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Cultura  |  15 noviembre de 2020  |  12:08 AM |  Escrito por: Edición web

Cuentos de domingo: El lado oscuro de la luna

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Auria Plaza

Ustedes saben cómo sucedió, por lo que dicen los diarios; no tengo que contárselo. Además, no serían capaces de comprender por qué lo hice. ¿Qué hubieras hecho tú, niña bonita que tienes loquitos a todos los chicos del barrio? ¿Qué hubieras hecho tú señora, si, tú… la de marido e hijos perfectos? ¿Qué dicen ustedes los del gimnasio, con sus cuerpos tonificados y su diseño de sonrisas? Seguro que cuando se toman su limonada de coco o su cerveza bien helada entre ustedes dirán: ¡Qué miserable! Si la atrapan deberían darle la pena de muerte. Y ¿Saben qué? Tienen razón. La pena de muerte está bien porque acabaría con este infierno.

Vivo en el lado oscuro de la luna, ese agujero negro que se traga todo. En medio de un tsunami de dolor, que cuando la ola más alta llega a la playa me deja extenuada, sin fuerzas. Ni siquiera tengo el consuelo de la rabia y si la tuve se esfumó con ellos. Todo el odio que seguramente puse en cada puñalada me dejó vacía. Camino por las calles como una zombi. No hay mejor lugar para pasar desapercibida como una ciudad grande, con gente que corre de un lado a otro. Llega la noche con sus luces de neón, sus bares, las prostitutas, los chulos, los junkies y los vendedores de sueños. Es todavía más fácil perderse en esta tribu urbana.

Si las habilidades físicas ayudan cuando es necesaria la resistencia, lo más importante es mantener el control sobre sí misma. Si bien con la edad uno cree en menos cosas, hubiera hecho caso de lo segundo y ahorrado todo este infierno. Eso fue lo que pasó. Perdí el control. Póngase en mi lugar, usted lector, si su vida que creía perfecta se viniera abajo… ya sé, me diría que cualquier cosa menos lo que yo hice. No esté tan seguro. Hasta que no lo ponga a prueba no lo va a saber.

Recuerdo con increíble minuciosidad muchos de los acontecimientos, otros se me aparecen borrosos y deformados. No estoy segura si son reales o son un sueño. Tengo días en que veo cosas ajenas a mí, inconexas, fragmentos de una gran explosión, que a veces se juntan o que emergen incoherentes a mi conciencia dejándome desolada y árida como un terreno después de ser barridos los escombros. Eso es mejor que la pesadilla recurrente: estoy en una habitación muy amplia, con grandes ventanales en donde hay dos personas que me miran con diabólica burla.

En la tarde que fui a ver al abogado sólo quería proteger mis intereses. Si mi esposo me engañaba necesitaba un divorcio que no afectara a las empresas. Su consejo fue:

–Necesitamos probar el adulterio. Cuando ustedes se casaron el contrato pre-nupcial lo decía con claridad: cualquiera de las partes podría divorciarse sin derecho a partición de bienes en caso de comprobarse infidelidad.

–No quiero escándalo. ¿No es suficiente si lo confronto y él lo acepta?

–Usted era una mujer rica cuando se casó, por eso se hizo un contrato, pero su fortuna creció y su marido tiene derecho a esas ganancias. Le aconsejo que contrate un detective privado para conseguir pruebas.

Me casé con un hombre veinte años menor, muy enamorados. Hace tres años Octavio terminó su carrera y empezó a trabajar en la fábrica como gerente de producción. Todo iba bien, pero los últimos seis meses ha empezado a viajar mucho, alegando tener que visitar clientes; también a llegar tarde a casa. No le di importancia, yo misma suelo viajar por asuntos de trabajo y quedarme en la oficina hasta horas avanzadas. No soy mujer de escenas de celos, pero tampoco de compartir lo mío. Prefiero volver a vivir sola, a una relación que ha perdido su significado. Que cada cual siga su camino.

–Señora –quien le habla es el detective que ha estado siguiendo a Octavio– Sé que su esposo se ve con alguien en un edificio de la Castellana, sé el número de apartamento, lo que no he logrado es verlos juntos. La única manera es, si usted lo aprueba, poner cámaras y filmarlos.

–Eso es muy complicado y estaríamos hablando de infringir la ley.

–No, si la dueña del apartamento es usted.

–Me está hablando de mi apartamento de soltera que le dejé a la prima de mi marido cuando se vino a estudiar aquí. ¡Hágalo! Cuando tenga todo listo, me llama. Quiero estar allí para decirle que no se moleste en regresar a casa.

Creí que iba a ser un ambiente en donde yo tendría el dominio de la situación y me ahorraría largas escenas de negación o súplicas de perdón. Estaban en la cama que fue testigo de mis primeros encuentros con Octavio. El apartamento seguía igual a como yo lo había decorado. En la cocina nos tocó hacer a un lado platos sucios de la mesa de comedor y dos botellas de malbec vacías. Una tabla con un queso sin terminar, con un cuchillo más apropiado para un carnicero que para la delicada textura del brie. Una vez instalados, el detective conectó las cámaras al portátil y empezó a grabar. Le ordené que me dejara sola. El bochorno me sofocaba y no quería que me viera así. Pensé en esperar hasta que terminaran, sin embargo, no estaba preparada para lo que oí:

–¿Ya empezaste a darle el veneno a Mónica? No quiero esperar a volverme vieja.

–Es cuestión de un mes. Tiene que ser muy lento para que no sea detectado. Me siento muy mal, no teníamos necesidad de llegar a este extremo.

–¡Aja! ¿Y quedarte en la calle, después de años de soportarla? Cuando, en cambio, como viudo puedes heredarla y después de un par de meses de luto nos casamos.

Siguieron hablando mientras se acariciaban. La voz de ella era zalamera; le decía cosas que no puedo repetir, donde yo quedaba como una vieja aburrida y que no sabía hacer el amor como ella se lo hacía. Un frío helado recorrió todo mi cuerpo. Empecé a temblar. Quise escapar de allí, pero era como si estuviera hipnotizada. Algo incorpóreo y sutil se apoderó de mí, un remolino me succionaba llevándome a una cueva oscura y nauseabunda. Es todo lo que recuerdo. Lo demás lo sé por los noticieros, la prensa, las declaraciones del detective, de mis abogados. Partes de la grabación se han filtrado a los medios.

Había creído en la eternidad de nuestro amor, era todo maravilloso, alucinante, un mundo con sentido. Tenía el marido ideal y mi cuerpo tonificado. Alguna vez volví locos a los chicos del barrio. En nuestro círculo éramos la pareja perfecta. En una tarde todo cambió. Ahora entre el odio, el amor y la culpa me consumo. No sé cuánto tiempo ha pasado, no lo sé, no lo puedo medir. Es como un río tenebroso que me arrastra, a veces se detiene y deja de correr para volver al principio. Oigo sus burlas. Lo único que me quedó fue este mundo deforme y vacío. A veces tengo la esperanza de creer que en alguna esquina oscura de un barrio de mala muerte encuentre el fin. Otras, quiero entregarme a la justicia. La mujer que una vez fui, me dice que hay muy buenos abogados criminalistas y yo tengo el dinero para pagarlos. La mayoría del tiempo no sé quién soy. Quisiera que, aunque sea una sola persona logre entenderme. En realidad, eso tampoco importa. Me pregunto si tuviera la oportunidad de volver atrás lo volvería hacer ¡no claro que no! Lo digo hoy que estoy un poco lúcida. ¿Acaso sé qué puedo decir cuando caigo en el abismo?

El Caimo, noviembre 2020

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