• DOMINGO,  05 MAYO DE 2024

Cultura  |  03 enero de 2021  |  12:01 AM |  Escrito por: Edición web

Cuentos de domingo: Una verdad

0 Comentarios

Imagen noticia

Cuentos de domingo

Nota de la redacción: A partir de este domingo, El Quindiano.com inicia la publicación de una serie de cuentos escritos por autores Quindianos, que han sido escogidos de manera previa por nuestro colaborador habitual, Libaniel Marulanda.

Acerca del autor de hoy

Felipe Gómez Cortés. Periodista, gestor cultural y promotor de lectura y escritura creativa. Estudió Comunicación Social-eriodismo en la Universidad del Quindío. Ganador, en la categoría de estudiantes universitarios, del Segundo Concurso Nacional de Cuento RCN-Ministerio de Educación en homenaje a Tomás Carrasquilla 2008. Primer lugar en el Primer Concurso Departamental de Cuento Humberto Jaramillo Ángel 2009. Cuarto lugar, con mención especial del jurado, en el Primer Premio Nacional de Cuento La Cueva 2011. Miembro fundador y asesor de programación literaria del Encuentro Nacional de Escritores Luis Vidales. Se ha desempeñado como coordinador de la Red Departamental de Bibliotecas Públicas del Quindío. Columnista y colaborador habitual del diario La Crónica del Quindío con contenidos de periodismo cultural, especialmente de literatura y música. Ha escrito también para el diario El Espectador, el Boletín Cultural y Bibliográfico del Banco de la República y la revista virtual Blast, especializado en cómic y narrativa gráfica. Ganador de la Beca de Crítica Cultural y Creativa del Programa de Estímulos del Ministerio de Cultura 2020.

Una verdad

Por Juan Felipe Gómez

Verónica tecleaba en su cubículo y de vez en cuando miraba la fotografía del muchacho. Le quedaban un par de horas antes del cierre para la edición del sábado, así que decidió parar y tomarse un café. Mientras lo servía se preguntaba si el editor aceptaría su texto. No era la historia que le había encargado, pero fue lo que encontró sobre ese muchacho, el de la foto.

Terminó el café, se estiró en la silla y volvió sobre la pantalla. Necesitaba al menos dos párrafos para cerrar y un buen título. Empezó a releer:

Alba Nidia Zuluaga abre la puerta y evita mirarme a la cara. Detrás de la fachada de color blanco hueso y café de su casa todo parece en orden, pero los últimos días no han sido fáciles para ella. Es la primera vez que va a hablar para la prensa desde que se supo lo de su hijo. Todo lo que han pasado en la televisión y en los periódicos es pura mierda, me dice.

Se tumba en una silla de mimbre y en ese momento puedo ver los detalles de su rostro: cejas muy finas, ojos miel y patas de gallo que se pierden entre el pelo marchito. El pómulo izquierdo sobresale más que el derecho. Esto, más el vestido viejo y limpio, y el ambiente de pobreza digna de la sala en la que me recibe, me hacen pensar en una película neorrealista.

En una repisa hay un par de fotografías de John Alex, su hijo. Según los noticieros él se entregó al ejército en las montañas del Tolima y ha iniciado una nueva vida al lado de su madre. Reinsertado, es la palabra que utilizan las autoridades y repetimos en los medios.

Dejo la grabadora y la libreta sobre la mesa del centro de la sala y me acerco a ver las fotografías de John Alex. Es un muchacho guapo, digo en voz baja. Alba Nidia me cuenta que esas fotos se las tomó unos días antes de irse…

Un toque en el vidrio del cubículo sacó a Verónica de la pantalla. Era Hoyos, el redactor judicial. Cómo va la historia, le preguntó asomándose por encima del vidrio. Estoy terminando, respondió ella entusiasmada. Aunque no se graduaron juntos, se conocían de la universidad. Cuando ella llegó como cronista, ya Hoyos llevaba algunos meses en judicial. A través de él había llegado la noticia de John Alex al periódico. El editor no dudo en encargarle la historia a Verónica cuando leyó la información que las autoridades le habían dado a Hoyos:

Un joven de 16 años, identificado como John Alex Zuluaga, se entregó a las tropas del Batallón de alta montaña en los límites del Tolima y el Quindío. Al parecer el joven desertó debido a las malas condiciones de vida en el monte y a la angustia que le producía pensar que había dejado a su madre sola.

