• DOMINGO,  05 MAYO DE 2024

Cultura  |  03 enero de 2021  |  12:00 AM |  Escrito por: Edición web

XXV. Notas de la peste: Música que suena triste

0 Comentarios

Imagen noticia

MÚSICA QUE SUENA TRISTE

Enrique Barros Vélez

En estos días el sol y las nubes se confabularon para generar ambientes poco iluminados, opacos, cuyo enrarecido aspecto me afecta. Así como un día radiante despierta entusiasmo, así mismo un día nublado causa melancolía y zozobra. Somos receptores del ánimo ambiental. Si afuera predomina un ambiente gris, y unas calles solitarias, perdemos parte de la motivación para salir de casa. Y como este encierro prolongado nos ha vuelto frágiles y manipulables nos afianzamos entonces en los mismos propósitos y en la repetición de las mismas actividades, como autómatas de tediosas y predecibles jornadas.

Yo vivo solo y en días tan melancólicos soy muy receptivo con cuanto ocurre a mi alrededor. Por eso escuché nuevamente a mi joven vecina, quien también vive sola, sacarle algunas notas tristes a su guitarra, como lo hace en ocasiones al finalizar la tarde, o en la noche. Encerrada y ansiosa por su aislamiento indefinido emite tonalidades suaves, apenas audibles, rozando con delicadeza las cuerdas metálicas hasta producir discretas notas de desamparo, de tristeza y de soledad. Su interpretación musical no es prolongada, ni continua. A una corta improvisación le sigue un silencio de duración incierta. Eso me obliga a estar atento algunos minutos al dejar de escucharla. Excepcionalmente la acompaña el transitorio canto de las grandes aves diurnas que pasan volando en grupos. Y así como inesperadamente enmudece su música, así también la reinicia con discretos lamentos y sutiles tristezas. Nunca la he escuchado cantar, pero cuando oigo sus primeros punteos suspendo de inmediato lo que estoy haciendo, pues sus breves notas conectan profundamente con mi secreta nostalgia. Sus sonidos renuevan mi melancolía e inconformidad por la rutinización de las horas, por la sumatoria infecunda e indefinida de tiempo. Ya no vivimos las horas, las sobrevivimos. Ya no buscamos conquistar lo impredecible sino, tan solo, aspiramos a lo probable. Estamos anclados en una atemorizante realidad. Cada día estoy más insatisfecho con este infortunio, con esta pandemia que ha alterado mi vida impidiéndome tener nuevas vivencias, renovadas manifestaciones de afecto y contactos corporales cercanos. Que no ha sido solo por unos días. Y que seguirá vigente por otros meses que tal vez se irán sumando hasta completar un año, o un poco más. Lo que me recuerda un dicho que oía de niño: “el tiempo perdido lo lloran los ángeles”. Contra mi voluntad estoy entonces malgastando mi tiempo e incomodando innecesariamente a los pobres ángeles. Con lo cual me siento doblemente perjudicado al ser, al tiempo, víctima y victimario.

Ante este tedio la música de mi vecina y mi silencio son gestos simbólicos de resistencia, de esperanza, que reflejan la situación contenida de muchos otros que también lo padecen en este edificio. Aunque estemos desvinculados, integramos un coro melódico y mudo. Somos dos anónimos protagonistas pero también somos todos los que viven aquí. Nuestro constreñimiento emocional evidencia la angustia represada en este lugar. Y así distantes, ella en su apartamento, y yo en el mío, pero cercanos en nuestra inconformidad y desespero, enfrentamos estas largas horas sin ilusionarnos con el cese cercano de la prolongada espera. Mientras, seguiremos unidos en nuestra sincera y pasiva resistencia emocional… Octubre 25 de 2020.

PUBLICIDAD

Comenta esta noticia

©2024 elquindiano.com todos los derechos reservados
Diseño y Desarrollo: logo Rhiss.net