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Cultura  |  11 diciembre de 2021  |  12:00 AM |  Escrito por: Administrador web

Bolívar, el amador

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Por Manuel Tiberio Bermúdez

La admiración por Simón Bolívar, el libertador de cinco repúblicas, nos viene desde la escuela cuando los profesores nos hablaron de un venezolano que decidió dedicar su vida a dar libertades y a combatir los opresores y la opresión.

También nos enseñaron que hizo un juramento, delante de Manuel Rodríguez, su tutor y mentor, en el Monte Sacro de Roma en el que dijo: “¡Juro delante de usted; juro por el Dios de mis padres; juro por ellos; juro por mi honor, y juro por mi Patria, que no daré descanso a mi brazo, ni reposo a mi alma, hasta que haya roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder español!

Desde esas lejanías hasta hoy cuando nos hablan de Bolívar, nos llega la imagen de un hombre sobre un corcel Moro (blanco) que libró mil batallas contra los españoles. Como héroe avanza en su caballo por el cielo de los inolvidables, pero poco nos preguntamos por el hombre, por el ser humano que era don Simón, por los amores para el descanso de la guerra en las soledades del triunfador.

Porque Bolívar, luego de que cumplimos con las tareas del colegio para complacer a nuestro profesor de historia patria y nos aprendimos de memoria una historias sin gracia llenas de fechas cañonazos y muertos, empezamos nuestras lecturas para andar nuestra vida y descubrimos otra historia del “negro venezolano”.

Era un ser humano que quería con intensidad, amaba como aman los hombres que cotidianamente desafían la muerte y buscan como en el poema, “a Dios en los brazos de una mujer”.

Los nombres de sus amores que registró la historia nos cuentan de María Teresa Toro y Alayza, su esposa, por la que se hincó ante el altar e hizo el juramento que solo se rompe con la muerte.

Luego entra a la escena Fanny du Villars, la pariente que le hizo disfrutar el amor en París la ciudad de los amores sin tiempo.

En el bajo magdalena colombiano el Coronel Bolívar conoce a Anita Lenoit, de padres franceses que le da al libertador, a sus 17 años, un amor fugaz pero intenso. Luego enamoró a Juana Pastrano Salcedo, y posteriormente el amor llegaría a él con el nombre de Josefina Machado, quien le acompañó por un tiempo.

Nombres que seguramente evocaba entre el ruido de los cañones y los ayees de los heridos o que se le aparecían en noches de soledades.

Dicen que la hermana del coronel Soublette, Isabel Soublette, también fue su amada, y agregan los historiadores, y los chismosos, que el ascenso de Soublette a segundo jefe del Estado Mayor se debió a esa relación de libertador con la hermana del coronel.

Luego vendrían otros nombres que mantenían el corazón en acelere constante al genial Bolívar: Julia Corbier, Bernardina Ibáñez, “La melindrosa”, Manuelita Sáenz, “La libertadora del libertador”, Teresa Laines, Manuelita White, Joaquina Garaicoa, Teresa Mancebo, Aurora Pardo y otras de las que sólo su corazón enamorado conocía los nombres y eran pronunciados en sus soledades o en los oídos de las amadas.

 

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