Cuando Verónica recibió estos datos, al principio de semana, empezó a imaginarse algunas escenas para la historia: la travesía del joven por el monte para entregarse, el estrechón de manos entre el reinsertado y el comandante del ejército, el regreso a su casa, el reencuentro con sus amigos y con su mamá. Después de hacer algunas llamadas y consultar bases de datos, logró ubicar la casa del muchacho en un barrio periférico de la ciudad.

El martes los vecinos le avisaron a Alba Nidia que había una mujer que parecía periodista dando vueltas por el barrio. Su casa estaba en la mitad de una cuadra y todos conocían el caso de su hijo.

Doña Chila, la tendera, fue la primera que le dio nueva información a Verónica. Mientras le servía un tinto que la periodista no pidió, le contó que la señora estaba muy confundida con lo que había pasado en los últimos días, que todos los vecinos se habían solidarizado con ella porque quedó sola, que no se explicaba por qué un buen muchacho como John Alex había terminado en eso, que ojalá se supiera la verdad.

Desde la puerta de la tienda Verónica se fijó en la fachada de la de casa de Alba Nidia. Buscó algo singular, un detalle que le sirviera para matizar su historia. Sacó su libreta y apuntó los colores de la casa: blanco hueso y café. Pagó el tinto y le agradeció a doña Chila. Necesitaba un testimonio más para terminar su primer día de reportería y empezar a esclarecer el caso de John Alex Zuluaga.

En la esquina de la cuadra encontró un muchacho que parecía esperarla. Verónica se acercó y al saludarlo calculó su edad y los días que llevaba sin comer. Los residuos de pegante en la comisura de los labios y la mirada desorientada la hicieron pensar que no le sacaría mucha información. Le preguntó si conocía a John Alex Zuluaga. El muchacho se incorporó y después de una frase incoherente que le sirvió para despegar la quijada le dijo que claro, que habían crecido juntos y que lo estaba esperando para preguntarle cómo podía irse él también para el monte.

Me llamo Yeison, reina, y si me invita a un café con leche y un pan le cuento lo que quiera, le dijo a Verónica cuando se presentó como periodista y le explicó que quería escribir lo que estaba pasando con su amigo.

Volvieron a la tienda y se sentaron en una de las mesas donde doña Chila servía café y cerveza a los vecinos. La tendera no miró con buenos ojos a Yeison y cuando Verónica le pidió el café con leche y el pan junto al mostrador, le advirtió que ese muchacho no era de confianza.

Yeison contaba varias cucharadas de azúcar para el café y le daba mordiscos amplios al pan, ella le preguntó por qué quería irse para el monte. Lo que pasa reina es que por aquí las cosas son muy duras y no hay más que hacer sino robar y meter vicio, meter vicio y robar, es un círculo vicioso, dijo divertido. Míreme a mí. En cambio en el monte uno se afina y tiene la comida segura y hasta le puede mandar algo a la vieja, como hacía el John Alex hasta que le dio por salirse. Verónica lo miraba como si quisiera memorizar sus rasgos y entonces cayó en cuenta que no había sacado la libreta y que lo que estaba diciendo el muchacho era importante para la historia que iba a escribir. El ruido de una moto lo hizo apurar el último sorbo dulce del café, y cuando Verónica sacaba su lapicero el muchacho se escabulló por una de las puertas de la tienda. Ella se quedó con lo último que dijo y mientras lo apuntaba vio pasar la moto con dos patrulleros.

Al otro día Verónica consultó datos sobre reinserción, desaparición, número de menores en las filas de la guerrilla y resultados de la política de seguridad democrática. Buscó en los archivos del periódico las notas judiciales que se relacionaban con desapariciones y confirmó con Hoyos la versión de las autoridades en el caso del reinsertado. Antes de volver al barrio para buscar el testimonio de la mamá de John Alex, quería agotar las fuentes oficiales, las que su jefe decía que eran imprescindibles en un trabajo periodístico serio. A ella le interesaba contar una buena historia y aplicar lo que había aprendido en los cursos de periodismo, pero sabía que el editor valoraba, por encima de todo, lo que dijeran las autoridades, el gobierno, los abogados, la iglesia.

