• JUEVES,  02 MAYO DE 2024

Cultura  |  15 noviembre de 2020  |  12:05 AM |  Escrito por: Edición web

XVIII. Notas de la peste

0 Comentarios

Imagen noticia

JERARQUIZACIÓN MUSICAL

Enrique Barros Vélez

En esta cuarentena los diversos artistas no tienen las mismas oportunidades para procurarse los medios de subsistencia. Los artistas plásticos pueden crear desde sus casas, igual que los artesanos, los escritores o los investigadores, pero los actores y los músicos, por ejemplo, carecen de esta posibilidad, quedando en desventaja respecto a esos otros oficios. Circunstancia que los obliga a visibilizarse para poder sobrevivir. Los músicos son tal vez los que más presencia hacen en las calles y en los barrios. Por eso sus sorpresivos acordes ya no causan extrañeza, ni tampoco sus notorias diferencias instrumentales.

El sábado, día del amor y la amistad, al medio día apareció en el sector donde vivo un hombre humilde golpeando con sus fuertes manos un tambor de cuero que apoyaba contra su estómago mientras cantaba, desafinado, unos vallenatos. Era un hombre negro, de pantalón corto y sandalias, que al tiempo que los interpretaba se movía de un lado al otro entre los restaurantes contiguos. Su interés estaba centrado en los comensales, ya que era a ellos a quienes les cantaba. Parecía que solo quería algo de comer para pasar el día. Su comportamiento lo asemejaba a un mendigo. Horas después escuché en los alrededores unos conocidos boleros. Curioso, salí al balcón a averiguar de dónde provenían. Era un abuelo de pelo muy blanco y nariz aguileña, con un vestido de calle. A diferencia de los músicos que nos han visitado, este artista no tocaba ningún instrumento. Con su mano izquierda sujetaba la barra de un maletín con rodachines y con la derecha sostenía el micrófono. El maletín era un equipo con pistas musicales que él acompañaba con su preciosa voz. El equipo portátil facilitaba su desplazamiento, entre canción y canción, para que su canto pudiera ser escuchado a lo largo de la cuadra. No era un músico instrumental, era un cantante maravilloso. Y cuando ya empezaba a anochecer, y parecía que no habría más interpretaciones, llegaron unos músicos en un automóvil. Eran cuatro jóvenes de tenis, pantalones y chalecos de dril negros, sombreros alones negros y camisetas blancas. Una elegancia muy casual. Y procedieron a armar su equipo de sonido: un bafle conectado a dos guitarras, a un bongo y a un micrófono de barra. Antes de iniciar nos contaron que eran músicos nómadas, procedentes de Bogotá, que venían haciendo un recorrido por las capitales departamentales y los pueblos de sus alrededores. Que sus últimas paradas habían sido en Manizales, Pereira y recién llegaban a Armenia, pero que su recorrido continuaría por todo el occidente colombiano. Protagonizaron una amena velada musical, con baladas modernas que mis vecinos aplaudieron con mucho entusiasmo. Y cuando les daban dádivas, bien fuera personalmente, o lanzadas por los balcones, el maraquero era el encargado de recaudarlas. Al terminar agradecieron las ayudas y nos pidieron el favor de que les enviáramos los videos y las fotografías que algunos les habían hecho, pues les interesaba subirlas a su cuenta en Facebook e Instagram, y que también nos agradecerían si les enviábamos comentarios al correo electrónico que nos dieron, pues con ellos alimentarían el bloc del grupo.

Estas presentaciones evidenciaron la desigualdad de sus recursos: la precariedad de la primera, con su desgarrada voz de hambriento; la modesta pero ingeniosa intervención del cantante y los pomposos gestos de modernidad exhibicionista y vanidosa. Intentos musicales de sobrevivir con dignidad la lacerante e indefinida espera impuesta por esta abrumadora realidad, por este temerario y restrictivo acontecer diario… Septiembre 20 de 2020.

PUBLICIDAD

Comenta esta noticia

©2024 elquindiano.com todos los derechos reservados
Diseño y Desarrollo: logo Rhiss.net