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Cultura  |  29 noviembre de 2020  |  12:00 AM |  Escrito por: Edición web

XX. Notas de la peste: una misa caída del cielo

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UNA MISA CAÍDA DEL CIELO

Por Enrique Barros Vélez

Hoy amaneció haciendo frío y probablemente lloverá. Como es domingo no veo gente transitando por los alrededores. De vez en cuando pasa una pareja de deportistas o un automóvil y después todo vuelve a quedar en silencio. Sorpresivamente escuché una voz fuerte y pausada y descubrí que provenía del otro lado de la quebrada del Parque de la vida, de la parroquia María reina, en la sede del comando policial. En ese momento el sacerdote, por medio de un saludo, les manifestaba a los creyentes reunidos la presencia del Señor. Me asombró escucharlo tan cerca, pero pronto descubrí que el milagro lo estaba produciendo un micrófono. El firmamento estaba opaco, tornándose cada vez más gris, con una estrecha franja resplandeciente en su parte inferior. Después el sacerdote invitó al acto penitencial que, tras un breve silencio, realizaron los congregados. Escuché dos veces Señor, ten piedad, un canto con el que los fieles aclaman al Señor y le piden su misericordia. La mezcla de oraciones, soledad y opacidad celeste me causaron una repentina intranquilidad. Luego el sacerdote canto el himno de Gloria, seguido por el coro y por todos los fieles. El Gloria es un himno con el que la iglesia católica glorifica a Dios Padre y al Cordero y le presenta sus súplicas. Con extrañeza me pregunté el por qué no los había oído rezar antes, ningún domingo. Y por qué ahora expresaban con tanta resonancia su ferviente religiosidad. Entonces el sacerdote leyó la oración Colecta, dirigiéndose al Padre: “Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos…”. Y ellos exclamaron: Amén. Entonces comprendí que en estos momentos de incertidumbre la religión es un soporte muy eficaz para sobrellevar las probables pérdidas ocasionadas a nuestros proyectos de vida. Que si el presente nos intranquiliza, es necesario encontrar otra instancia que nos ampare y nos proteja. Prosiguieron con algunas lecturas tomadas de la Sagrada Escritura y cantaron el Aleluya. Luego proclamaron el Evangelio. La lluvia ligera, la luminosidad plomiza y los cánticos celestiales nutrían mi soterrada tristeza, mi inclemente zozobra. Luego escuché al sacerdote decir: "Lectura del Santo Evangelio según..." y poco después a los creyentes responder "Gloria a Ti, Señor", "Gloria a Ti, Señor Jesús". El sacerdote hizo una prédica en torno a las lecturas, explicando algunos de sus aspectos. Imaginé la devoción con la que aquellos fieles estarían recibiendo esos mensajes. Lo mucho que se estarían identificando con esas palabras de esperanza que prometían acogimiento y amor para todos. Si no era posible aquí, ahora, por lo menos sí lo sería allá, después, en la otra vida. Luego los creyentes le hicieron peticiones a Dios por sus necesidades y por la salvación de todos. Más adelante el padre anunció la transubstanciación de Jesucristo: “"Tomad, comed, bebed; esto es mi cuerpo; éste es el cáliz de mi sangre. Haced esto en conmemoración mía". Y prosiguió con una invitación a orar conjuntamente: “Orad, hermanos, para que este sacrificio mío y vuestro sea agradable a Dios, Padre Todopoderoso”. Luego pidió elevar el corazón hacia Dios, en oración y acción de gracias, en nombre de toda la comunidad, por Jesucristo en el Espíritu Santo, a Dios Padre. Hasta que por fin los despachó con la bendición sacerdotal: "en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo podéis ir en paz”. Habiendo oído involuntariamente esa misa concluí molesto que, si los creyentes adoptaran esas prédicas con convencimiento, y un sincero amor al prójimo, la nuestra sería una sociedad más justa, más humanizada y menos indolente. Pero, desafortunadamente, esos minutos de oración dominical parecen estar destinados solamente a cumplir con el requisito religioso, con la sagrada exigencia católica. Y nada más. Sus sabios mensajes son hojas que se lleva el viento…

Armenia, octubre 4 de 2020

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