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Cultura  |  03 enero de 2021  |  12:00 AM |  Escrito por: Edición web

Cuentos de domingo: Los niños del futuro

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Los niños del futuro

Por Auria Plaza

Los ancianos de la Liga Intergaláctica sabían que los niños que nacieran en el momento cero, cuando el sol se sincroniza con todos los planetas, recibirían la poderosa emanación de una energía que los haría especiales y, por lo tanto, con la preparación adecuada podrían ser devueltos al mundo para rescatar a la humanidad. La elección de los padres no era importante, pero tampoco querían separarlos de ellos; por eso se tuvo en cuenta que fueran parejas y madres solteras sin familia cercana.

Cuando llegó el día de Tzolkin, es decir el del nacimiento de estas criaturas, en el comando de la Galaxia estaban vigilando la tierra para monitorear a los elegidos, quienes a los ocho días serían extraídos, con sus padres, de sus lugares originales para transportarlos a donde por milenios han vivido los descendientes de los interestelares que quedaron para cuidar la Tierra, y que siempre han estado apoyados por la unidad de protección galáctica.

La decisión no fue fácil: ellos han tenido el principio de no agresión y no intervención, pero con el desastre que se avecinaba no sólo podría ser afectada la Tierra sino otros planetas; por lo tanto, después de consultar con el Consejo Interplanetario, llegaron a la conclusión de que secuestrar a estas familias se podía considerar situación de emergencia para un bien mayor.

Llegada la hora se eligió un niño de cada país a saber: Egipto, Sudáfrica, Estados Unidos de Norteamérica, México, Israel, Japón, China, Turquía, Rusia, España, Francia y Australia. Igual se seguirían de cerca a los niños nacidos en el resto del mundo en ese mismo instante. A ellos se les llamó Niños de las estrellas y no hay duda de que serán los iluminados en lo ético, mental y espiritual. El sólo hecho de haber nacido en ese momento del “rayo sincronizador” tendrán habilidades especiales y ayudarán a la humanidad a cambiar su estilo de vida.

Por más de cinco mil años los intergalácticos han enviado al mundo sus mejores alumnos, para que, con su conocimiento, hagan del planeta un lugar habitable para todas las especies. Sin embargo, a pesar de los esfuerzos, y de que los elegidos han hecho grandes descubrimientos para la humanidad, ésta, en lugar de usarlos para el beneficio de todos, abusa del poder que les conferían y su desconexión con la naturaleza y sus distintos ciclos están llevando el mundo a una vida artificial y destructora.

En otras ocasiones los enviados fueron acosados, torturados, perseguidos por sus ideas o inventos innovadores. No sabían defenderse de las situaciones en que se veían envueltos por ser hijos de la colonia, sin experiencia de cómo los humanos han evolucionado. La colonia sigue viviendo de acuerdo a un orden establecido por la Liga Intergaláctica y dedicada al estudio y la investigación. Apartados del resto del mundo en un lugar cuya existencia se desconoce y cuyo único contacto con el mundo exterior son las noticias a través de sus estaciones receptoras y copiadoras de las plataformas del espacio. En su herencia genética cultural no hay malicia para manejar las luchas de poder y la política de competencia del establecimiento de estas sociedades.

Los niños estrellas criados en ese ambiente de la colonia ahora tienen que regresar y continuar su educación en la tierra para integrarse y buscar un mayor nivel de consciencia de amor y aceptación entre la humanidad. Algunos de los padres de los chicos elegidos tuvieron más hijos quienes han recibido una educación de acuerdo a sus habilidades; no se les separará y todos serán relocalizados. El director del programa estaba dando los últimos detalles de la logística para devolver a los elegidos a sus lugares de origen, cuando fue interrumpido por una de las madres del grupo:

– Master Baht, nosotros no queremos ir a Moscú, mi hijos no conocen otro lugar que este. Mi esposo y yo somos felices aquí. Por más que nos han preparado nos asusta el cambio.

–Señora, ustedes sabían que esto iba a ocurrir cuando su hija cumpliera los diecisiete años.

–Tenemos una proposición. Ana puede viajar, como lo hace cualquier chico una vez que termina la formación. Continuará sus estudios y su misión no se verá afectada.

