• DOMINGO,  28 ABRIL DE 2024

Cultura  |  22 noviembre de 2020  |  12:00 AM |  Escrito por: Edición web

Más cuentos de la tía Clara

0 Comentarios

Imagen noticia

La cicatriz de Fermín

Por el Flaco Jiménez

---¿Cómo fue esa vaina? ---Le pregunté a la tía Clara, mientras me untaba el bigote de chocolate.

Pues le cuento que Fermín se vino de Salamina con la familia, decidido a colonizar esta tierra. Se vino por la trocha que abrió Marcelino Palacios en 1843, cuando exploró el nevado del Ruiz con el minero alemán Guillermo Degenhardt

Pero en el paso de Guacaica, selva espesa, los perros empezaron a chillar y se les puso el rabo tieso. Fermín le dijo por señas al niño más pequeño, que se subiera a un carbonero y mirara desde allá. El niño quedó aterrado cuando vio al animal

---Es un titi…

---Un mico?

---Un titi…gre. ---desató por fin--- Y está detrás de usted papá.

Fermín azuzó los perros y agarró la escopeta que llevaba al hombro. El tigre le mandó un manotazo a Diablo, pero este reculó y Nerón aprovechó para morderle la cola amarilla con manchas negras, obligándolo a volverse. Así por turnos dieron tiempo a Fermín para que hiciera puntería.

Los perros de Fermín eran cazadores, de los que retroceden sin dejar de mirar la bestia a los ojos, “barriendo” el piso con el rabo para saber si hay obstáculos atrás, así como hacen los ciegos con su bastón. Por eso los llaman rabipelaos. (No a los ciegos, sino a los perros)

Fermín apuntó bien para no fallar porque la escopeta de fisto solo tiene un tiro. Si fallaba tendría que volver a cargar con pólvora negra que se echa cuidadosamente por el cañón, más encima unos trapos viejos o papel periódico y finalmente los balines o perdigones. Después poner un corcho a modo de tapa y empujar repetidas veces con una varilla o baqueta para que todo quede bien apretado. Entonces poner el fulminante de fosforo en el martillo percutor y mientras tanto el tigre se está limpiando los dientes con un palillo porque hace rato que se lo comió.

Pero Fermín había sido artillero del libertador en el Pantano de Vargas y además era cazador de mucha espuela que sabía esperar el momento preciso, aunque tuvo que disparar antes de tiempo porque Diablo cayó muerto de un zarpazo y Shere Khan ya iba a matar al otro perro.

Fue un mal disparo y además la escopeta no estaba cargada para tigre (con un solo balín grande), sino para cazar pavas con muchos perdigones pequeños.

El tigre levemente herido, pero ya furioso, se fijó en Fermín y avanzó hacia él, relamiéndose los bigotes como un gourmet. De un salto elegante lo tumbó y se le echó encima sin importarle que Nerón desesperado le diera mordiscos en los ijares. Como si lo picara un zancudo.

---¡No Mamá! ---gritó el niño que vio todo desde la copa del carbonero.

Pero ya era tarde. El niño presenció espantado a su madre que, en acto suicida, se agarró al cuello del tigre y le daba puños y mordiscos.

---¡Soltalo hijueputa! disque le gritaba y escupía pedacitos de oreja peluda.

Se necesitaron dos peones para quitar de encima del tigre a esa mujer embravecida, empapada en sangre, que con el cuchillo de la cocina lo había degollado en un santiamén.

Para sacar a Fermín, los peones corrieron a un lado el animal de cuatrocientos kilos, tarea fácil comparada con la anterior. Los niños ayudaron jalándolo de la cola que midió más de dos metros y Nerón seguía mordiéndolo, sin darse cuenta que el tigre ya no es como lo pintan.

Fermín no daba señales de vida. Un solo zarpazo lo rajó en tres tajadas desde la cara hasta el ombligo. Su valiente esposa Aurelia a quien la gente apodó la mata-tigres (con el debido respeto), estuvo seis meses poniéndole emplastos de Yerba-mora hasta que lo paró de la cama con unas cicatrices tan feas que los niños corrieron a esconderse y Nerón lo mordió en una pierna.

Con el cuero del tigre hicieron una manta grande y peluda que cobijó al matrimonio por varios años, pero cuentan que en las noches de luna la esposa de Fermín se despertaba y al ver la cobija peluda pegaba un grito que se escuchaba en todo Manizales. De ahí salió el famoso dicho: Mató el tigre y le cogió miedo al cuero.

Cuando Doña Aurelia tuvo con qué comprar una cobija de lana de oveja, le regaló la del tigre a unos indígenas ecuatorianos quienes copiaron el diseño y lo comercializaron con mucho éxito. La cobija “cuatro tigres” es un homenaje a la primera mujer que vivió en Manizales, aunque después la sacaron tamboriada. Pero esa es otra historia sobrino.

PUBLICIDAD

Comenta esta noticia

©2024 elquindiano.com todos los derechos reservados
Diseño y Desarrollo: logo Rhiss.net