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Cultura  |  19 julio de 2020  |  12:00 AM |  Escrito por: Robinson Castañeda

Deiner y el chelista errante

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Un texto de Luis Carlos Vélez. Febrero 22 de 2020.

Terminada la charla familiar, doña Faty fue hacia la cocina, y Deiner preguntó:

¿Qué tal si escuchamos el audio?

Mientras buscaba en el celular, y Deiner entró a la cocina, el caminante recordó su visita a Filandia en compañía de sus amigos de colegio, quienes antes de dejarlo solo para visitar el almacén de artesanías se tomaron una foto con el chelista al fondo, y cómo aprovechó los minutos para grabar el audio, y observar...

Que el chelista de gafas y cachucha blanca, chaqueta raída, camisa a cuadros y barba de varios días, con su silla se apoyaba justo en las fauces del tigre pintado en la pared del hospital, rozaba las cuerdas al chelo desvencijado. A sus pies, sobre el andén, la caja de madera sin monedas.

Al frente, en las cafeterías o acodados a la baranda del mirador, los visitantes indiferentes esperaban turno o ensayaban poses para sus fotografías, mientras el chelista, paciente y concentrado en interpretar de memoria y para nadie Para Elisa, parecía no dar importancia al sol de mediodía.

Que a tres pasos del andén disfrutó las notas ejecutadas con la precisión que dan los años de ensayo; la elegancia del brazo al deslizar el arco, y la presión justa de los dedos sobre las cuerdas del diapasón.

Deiner y doña Faty regresaron con nuevos pocillos de tinto, y el caminante puso en marcha el audio:

“Me llamo Fabio Guarín, tengo setenta y tres años, y cinco como artista callejero. Estudié hasta quinto primaria. Si le cuento que iba descalzo y en ayunas a la escuela, podrá imaginar el resto. Al colegio no pude asistir porque pertenecía a una familia desplazada por la violencia de los años cincuenta. Desde niño me gusta la lectura, me gusta investigar historias en los libros de historia. En Bahía Solano viví treinta años, tuve tres maestros: el cielo, el mar, y la selva. Trabajé diez y ocho como pionero en “avistador” de ballenas, dicté conferencias a los turistas. Olvidé muchas cosas.

Hace cuarenta años dejé la música porque participé por el primer puesto en la banda de Popayán, y me afectó que le dieran el puesto otro… pero mire, aquí estoy otra vez con ella…”.

Una llamada al celular de Deiner obligo a pausar el audio, y mientras comentaba a sus padres la noticia recibida, el caminante recordó que entre la espera y el regreso de sus amigos en Filandia, notó que el peso del chelo descolorido doblaba la pica o puntal de acero que le sirve de apoyo.

Que la cabeza conformada por la voluta, el mástil, las clavijas, el diapasón, y el cordal que soporta la tensión o afinación de las cuerdas, mostraban desgaste, y roídos los filetes que marcan los bordes de los arcos superior, central e inferior. Y cómo vibraba sobre la tapa armónica de oídos en efe, el ripio blanco que produce la fricción del arco sobre las cuatro cuerdas afinadas de la primera a la cuarta en la, re, sol, y do.

Terminados los comentarios con sus padres, Deiner hizo señas al caminante de activar el audio.

“Fui artesano, guía turístico de buceo, selva y pesca, procesador de atún. De ahí llegué a la Villa de Nuevo Salento, que es su nombre verdadero, a la escuelita de música, retomé el chelo y trabajé en la calle, recuerdo que el alcalde recién elegido, no sé por qué, sacó a los artistas de la calle, y tuve que viajar a Bogotá, donde su alcalde me facilitó por mi trabajo cultural. No olvido que en un día bueno ganaba $150.000. En uno malo, lo poco que la gente pudiera dar, pero lo agradezco siempre. Dicen que el arte es la expresión de la belleza, pero es relativo.

