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Cultura  |  20 diciembre de 2020  |  12:00 AM |  Escrito por: Edición web

Anécdota del rufinista y el profesor “cuchilla”.

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Escrito por Luis Fernando Arias Londoño 3º A, 1970.

Llegar a tercero de bachillerato en el colegio Rufino J. Cuervo era espectacular, porque significaba superar el primer colador. ¡Vaya que sí!

Excelentes profesores y todos "cuchillas", pero sobre ellos sobresalía uno de impecable vestido, saco y corbata, mancornas finas que hacían juego con el pisa-corbata. De color trigueño, aunque un tanto achocolatado; nariz chata con fosas anchas y labios gruesos; de voz suave pero cavernosa. En el colegio era conocida su "llaveria" con el profesor Libardo Ramírez (q.e.p.d). Sí, su nombre: Marco Fidel Suárez, profesor “cuchilla” de Español. Era el único que nos hacía entrar al salón en estampida.

Recuerdo que calculábamos la hora de entrada y minutos antes, nos colocábamos junto a la escalera para correr hacia el salón. La razón, muy sencilla, Marco Fidel manejaba una bolsita de tela negra, y su interior contenía las tapas de gaseosa debidamente marcadas con los números que nos correspondían en la lista, y lógico, el primero en entrar era el rey de la clase porque tenía la oportunidad de sacar de la bolsita el número que quisiera, menos el suyo, y claro, decía el número en voz alta, y ¡pum!: al tablero, o presentar el cuaderno de español o del Centro Literario.

Era tan tenaz el profe Marco Fidel, porque en su tiempo libre se tomaba la molestia de leer todos y cada uno de los cuadernos, tanto el de Español, como de Centro Literario, y por cada error de ortografía encontrado hacía un horroroso círculo rojo en la palabra equivocada, y teníamos que escribir una plana de la palabra correcta. Cada hoja del cuaderno valía cinco puntos, pero por cada error de ortografía se restaba un punto, y al sumar a fin de mes los valores de las hojas, sumaba y restaba en conjunto los cuadernos y las buenas o malas que tuviéramos en su libreta. Por las respuestas a sus preguntas decía “póngale la mala, o póngale la buena”. Tal era su veredicto. De esto resultaba que por lo general yo quedaba debiendo para el otro mes.

Una anécdota que recuerdo, y muestra el rigor ejercido por los profesores “cuchillas”: cierta vez que sacaron la tapita con mi número, el profe Marco Fidel pidió mi cuaderno de centro literario. Temblando de susto se lo pasé. Lo tomó de un extremo, y sin mediar palabra dijo: "Cuaderno en pelota, cero, mijo". Mi cuaderno no tenía forro y lo arrojó por el piso del salón. "Póngale la mala", le dijo al encargado de anotar en la libreta.

Humilde y humillado fui a recoger el cuaderno y me senté con la cola entre las piernas, cual perro apaleado. Lógico que perdí la materia, porque aunque la ganaba por respuestas correctas, la perdía por ortografía.

Quedé habilitando la materia. Presenté dos habilitaciones y las gané por respuestas, pero las perdí por ortografía. En la tercera habilitación creo que el profe Marco Fidel sintió un poco de compasión y por eso me pasó la materia. ¡Bendito seas, Marco Fidel!

Ojalá mis lectores, a pesar de mis correcciones, hagan lo mismo a este texto que escribí con aprecio por nuestros maestros “cuchillas”, y para mis compañeros rufinistas egresados 1970.

Un abrazo para todos en nuestro primer cincuentenario.

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