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Cultura  |  07 marzo de 2021  |  12:00 AM |  Escrito por: Edición web

XXXIV. Notas de la peste: la noche de año nuevo

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Enrique Barros Vélez

Presenciando la inactividad matutina presagié una jornada fría, sin algarabía ni festejos, aunque estuviera concluyendo un año lleno de adversidades, restricciones y cambios acarreados por la pandemia.

La secretaria de Salud había confirmado el alarmante aumento de contagios y aceptado que esta noche la pudiéramos compartir con los seres queridos siempre y cuando acatáramos las normas de prevención. Por tanto debíamos hacerlo en grupos pequeños, de no más de 10 personas, en reuniones cortas, y que al momento de consumir la cena nos laváramos las manos y mantuviéramos la debida distancia y, sin compartirlos, usáramos el tapabocas y los utensilios. Y las realizáramos en espacios muy ventilados. Estas limitaciones determinaron que las celebraciones familiares fueran completamente atípicas, pues al conservar el distanciamiento, y las demás medidas preventivas de bioseguridad, modificaron nuestras rancias tradiciones. También prohibieron organizar fiestas en viviendas y espacios públicos, pues los bailes, los cantos o actos similares, promovían contactos que incrementarían los contagios. Tampoco permitieron quemar pólvora.

A estas recomendaciones se les sumó la prohibición de vender licor desde las diez de la noche y el toque de queda a partir de las doce, ya que el 2020 terminaría con 24.548 casos positivos de contagio y 659 fallecidos, 20.366 personas recuperadas y 3.523 casos activos. Y con Armenia como la séptima ciudad de Colombia con mayor desempleo y cuantiosos establecimientos comerciales cerrados definitivamente. Situación nada envidiable.

A pesar de mí justificado desconcierto me senté en el balcón a esperar lo que sería el festejo del final del año. Pero pasaba el tiempo y no ocurría nada. No escuchaba música en las viviendas próximas, ni veía transeúntes y solo de vez en cuando algún vehículo pasaba rápidamente. Para mi sorpresa, a ratos escuchaba unos inexplicables y desacompasados cantos infantiles, acompañados de risas, gritos y aplausos, como ecos de una felicidad extraviada en la silenciosa noche. A pesar de mis esfuerzos no logré ubicar su procedencia. En este silencio rotundo también escuchaba momentáneos ladridos provenientes de la lejana oscuridad.

Ante la carencia de festejos permanecí varias horas en silencio, evocando los estragos de la peste. Mientras contemplaba la oscuridad, con sus múltiples lucecitas esparcidas en todas las direcciones, sentí como si estuviera presenciando los cuantiosos velorios de los fallecidos, el dolor por la marginación impuesta a sus familiares y el duelo de todos nosotros por las irrecuperables pérdidas económicas sufridas. Pasadas las nueve de la noche empezó a caer un fuerte aguacero. Entonces, desengañado por no haber presenciado ninguna manifestación conmemorativa, me fui a acostar. A media noche me desperté sobresaltado con un estruendo de pólvora. Volví al balcón y vi a lo lejos el cielo invadido con fuegos artificiales de distintas formas, procedentes de distintos lugares, espaciados unos de otros apenas unos minutos. Este fue el gran suceso de la noche. El hecho inolvidable que quedará contrastado en nuestra memoria con los gratos recuerdos fraternales, las fiestas vecinales, los villancicos y el bullicioso júbilo navideño. Tras contemplar con desengaño esos minutos de lánguido festejo regresé a mi habitación dispuesto a prepararme para enfrentar el incierto año que llegaba…

Enero 1 de 2021

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