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Región  |  13 marzo de 2022  |  12:00 AM |  Escrito por: Administrador web

IN MEMORIAM DE EDIEE POLANÍA

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Por Carlos Miguel Ortiz

 

Cuando, en 1973, llegué de joven profesor novato a una ciudad boyante que por entonces todavía reverberaba en granos de café, me pidieron en la Universidad hacerme cargo de los cursos de historia antigua de Grecia y de Roma, y del curso de historia nuestra colombiana antes de los españoles, es decir la historia de nuestros abuelos remotos, los indígenas.  

En esos cursos logré sintonizarme con estudiantes casi de mi misma edad, entre quienes recuerdo, por su iniciativa de preguntar, a un estudiante venido de Ibagué, de nombre un tanto exótico, Eddie, y con un apellido que yo solo había oído del coronel que comandó en 1951 el Batallón Colombia que enviaron servilmente a combatir en una guerra tan ajena a nosotros como la de Corea, pero que no tuvo nada que ver, ni por parentesco ni por actitud, con el estudiante tolimense que más intervenía con sus preguntas y con sus opiniones.

Estudiantes activos como Eddie, y como el estudiante de una generación más joven, William García, se convirtieron luego en reconocidos profesores del mismo programa académico del cual egresaron, muy apreciados y queridos por sus alumnos. Así fue dibujándose en la Universidad del Quindío toda una genealogía de docentes que, quinquenio tras quinquenio, nos iban inyectando sangre nueva. El interés por Grecia y Roma siguió acompañando a Eddie toda la vida.

Ya colegas en la docencia, por allá en 1984, con Eddie y con William un día resolvimos invitar a todo nuestro Departamento académico a constituirnos en equipo para organizar, al más alto nivel, el V Congreso Nacional de Historia de Colombia, al que quisimos imprimir, además, un sello internacional convocando a los más leídos investigadores “colombianistas” que enseñaban en universidades de Europa, Norteamérica y América Latina.

Con ayuda de periodistas del Quindío, como el ya fallecido Gonzalo Uribe, el Congreso irrumpió en la ciudad de Armenia logrando concertar el entusiasmo y colaboración de los más diferentes sectores ciudadanos. Fue proverbial e impactante, para los visitantes conferencistas y cientos de participantes, la acogida que los armenios les hacían sentir al realizar sus compras en los almacenes o sentarse a manteles en los restaurantes.

El trabajo mancomunado para sacar adelante esta magnitud de Congreso forjó y estrechó nuestros lazos de amistad, con Eddie, con William y con otros colegas, algunos desparecidos como Olga Cadena; y esa amistad que allí inició, se fue fortaleciendo con los años, hasta traspasar hoy, con Eddie, las fronteras mismas de la vida y la muerte. Nuestra cáfila se amplió con otros profesionales amantes de mezclar buen vino con literatura, filosofía y la famosa “epistemología”: Jaime Sepúlveda, llegado de Chile por la persecución de Pinochet, Alvaro Pareja, Harold Alvarez, el médico Fernando Moya… Pero, más allá, en esa cercanía empecé a apreciar lo que más valoré en Eddie, tesorero del Congreso, y que nunca cesaré de reconocer: su honestidad y transparencia a toda prueba, su capacidad de gestión, su entrega incondicional a causas nobles.

Ya entonces, por supuesto, con una mujer excepcional como Lilí Bolívar, había formado una hermosa familia que, con sus dos hijitas Angélica y Juliana, fue toda la vida su orgullo y sus amores.   

Pero como Eddie entendía aquello de que la sed de saber es insaciable y que el ser humano puede aprender sin límites y perfeccionarse hasta el día de la muerte, quiso volver a ser estudiante cuando iniciamos en la Universidad la experiencia inédita de una Especialización en Economía Cafetera, en la región que precisamente era el corazón de la producción y de la exportación de café: el Quindío exuberante. Como decano a cargo de este programa, tuve que escoger la nómina de los docentes entre los más reconocidos conocedores de la economía cafetera del país: entre ellos el entonces investigador de la Federación, desconocido aún en la política, Juan Manuel Santos Calderón.

La experiencia de alumno de este programa, que compartió con otros futuros cuadros de una nueva generación de gestores, docentes y periodistas, entre estos Miguel Angel Rojas, fue importante, pero no inicial, en la formación de Eddie como investigador comprometido de la realidad del Quindío. También coadyuvó en este proceso su posterior experiencia de la Maestría en Desarrollo Regional, de la Universidad de los Andes.

Para Eddie ser alumno de estos programas no fue un simple recurso de promoción personal, y mucho menos un peldaño de ascenso simplemente funcional. Por el contrario, era clarísima su convicción de que los estudios serían insumos para continuar forjándose como investigador integral e íntegro, dispuesto a contribuir de la mejor manera a promover cambios necesarios en un territorio que, aunque no era el suyo raizal, amó toda su vida. El Quindío, como a mí, lo acogió con su hospitalidad proverbial, y él, como yo, fuimos embrujados por esos lares, valles y montañas. Por eso lo hemos estudiado con pasión.

De allí nace también su visión crítica, plasmada en sus escritos. No nació del pesimismo ni de la arrogancia, nació de su compromiso medular. Amaba el Quindío, y le causaban escozor los vicios de la mala política, que en los últimos años trajo a colación en hermosas metáforas y alegorías que impregnaba de humor, a veces no exento de fina sátira y hasta de ironía, a través de sus cuentos y de sus novelas: ¡Ay de ti, Madre Mía City!

Fue así, y no como es más frecuente, por la vía del servilismo clientelista y del favoritismo, como fue a parar a la función pública. Lo llamaron porque sabían de su conocimiento y de su lucidez para diagnosticar, y él en algún momento creyó en la utopía del “gobernante-filósofo” y aceptó. No sé cuánto pudo incidir o si efectivamente incidió, en las políticas oficiales de la planeación, pues en todo el país es difícil plasmar en realidades los más lúcidos análisis, cuando toda la política y las decisiones se hallan atravesadas por tantos intereses y por años de prácticas que se han incrustado en lo más hondo del juego público y de las instituciones.

No obstante, más allá de su paso por la administración, lo aprovechó también para acopiar insumos que luego plasmó en sus obras literarias. Estas, después de su familia, sus hijos y sus nietos que tanto amó, lo harán perdurar años de años más allá de la muerte. Yo tuve el privilegio de leer cada vez sus escritos antes de publicarlos, y los seguiré leyendo, ahora como un medio de continuar comunicándome con quien fuera por largo tiempo un gran amigo de verdad, cómplice de muchas inquietudes intelectuales, interlocutor inteligente, pero sobre todo: el gran amigo, con el don especial de la lealtad a la amistad.

Mis palabras son ciertamente una despedida, pero a la vez un pacto de memoria, para nunca olvidar, para exorcizar la “posibilidad del olvido”, parodiando a Borges y a Héctor Abad.

 

Carlos Miguel Ortiz Sarmiento

Bogotá, 12 de Marzo de 2022  

 

           

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