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Cultura  |  15 noviembre de 2020  |  12:15 AM |  Escrito por: Edición web

El sobaco de mi tía

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Por El Flaco Jiménez

Mi tía Eunice se hizo famosa en las redes por los consejos que me dio para defenderme de las calumnias de Pedro Felipe Hoyos. Pero ese episodio ya pasó a la historia, como pasará también Pedro Felipe. Me imagino que no hay nada mejor para un historiador que pasar a la Historia. Así como los emperadores egipcios soñaban toda la vida con llegar a ser momias egipcias.

Pero hoy quiero contarles de mi tía Clara, la más charra de mis tías, que fue soltera, casada y viuda el mismo día.

“Mártir del placer/virgen a la fuerza/amaneció y no lo probó/y de ganas se murió”

Ella se inventó esos versos porque tenía gran sentido del humor y burlándose primero de sí misma ya tenía carta blanca para burlarse de todos los demás zurumbáticos y apelotardados del pueblo, como llamaba cariñosamente a todos los hombres.

Decía que fue una bobada dejar a un novio que tenía desde la escuela para casarse con un rico de Medellín. Ruperto se llamaba el viejo, que era viejo pero rico, tan rico que llegó a Manizales en caballo de paso fino, con una gran comitiva y el mismo día de la boda se pusieron el pueblo de ruana.

La fiesta de bodas duró hasta el amanecer pero el recién casado no amaneció en la fiesta sino en una zanja de “El Carangal” el barrio de las putas donde hoy queda Chipre. Todo el mundo supo que el asesino fue el joven despechado pero nadie lo denunció. El antioqueño no tuvo tiempo de montar en su caballo y cayó a la zanja sin decir ni mu. O sea que calló para siempre.

En la fiesta se escucharon los tiros, pero pensaron que estaban quemando pólvora en honor de los desposados. Al otro día la comitiva se volvió a Medellín con el muerto atravesado en la silla del caballo. No hubo testigos, nadie lloró.

Solo mi tía clara, que desde ese momento y hasta su muerte guardó riguroso luto hasta en la ropa interior.

Y nunca más le paró bolas a otro hombre y ningún otro hombre se le arrimó nunca, porque conocían la historia y sabían que el muchacho andaba por ahí emborrachándose y jurando por esta cruz bendita que si Clara no era para él, PUES TAMPOCO sería para ningún otro.

Clarita se dedicó entonces a jonjoliar a los sobrinos que eran numerosos, yo entre ellos, pues mis tías eran como los apóstoles: doce y parían cada dos meses como las conejas.

Uno de esos sobrinos es Jorge Ernesto, que según cuenta la tía Clara, tenía el tamaño de una rata y chillaba también como una rata. Era el hijo número catorce de mi tía Rosaura, cuya manera original de decir que no quería seguir pariendo fue morirse en el parto. A Jorge Ernesto lo sacaron sietemesino por cesárea, el medico lo cogió con asco como si lo fuera a tirar a la basura y se lo entregó a mi tía Clara.

La tía le dio leche con un gotero y todos en la clínica vieron como pasaba la leche por su garganta que era transparente y estaba cruzada por venitas verdes como cebollas largas.

La tía Clara envolvió a Jorge Ernesto en algodones, lo puso en la palma de la mano y se metió la mano debajo de su axila para darle calor.

Por seis meses, día y noche, la tía Clara tuvo a Jorge Ernesto así, bajo su axila y solo lo sacaba para darle leche con el gotero y para que le tomaran esas fotos que siempre mostraba con orgullo en los cumpleaños de Jorge Ernesto.

En uno de esos cumpleaños estábamos reunidos en casa de tía Clara celebrando y llega Jorge Ernesto que ya era un hombrón de veinte años y una vecina que no lo conocía le hace la pregunta que hacían todas las señoras antiguas de Manizales a los muchachos:

— ¿Oíste muchacho, vos sos hijo de quién?

La señora quedó perpleja, pero los que sabíamos la historia nos cagamos de la risa con la respuesta:

—Yo soy hijo del sobaco de mi tía. –contestó.

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