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Cultura  |  14 marzo de 2021  |  12:00 AM |  Escrito por: Robinson Castañeda

Cuento: La soledad es un rojo

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Este texto es inédito y se publica con autorización de la familia del escritor y poeta Gustavo Rubio, fallecido en el año 2020.

Se comienza casi siempre por sentir nada y una breve comezón y buenos días, cómo están ustedes para sentarse en un lugar designado por la empresa, el colegio, la universidad, para coger los instrumentos de labranza, la máquina de escribir, el libro de las mutaciones, para soportar las ganas de no ser más y brindar por lo menos querido con la bilis acompañada de ganas de vomitar, para aconsejar a los más tiernos en algo y mentirles con el corazón, jodiéndose si no saben, y sentarse veinte años o quince o no sentarse, trabajar desde la quintaesencia y morir en cualquier domingo de ganas de vivir y no poder alimentar los deseos de caminar por ahí sin que le cueste un peso, arriesgarse a ir de la mano del destino que se desconoce o, simplemente, mirar las palomas y las muchachas como si se estuviesen mirando por primera vez y uno fuese la inocencia misma y nada de cucarachas en la cabeza.

Estoy cansado vida, dadme la libertad, decirlo mientras la tarde cae, las ventanas están abiertas, los viejos soñando con volver a amar, los jóvenes por tomar cerveza y salir de rumba con la muchacha linda del barrio vecino, las madres presintiendo en los ojos de sus hijas el primer asomo de ninfomanía, un zapatero que canta baladas porque es joven, amor mío no me dejes, los carros, las cosas, los demás, música de orquestas populares, soledad, soledad, soledad, y ver el nacimiento de los mismos días con la comezón que surge de no sé sabe dónde, sentir que esto no vale nada e inmediatamente pensar en el vacío que es una vida como la mía, como la tuya, solo sinsabores, solo podredumbre alrededor, manos que te acarician que te manosean que te seducen manos que te palpan el hombro, felicitaciones, hombre qué bien, ojos que no miran ávidos, ojos de mujer enamorada, papito, mamita, luego frío, hielo en el alma, vísceras vociferantes evocando el agua que jamás volverá, te tumban a nosotros, los nuestros, al sucio piso de la necesidad y quizá al azar, mediados el dolor entonces nos sonríen las momias del asfalto, te dolió papito, uno los mira sin saber si decir partida de hijosdeputa o si se es boludo del totazo, aguantado como nadie y fingido como pocos, responderles no sean pendejos, a mi no me ha pasado nada, tranquilos nosotros que yo soy uno de los nuestros.

Y así pasarla año tras año y cada vez más viejo y cada vez más año nuevo, bebamos por el año que comienza, cuando en realidad el que comienza es el mismo, y a veces uno ni comienza.

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