparpajo de Rodolfo. A mis veinticinco, ya era tiempo de pensar en un noviazgo serio, y por qué no, un matrimonio, que gracias a mi pensión y al amor de Rodolfo, soñaba estable y duradero… pero meses después Rodolfo mató mis sueños… ¡Pero qué, Marcia! Ya no hay santa Lucía que valga”.

Este lunes Marcía cierra la puerta, camina al paradero: “Un domingo Rodolfo pasó a recogerme y volvieron sus preguntas: ¿Sabes mi rubia que en las noches te siento lejos? Dime cariño, ¿qué te pasa? Me fastidiaba. Acosada, no le contesté porque temí que ante su insistencia, caería en la estupidez de confesar que el recuerdo del muchacho asediaba mi mente día y noche. Furiosa no me empiné para besarlo. Nunca confesé nada. ¡Qué malas noches vinieron! Ese lunes me sorprendí y alegré de no besarlo al colgarme la cadena. Fingí y le dije con perversidad: ¡Oh, cariño, qué detallista eres! ¿Sabes que te quiero? Y antes de que buscara mi boca fui a la puerta y apuré: ¡Vamos, Marcia, que me deja el bus! Y acosé para los dos: ¡Vámonos mi Rodolfo, vámonos! ¡Vámonos amor, que nos coge la tarde! No sospeché que esa mañana en el paradero, Rodolfo se despediría para siempre”.

Este lunes Marcia sabe que el bus tardará, que Rodolfo no volverá ni le importa, que la rozarán pasajeros sudorosos, que meses después se alegró de que Rodolfo siempre tuviera una excusa para evadir las citas que ella tampoco pensó cumplir, que sintió alivio cuando le contaron que antes y después de conocerla, Rodolfo tenía amores con otras. Mientras espera el bus vuelve atrás:

“Esa mañana de la despedida no sospechaba que por noche me espera otra sorpresa. El muchacho no volvió, y todavía me duele lo que pasó. Supongo que me vio del brazo de Rodolfo y no le gustó. ¿Lo que hizo fue su forma de venganza? Pero ahora me alivia pensar que me cansé de esperar que se acercara, y me diga: Marcia, los dos se fueron, otro llegará, mejor piensa y trabaja duro por tu jubilación. No te arrepientas, Rodolfo demostró que merecía lo que hacías, y además: sabes que al final no la pasaste tan mal del todo”.

Este lunes el calor despierta los olores nauseabundos. A Marcia la perturban los murmullos sobre lo que pasa en China. Peor, aumenta su rabia el acosador que aprovecha cada movimiento brusco del bus para acercar sin miramientos su cuerpo caliente al suyo.

Este lunes antes de salir, el dueño del almacén la sorprende con la noticia de que el gobierno ordenó la cuarentena, que tendrá vacaciones forzadas hasta nueva orden. No descubre el engaño cuando le dice que pasada la crisis podrá regresar a su trabajo. Marcia acelera el paso. La ilusión la acompaña hasta abrir y cerrar la puerta, tanto que una vez bajo la ducha no se regala nada, decide ser optimista, y piensa:

“Esa noche subía por la calle diez y nueve; esperaba que el muchacho estuviera en la esquina de la carrera veinte. Me dolió no verlo y caminé distraída a la casa donde me citaba con Rodolfo. Al llegar a ésa esquina sentí un arañazo muy fuerte y ardor en el cuello… Apenas pude ver al muchacho que corría hacia la oscuridad de la estación del ferrocarril, con mi cadena de oro en la mano”.

Este lunes sueña que todo pasará pronto, y que a su regreso, en dos años logrará su jubilación. Sale de la ducha, mira en el espejo la mínima cicatriz en su cuello. Entra desnuda a la cama. Confiada en palabras, sin remordimientos se entrega al recuerdo del muchacho solitario.

Marzo 14 de 2020. Integrante del Taller Relata Quindío, y tertulias Comfenalco y La Estación.

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