–No es una mala idea. Déjeme ver cómo se puede resolver.

Mientras el Sr. Baht hacía unas llamadas a los contactos en Rusia para cambiar los arreglos y conseguirle a Ana una familia sustituta, llamaron a la puerta, eran Frank y Magdalena.

–Adelante ¿Qué se les ofrece? –eran unos muchachos tan distintos. Él rubio, atlético, de ojos de un azul intenso y con una seguridad que emanaba de cada poro. Ella menudita, de tez cobriza, ojos pequeños de azabache y de actitud recatada.

–Maestro –dijo el muchacho con voz firme– no queremos que nos separen.

–Tú destino y el de tu papá es Australia y el de Magdalena y su familia es México.

–Si. Eso lo sabemos. Nuestras familias lo han hablado. Como mi mamá ha formado otro hogar aquí y a mi papá no le importa irse o quedarse, pensamos que tal vez me puedan enviar con la familia de Magdalena, ellos me quieren como a un hijo.

–Además –interrumpió la muchacha, con una voz cadenciosa y dulce– todos saben que Frank conoce más de la cultura azteca y maya que de canguros. Se ha especializado en literatura latinoamericana y está familiarizado con nuestras costumbres.

–Ustedes son los segundos en venir a proponer cambios. Déjenme consultarlo.

El Sr. Baht llamó a sesión extraordinaria a la junta directiva del programa y una vez reunidos empezó diciendo:

–Lo que nos temíamos está sucediendo. Algunos de los del grupo ya empezaron con sus propias propuestas. Los cambios y ajustes se tendrán que empezar a hacer. ¿Quieren ustedes que las decisiones sean consultadas caso por caso?

–No. No es necesario –dijo el psicólogo del programa–. Sabemos cuáles son los cambios que se requieren. Los muchachos han sido educados para exponer sus inquietudes y no a obedecer a ojos cerrados. Tienen derecho a creer, valorar y a opinar por sí mismos. Son inteligentes emocionales, saben lo que es mejor para ellos y para los otros.

–El problema no son los chicos –dijo el de bienestar familiar– los padres son los que me inquietan.

–Lo que más nos preocupa a los de la Federación es mantener el secreto de la existencia de la colonia. Es la primera vez que vamos a mandar gente terrícola. Los jóvenes son muy conscientes de su misión, pero los padres… ellos ya venían con ciertos resabios que han aprendido a controlar: celos, envidia, competencia, el ego, emociones que aquí son innecesarias, pero lo más inquietante de todo es esa tendencia de usar el “saber” para sentirse importantes. Así que entre más a gusto estén con los cambios más posibilidades hay del éxito de la misión.

Empezaron a hablar todos al mismo tiempo. El maestro Ab Ku se les quedó mirando y callaron para escucharle:

–Bueno. A ellos se les ha inculcado mucho la ley del desapego y que lo importante es servir a sus congéneres. Expresar sus talentos no sólo para goce de sí mismos sino de todos. Podemos pensar que no son los mismos que dejaron la tierra hace años.

Las palabras del maestro dieron por terminada la reunión, había mucho trabajo por hacer.

El Sr. Baht, después de hablar con los jóvenes de Sudáfrica para comunicarles que serían relocalizados en Kenia, como lo habían pedido, por considerarse ellos descendientes de los Masái y hablar el suajili y otras lenguas africanas, les parecía que podrían trabajar allí pues entenderían mejor los diversos grupos étnicos.

Se reunió con el comité de despedida y los artistas encargados del agasajo. Luego se fue a supervisar la obra de la plaza Pléyades, la escultura en honor de los elegidos estaba casi terminada. Las doce figuras hechas en un material parecido al aluminio pero más resistente, de siete metros de altura cada una, desnudas, sin formas definidas de sexo, erguidas formando un círculo imperfecto con los brazos extendidos y las manos abiertas elevándose al cielo tratando de alcanzar una esfera de color cobre incandescente suspendida en el aire desafiando la gravedad.

llegó a su casa, se encontró a su esposa en una crisis de llanto. No la podía tranquilizar, ni que le dijera porque de tanta angustia. Después de casi obligarla a que hiciera ejercicios de respiración y entre inhale, sostenga, exhale, ocho, siete, ocho, respire, logró calmarla y no podía creer lo que empezó a decir:

–Llevo más de dos meses sin casi comer ni dormir, no soporto la idea de que me separen de mi hija.