Organizó las notas con los testimonios de doña Chila y Yeison, algunos datos estadísticos y pensó en posibles preguntas para la mamá de John Alex. Por la tarde estaba de nuevo en la tienda de doña Chila y miraba hacia la casa blanca y café. Le gustaba imaginar cómo eran las personas y los lugares antes de conocerlos, así que se hizo una imagen del interior de la casa y de la mujer que iba a entrevistar. Releyó sus notas y se detuvo en los datos de reinsertados y desaparecidos en el último año. Recordó también lo que le dijo Yeison de irse al monte.

Le pareció ver a alguien asomado en la ventana de la casa y le preguntó a doña Chila si conocía otro familiar de la mujer. Ellos llegaron solos al barrio, le respondió la tendera desde el mostrador. Los únicos que he visto llegar a esa casa son los cobradores, y desde que se supo lo del muchacho los curiosos y los amigos que quieren saber si lo que han visto en la televisión es verdad. Muchos no pueden creer que ese muchacho haya terminado en eso y que ahora ni siquiera se sepa dónde está. Doña Alba ya ni sale, como le dije ella está muy confundida, y si no fuera por nosotros los vecinos que la acompañamos y le colaboramos, ella estaría peor.

Verónica miró el reloj de la tienda y pensó que sería mejor apurarse para conseguir el testimonio de Alba Nidia. Sabía que en la primera entrevista, si la conseguía, no iba a poder recoger la información necesaria, así que necesitaba asegurar una segunda cita. Llegó frente a la casa y estuvo un buen rato repasando lo que había encontrado y lo que necesitaba para su historia. Tomó la aldaba y antes del segundo toque la puerta se abrió. La mujer que apareció no le dio la cara, pero le hizo una señal para que siguiera. La imagen que se había hecho no era muy diferente a lo que veía ahora: una sala pequeña y organizada con sillas de mimbre, paredes con los mismos colores de la fachada y varias repisas con figuras de porcelana y algunas fotos. Verónica se presentó como periodista y confirmó el nombre de la mujer.

Alba Nidia le dijo de entrada algo que la comprometía con la verdad: todo lo que han pasado en la televisión y en los periódicos es pura mierda. Verónica apuntó la frase en su libreta mientras la mujer se sentaba. Ya en la silla pudo mirarla a la cara y trató de memorizar sus rasgos. Para entrar en confianza dejó sus implementos sobre la mesa de la sala y se dirigió a una de las repisas donde había algunas fotos de John Alex. De él no se había hecho ninguna imagen y se sorprendió al ver a un muchacho alto y apuesto, con los ojos miel de su mamá. La mujer le dijo a Verónica que esas eran las últimas fotos que se había tomado antes irse de la casa a trabajar a una finca en el Tolima. Su voz era pausada pero firme.

Aunque tenía el cuestionario en la libreta, prefirió dejar que la mujer diera un testimonio libre. Encendió la grabadora y empezó a apuntar las frases en las que Alba Nidia hacía énfasis. Habló de lo trabajador que era su hijo, de lo que le había enviado los primeros meses después de irse y de los rumores que se empezaron a dar en el barrio sobre lo que estaba haciendo en el Tolima.

Mientras escuchaba a la mujer, Verónica recordó a Yeison, el muchacho del día anterior, con su cara demacrada devorando un pan. La tarde había avanzado y se había dedicado sólo a escuchar y a tomar apuntes. Cuando Alba Nidia hizo una pausa, Verónica arriesgó una de las preguntas que había planeado: ¿Cómo se dio cuenta usted de que su hijo estaba en la guerrilla? Después de un silencio, la mujer se paró de repente y Verónica creyó que había cometido una imprudencia. La vio atravesar una cortina hasta el que debía ser el cuarto de John Alex. Volvió con un sobre y sacó de él una carta y un par de fotografías.

