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Cultura  |  12 julio de 2021  |  12:00 AM |  Escrito por: Administrador web

Cuento: A la pereza tendida en la tarde de sol

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Este texto hace parte del libro "Te das cuenta que no hay nada que amar", y se publica con autorización de la familia del escritor Gustavo Rubio.

De espaldas, en taciturna espera, los vemos no participar en los encantadores ritmos de la plaza de Bolívar; no se cepillan los dientes, no talan árboles: suele creerse que es señal de progreso derribar árboles y dejar preñadas a las mujeres, beber grandes cantidades de licor y alimentar a los caballos mucho mejor que a la gente.  Los perezosos prefieren los círculos sin puertas ni ventanas de las mónadas filosóficas antes que darse una vuelta por los verdes mares de la patria, que sentir el horror de la camandulería, la desnudez de los turistas; es preferible la hediondez del mendigo o de la prostituta que, sensu strictu, ofrecen un espectáculo más digno; creen los adoradores finitos de la pereza, que es mejor, más saludable, rascarse las bellotas de los huevos, no confiar en discursos de derechas o de izquierdas con sus discursos utópicos, es aceptable, dicen, dedicar la perezosa vida a construir la ociosidad de los vivos y las bestias. 

Ya salió el sol, ya preñé a la nada y produje nada más que nada, dice uno de ellos, y propone a la muchedumbre de perezosos y escépticos el tango más dulce para beber todo un día, en vez de estar haciendo negocios y tumbando a los activos, los serios. Uno pregunta si el pasado sirve de sostén a la vida, le responden los más peludos: para nada sirve, cállate; aquel que deseaba evocar el elevamiento de cometas, el juego de trompo es abucheado; mejor cuéntanos qué hiciste que no fuera eso: les cuenta el primer polvo oculto tras una puerta. 

Sigue idiota, le gritan, qué pasó: les cuenta que en este país de verdaderos inventan reinados hasta ver morir a la madre, también que con el culo de las muchachas venden toda la porquería de cremas, relojes, prendas íntimas, dando como resultado que la industria nacional e internacional está hecha de mierda porque todo lo anuncia con el culo. 

Que se calle el crítico, claman las mayorías perezosas. El más viejo alza con fastidio una de sus manos y dice: yo hice el amor por primera vez oculto tras una puerta, las primas solícitas preguntando por el amigo y uno respondiendo tiren las cartas muchachas que ya les digo; desaparecí con una de las chicas hacia el lugar más obvio, tras la puerta donde mi tía cosía la ropa de las vecinas, comencé a tocarle los pezoncitos, las nalguitas, le besé mejillas y cuello, luego le metí la mano y ella que no, que le voy a contar a mi tía: de un tirón le bajé los calzones y le alcé la bata, me agaché y me temblaba hasta el culo, le besé esa bella colina, ese suave hueco que olía a cocina sin aseo, y me empiné luego con el cacao en la mano y se lo empujé  lento, medroso, lleno de miedo. 

Que se calle ese confiado y mal hablado, discrepó uno por ahí.  Yo dije que los perezosos serios la pasábamos por ahí, de un lado a otro, persiguiendo los sueños de las mujeres que se tornan feas al amanecer y no me creyeron; respondí que nosotros no hablamos de política, ni gustamos definir la belleza por el exceso de tangas y aretes unisexo, y tampoco me creyeron; otros dijeron que preferían el silencio y la soledad a los ruidos de navidad y las comilonas de los ministros o gobernadores, y tampoco; no, nosotras somos serias, dijeron las viejas, no hacemos nada, no salimos de nuestros cuartos porque eso ya lo advirtió Pascal, pisoteamos cuando podemos los verdes prados de las avenidas, no hacemos carrera universitaria, no tenemos carro ni beca ni ganas de tener esas vainas, y les gritaron cállense. 

Yo agregué que la plata sirve para comer mejor, hacer el amor con mayor frecuencia y para llenarse la vida de problemas inútiles y guardaron tanto silencio que yo los creí pendejos de nacimiento; el más perezoso de todos dijo que la única soledad valiosa es la del amor porque nos impide conocer al amor y a los otros y todos aplaudieron, pero yo le salí al paso a tanto aplauso no productivo y comenté que lo único que me importaba era no compartir los ritmos de la plaza de Bolívar, no lavarme los dientes, no dejar a las mujeres preñadas ni ir por ahí como los paisas echando cuentos y cuentos para olvidarse del tiempo. 

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