A cualquiera lo feo le puede parecer arte. Hay gente que le parece bonita la foto que se toman conmigo, o la música que interpreto en mi chelo, de Bach o Carlos Vives, porque interpreto toda clase de música. A esas personas les interesa porque tienen cultura musical, en especial las mujeres porque son más sensibles y honestas para reconocer y felicitar a los artistas. El hombre envidia y la mujer admira a los músicos.

Me esfuerzo por tener estabilidad económica. El arte hace por mí y yo por él. Me satisface que a la gente le guste mi arte, porque aparte de lo económico me da el valor agregado del aplauso a mi trabajo. El aplauso o el reconocimiento es parte del alimento del artista. Me basta que el gobierno me deje trabajar, así no me ayude en lo económico. Cuando llegué a Bogotá el alcalde me dio una cartilla donde leí que el artista callejero es patrimonio de la ciudad, por lo tanto, en vez de ser estorbo al espacio público es enriquecimiento para la ciudad. ¿Usted qué piensa? En algunos pueblos no dejan trabajar. En Usaquén, hace cinco años, Peñaloza sacó a los del Bronx, a los artistas y a la gente que estaba trabajando”.

En este punto Deiner hizo una señal para pausar, y agregó:

Aquí en Armenia pasa igual. Estudié en el Instituto Técnico Industrial, y los fines de semana acompañé al Grupo Gen´s, dirigido por Rubén Olave. Destaco a Ricardo Arciniegas, Antonio José Restrepo, Óscar Evelio Delgado, Diego Fernando Arias, Paola Cifuentes, Carlos Arturo García, Victoria Hernández, Luz Ángela Jiménez, Kirlianit Cortés, Beatriz Helena Martinez, Zoraida Ramírez, Maritza García, y Magda Cortés. No integré los grupos Affecto ni Onix. Recuerdo que casi todos emigraron en busca de otras oportunidades, igual que el maestro Guarín.

Un corto silencio y el audio reinició:

“Hay personas que no conocen el instrumento; preguntan y les digo que se llama chelo, que pertenece a los instrumentos de arco, a los frotados, y les doy el nombre de sus partes, porque me gusta enseñar. No encuentro razón de aprender y no entregar lo aprendido. Hago poesía. También me llaman la atención los versos. No olvido que después de una rumba en Bahía Solano, en el noventa y cuatro, hace más de veinticinco años, fui con mis amigos a tomar cerveza para calmar el guayabo, y hablando de la pereza, concluimos que lo mejor para disfrutarla era una hamaca.

Les dije que no existía un poema a la hamaca, y camino a mi casa en la loma, mientras corría a mi casa para no olvidarlo, fui creando el poema que mire usted, ahora no recuerdo. ¡Qué ironía¡ ¿Cierto? Escribí otro en el Valle de Cocora para mi hija Indira, en un lugar cercano al cerro Morrogacho. En Bogotá trabajé en el barrio La Candelaria. ¿Usted si sabe que lo más importante e interesante de todo pueblo y ciudad, es la plaza y la iglesia? En ellas nacen las ciudades, y como aprendí que los turistas internacionales o de otras partes del país lo saben y no buscan avenidas, calles ni semáforos, por eso trabajo en estos lugares…”.

Deiner no hizo la señal de pausa y sobre la voz del maestro, añadió:

Después de escucharlo, verdad que me gustaría encontrarme con el maestro Guarín, y como mínimo, tomarme una foto, sería muy bacano…

“Creo la existencia del hombre se fundamenta en la ciencia, las artes, la política y aunque pienso que no hay religión sin dios, tengo el concepto de que el hombre pierde tiempo buscándolo afuera, porque no sabe o no entiende que está dentro de cada uno, y quien no crea que existe debe crearlo dentro. Cada quien puede crear un dios o un demonio. No hay que buscar a Dios porque Él está en uno”.

Al finalizar el audio Deiner propuso:

Si tiene tiempo le cuento la historia del chelo…

Don Mario sonrió, y doña Faty anunció:

Se alargó la historia del chelo. La conozco. Espérela.

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