Por la noche Verónica estuvo leyendo una y otra vez los fragmentos de la carta que había alcanzado a copiar en su libreta. Era una corta y fría explicación de lo que estaba haciendo, al final le decía con entusiasmo que aprovechara los pesos que iban en el sobre. Con esto Verónica tenía una buena parte de la historia, pero parecía que Alba Nidia quería contar más, y saber más, que se supiera la verdad completa, así que acordaron otro encuentro para el día siguiente. Alba Nidia le pidió que la acompañara a la brigada del ejército.

Cuando Verónica llegó, Alba Nidia la esperaba en la puerta. Llevaba un sobre con las últimas fotografías de John Alex y algunos recortes de periódico donde se hablaba de la supuesta reinserción del muchacho. Pararon un taxi y viajaron en silencio. Verónica pensaba que era la primera vez que se comprometía tanto con un caso. Acompañar a la protagonista de la historia que iba a escribir, eso sí que era inmersión, como había aprendido en los cursos de periodismo. La mujer que estaba a su lado, mirando por la ventanilla del taxi buscaba una verdad y ella la estaba acompañando en esa búsqueda. Sería una buena historia.

Para evitar suspicacias, Verónica se presentó en la brigada como familiar de Alba Nidia. Tuvieron que explicarle lo mismo a más de cuatro uniformados: que estaban buscando quien les diera razón de un muchacho reinsertado. Esperaron un rato hasta que apareció un uniformado que parecía de alto rango por la forma como se dirigía a los demás. El hombre saludó con amabilidad a Alba Nidia, pero fue más frio con Verónica. La reconoció como periodista. Ella trató de disimular y esperó en un corredor cuando el militar hizo seguir a la mamá de Jhon Alex a su oficina. Sacó su libreta y apuntó el apellido del comandante, algunos detalles de la forma como las había recibido y la respuesta de Alba Nidia. Esperó.

Quince minutos después se abrió la puerta de la oficina. Alba Nidia apareció fría y con la mirada perdida. Tenía otro sobre además del de las fotos y los recortes apretados a su vientre. El comandante salió tras ella, miró a Verónica y se fue por el corredor. La mujer no dijo nada y la periodista no quiso preguntar. Sabía que su historia había tomado otro rumbo.

De regreso en su casa, la mujer le extendió el sobre a Verónica. Sacó de allí dos hojas de cuaderno con la misma letra que ya había leído en la otra carta, pero esta vez se notaba la prisa en la escritura y la fatalidad en las manchas de lodo y sangre en el papel. Leyó mientras Alba Nidia despedazaba los recortes de prensa. Ahora si puede escribir la verdad, le dijo y le pidió que la dejara sola.

Por la noche Verónica trabajó hasta tarde. Organizó sus notas y escribió las primeras líneas. Estuvo un rato viendo la fotografía de John Alex que Alba Nidia le había prestado para acompañar la crónica. Se había comprometido a regresársela junto con un ejemplar del diario.

Después del café y la interrupción de Hoyos no le costó mucho avanzar hasta el final. Cerró con las últimas líneas de la carta que John Alex escribió para que le entregaran a su mamá:

o me matan los muchachos o me mata el ejército o me muero de hambre en el monte… ojalá que si le entregan esta carta le digan también la verdad.

Ya había pensado en varios títulos, pero ninguno la convencía. Fijó su mirada en la foto del muchacho y se le ocurrió una pregunta: ¿Dónde está? Entregó su texto una hora antes del cierre.

El sábado abrió la página de crónicas y se extrañó al ver la foto de John Alex en blanco y negro. Tomó un par de ejemplares del periódico y volvió al barrio de donde había salido el muchacho. En la tienda de doña Chila ya tenían la página pegada en una pared. Los vecinos hacían corrillo para leerla. Verónica se encontró con Yeison en una esquina y le extendió el periódico. Salió de su sopor cuando vio la foto de su amigo y leyó ¿Dónde está John Alex? Historia de una verdad.

Frente a la fachada café y blanco hueso Verónica sintió algo extraño. Tocó una, dos, diez veces. La puerta no se abrió.

PUBLICIDAD

Comenta esta noticia

©2024 elquindiano.com todos los derechos reservados
Diseño y Desarrollo: logo Rhiss.net