–¿Cual hija, mujer? Nosotros no tenemos hijos.

–Lisa. Desde que murió su madre yo me hice cargo de ella.

–De la bebé se hizo cargo el estado. Se la entregó a una familia sustituta y tú te convertiste en una especie de hada madrina.

tú nunca te diste cuenta de que yo le entregué mi vida a Lisa. La llevé el primer día de escuela, la acompañaba a sus clases extracurriculares, tocábamos el piano juntas, íbamos de compras y tuvimos largas charlas de cosas de mujeres. En fin, todo lo que hacen una mamá y una hija.

–Pero tú sabías que esto iba a suceder.

–Sabía cuál era el destino de ella, pero ahora que se acerca la partida no puedo soportar este dolor. Además ella es tan frágil, no creo que resista vivir sola ¿por qué no dejas que se quede?

–Doce fueron los elegidos, doce se van. Además ¿qué pasa aquí? Qué transformación has sufrido. Desde cuándo tus emociones andan tan desequilibradas. Llamaré al Dr. Zen para que te ayude a encontrar tu sensatez.

El control no lo había perdido solamente la señora Baht, la jovencita Elizabeth, cariñosamente llamada Lisa por todos, había caído en una depresión y no quería ver a nadie. Los compañeros del colegio, los profesores, los vecinos, los elegidos iban a visitarla y ella se negaba a recibirlos.

El Dr. Zen pidió consulta con otros colegas y neurólogos para tratar el caso de la Sra. Baht y de Elizabeth, nunca se había enfrentado a una situación de esta naturaleza. Si fuera sólo Lisa, podría pensarse en una enfermedad cerebral, pero la señora fue siempre normal y una profesional muy exitosa. No podía ser que dos personas, por el hecho de sentir que se van a separar, hecho además para el que habían estado preparadas, reaccionaran de esta manera tan extraña.

Luego de mucho deliberar llegaron a la conclusión de que no tenían entrenamiento para este tipo de “enfermedad” y lo mejor era ponerlo en conocimiento de la Liga Intergaláctica y de la mesa directiva del Programa.

Mientras esperaban la llegada de los delegados del Consejo Interplanetario todo seguía igual. Pasó una semana y se hicieron otros cambios. Todo estaba listo para la fiesta de despedida. Una noche un ruido conmocionó a la Colonia. Se llegaron al lugar de donde provenía que resultó ser la plaza de Las Pléyades. Encontraron gente de todas las edades caminando entre la escultura y alrededor de una de las figuras de los doce, unos jóvenes tomados de las manos danzaban cantando a coro:

–Lisa se queda. Ella es nuestra.

Lograron hacer que todos volvieran a sus casas con la promesa de que se estudiaría el caso.

Mientras, en la Liga Intergaláctica y en el Consejo Interplanetario estaban sorprendidos con el rumbo tomado al haber mezclado los terrícolas con los Kah. Ese mundo tan ordenado en el que ellos vivían estaba siendo alterado por unas emociones desconocidas, una afectividad personal que se estaba demostrando en el caso de Elizabeth. La empatía natural de ella, ha logrado que la quieran y responden a ese sentimiento en forma instintiva, trayendo a la superficie algo completamente olvidado y es que todos formamos parte de la caja de herramientas del otro.

Ellos esperaban que los humanos cambiaran su comportamiento, que a través de la enseñanza y el ejemplo que impartirían sus elegidos, con el tiempo empezaran a vivir con leyes espirituales que respetaran todos, para restablecer la armonía en el Universo. Asombrados se encontraron con una revelación: los Kah también tenían mucho que aprender de los humanos.

En ese mismo instante enviaron un comunicado a la Colonia:

“Adelante con lo programado. Sólo once niños y sus familias viajarán. A Elizabeth la necesitamos con los Kah”

El Caimo, diciembre 2020

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