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Cultura  |  05 julio de 2020  |  12:00 AM |  Escrito por: Robinson Castañeda.

Cuento: Entre bandoleros

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Un texto de Gilberto Zuleta Bedoya.

Por el camino viejo de la vereda Guayaquil, en las vacaciones de mitad de año, Luisito se dirigía, en busca de los sobrinos, a la pequeña finca La Florida, que conduce al río Cauca y pertenece al pueblo de Belalcázar Caldas.

En la década del cincuenta al sesenta, Esmila, ama de casa y Eduardo su esposo, campesino y trapichero, madrugaban llenos de amor y alegría a buscar el sustento para el hogar.

Muy temprano Eduardo ensillaba a “Prieto Azabache”, su caballo preferido, y con cinco trapicheros partía para la molienda distante varios kilómetros de su vivienda.

Desde la casa donde vivían los sobrinos de Luisito, a las seis de la mañana y a las cinco de la tarde escuchaban el pito del tren cuando se aproximaba a la estación. La vivienda tenía dos patios grandes, uno para las aves y otro para los cerdos y caballos. La casa estaba rodeada de flores que exhalaban agradables aromas.

Luisito y los cuatro sobrinos: Nelly, Lucely, Darío y Diego, unos más grandecitos que otros, jugaban al agua y al balón todas las tardes cuando el viento arreciaba y llegaba el frio con la lluvia. Esmila los enviaba al salón de los trapicheros y allí jugaban a las cartas y dominó hasta que llegara la noche.

Los polluelos piaban buscando su nido mientras las gallinas comían granos de maíz en silencio, abriendo las alas y acurrucadas dormían hasta el amanecer.

La noche sin luna vestida de negro, se veía romántica y tranquila. Un candelabro alumbraba con su luz azul y amarilla al Sagrado Corazón de Jesús. Después de orar recibían agua de panela con queso como era costumbre. Empezaban a soñar.

Pasada la media noche de un lunes, escucharon el galope de los caballos montados por los bandoleros de la época, entre ellos el Negro Cadena, Desquite, Sangre Negra, Teófilo Rojas, (alias chispas), Jacinto Cruz Usma y Efraín González.

Estos dominaban un terreno extenso y montañoso donde se encontraban San José de Risaralda, Anserma, Viterbo, Riosucio y la Virginia. Su objetivo era el asalto a fincas, granjas y pueblos, matar conservadores o liberales y cuidar a los que les convenía.

Ese comienzo de semana la familia sintió como los bandoleros se acercaron a la casa- Escuchaban el zapateo de cuatro caballos. Uno de los hombres ellos preguntó en voz alta: ¿Quién vive acá?

-Tranquilos, abran la puerta, nada les va a pasar, necesitamos hospedaje y algo de comer. Comentó otro.

Esmila no se atrevía a decir nada. Sus ojos negros brillaban del susto. Algunas lágrimas se le veían rodar por sus mejillas pálidas y cansadas. Los mira por una hendija, prende un velón rojo, se abriga, quita el refuerzo de la puerta de madera que chirrea un poco, abre y se encuentra con la oscuridad. Enciende otra vela de color blanco como señal y uno de los caballos zapatea el piso.

-Señora, buenas noches. ¿Cuál es su nombre? Dijo uno de los bandidos.

-Esmila de Cortes. Dice ella.

-¿Su esposo está?

-Si, duerme, tiene que madrugar a la molienda.

-Déjenlo que duerma. Necesitamos donde amanecer y nos de algo de comer. Los caballos tienen sed—venimos de Anserma y pasamos por San José de Risaralda.

Esmila les dice: “dejen las bestias al lado de las marraneras. Allá donde está esa guadua pueden beber agua del tanque, organicen sus caballos y regresen para ubicarlos en el salón de los trapicheros que hoy no están”

Les llevó cobijas y les indico donde quedaba el baño. Luego les mató una gallina mientras las dos hijas se levantaron a colaborar. Eduardo su esposo permanecía despierto y en silencio, escondido, pero les hacía señas desde donde estaban para que ellas no fueran a hablar. Él sabía de qué se trataba.

Se escuchó el chapalear de la gallina moribunda. El fogón de leña permanecía caliente, el arroz estaba listo y los plátanos no faltaban al lado del fogón.

A la 1.15 a.m. madrugada del martes, les llevó el caldo de gallina caliente con arepa y minutos después una bandeja con su buena pechuga.

-Que les aproveche. Les dijo Esmila.

-Gracias señora. Digo uno de ellos.

Al amanecer las mujeres escucharon las murmuraciones de los cuatro bandidos. Decían: “Es hora, está amaneciendo”.

Ellos tenían que estar pendiente de cualquier movimiento raro porque el ejército los buscaba. Sangre Negra y el Negro Cadena, observaban que a lo lejos muchas luces alumbraban para los lados. Decían “parece que es el ejército, vienen en busca de nosotros. Por un momento sintieron miedo.

-Esperemos que pasen, dijeron.

Los delincuentes escondieron sus armas, se tiraron de bocabajo y en silencio La familia en la casa le pedía a Dios que no fueran a entrar.

Soldados de infantería y otros a caballo se acercaron a la casa. Eran muchos. Mientras lo hacían cantaban y gritaban: Viva el ejército de Colombia.

La finca estaba a unos sesenta metros del camino principal. A las 5:10 a.m. los militares se detienen por unos minutos. Cantaron la primera estrofa del himno Nacional de Colombia y luego siguieron.

Las gallinas se despertaron y los cuatro bandidos muy asustados, entre ellos estaban Chispas y Jacinto Cruz sintieron miedo, mucho miedo.

-Pasaron y no entraron. Dijo uno de ellos.

Mientras tanto en la casa Emilda pensaba “Se les prolongo la vida a estos asesinos”.

El resto del amanecer fue lento. Con una bendición sobre la frente Esmila abre la puerta de la sala, va hacía ellos y les dice:

.Voy a traerles un cafecito bien caliente para que pasen el susto”.

-Usted señora ha sido nuestro Ángel. Le respondió Chispas.

Minutos más tarde luego de alistarse los hombres ensillan sus caballos y se dirigen rumbo al oriente mientras la infantería continúa hacia el occidente.

La noche fue de susto y aparece poco a poco la luz del día. Esmila desanimada y débil por lo sucedido tomó nuevo aire para continuar con sus deberes. Los niños regresaron al patio y volvieron a jugar al balón y al lleva lleva. Ellos en medio del peligro se divertían ignorando el peligro del que se habían salvado.

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