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Cultura  |  12 junio de 2022  |  12:00 AM |  Escrito por: Administrador web

El regreso de Heráclito

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Escrito por Luis Carlos Vélez.

(Mini-crónica con voz solista)

Después de meses y varios intentos para tomarle apuntes, el poeta informante llegó a la plazoleta de la plaza de Bolívar, pidió una cerveza en el quiosco, y quizá por llevar años “olvidado del sabor a lúpulo”, a la segunda y sin esfuerzo, su voz y volvió al ayer…

Sobre el marco de la puerta de la casa de bahareque ubicada en una esquina de la calle doce con carrera diez y seis, marcada con el número 12-01, y donde hoy funciona una distribuidora de huevos, grabado en la tabla de madera, se leía: El regreso de Heráclito.

En 1990 Luis Eduardo Isaza y Gustavo Antonio Rubio, establecieron una sociedad para poner al servicio de los poetas y escritores el sitio de reunión, en que, al decir de sus amigos, oficiaron de gerente y subgerente.

Para dar un toque romántico e íntimo, reservado y acogedor, y atraer a la clientela, pintaron las paredes de colores pastel; lo alumbraron con luces mortecinas, tenues, y ambientaron con tangos, boleros y baladas de los sesentas y setentas, sones, trova cubana de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, y las milongas camperas del argentino José Luis Larralde. Rara vez, y por petición de algún desubicado, música rock.

En pocos días el lugar lo visitaban poetas, narradores, declamadores; aquellos que tenían que ver con literatura, espectadores interesados en las conversaciones, o “patos” en general, aunque pocos. Sus dueños se vieron en apuros para atender a la numerosa clientela, que superando los cincuenta, no encontraban dónde ni cómo acomodarse en cinco mesas, y veinte sillas de madera con espaldares de fique entretejido, o la barra del local que apenas media tres metros y medio de ancho por cinco de fondo.

Ante el aumento de la concurrencia, y a medida que pasaban las semanas, decidieron programar una vez por semana un evento con invitados especiales, y abrir el resto de la semana a su clientela habitual; incluso el domingo, de dos de la tarde, hasta la hora en que solo quedaban Luis Eduardo o Gustavo Antonio, y dejar el viernes, después de la siete de la noche, exclusivos para actos poéticos.

Entre los tertulianos sin falla, aparte de sus dueños, se reunían: Jorge Hernán Londoño, Carlos Alberto Valencia, Jorge Iván García, Carlos Alberto Castrillón, Juan Aurelio García, Elías Mejía, Martha Lucía Usaquén, Margarita Rosa Vélez, Carlos Fernando Gutiérrez, y otros, que solían aparecer con dos tres invitados, para disfrutar los eventos y consumir las pocas existencias de cerveza, aguardiente, gaseosas, y dos a tres paquetes de galletas, bombones o chicles exhibidos en una pequeñísima vitrina.

En sitios como el Heráclito, frecuentado por hombres y mujeres, jóvenes e impetuosos, no fueron raros los romances con finales felices o fallidos.

Además de escuchar a poetas, declamadores y cantantes invitados especiales con reconocimiento local o nacional, en El Regreso de Heráclito, se leían a diario poemas de literatos locales o aficionados, o por decir, poetas clientes del lugar. Hubo sitio para cantantes espontáneos; se leían en común y con carácter de revisión y corrección, borradores de textos o poemas, que convertían las reuniones en tertulias literarias. Otrosí: a un lado de la barra, aparecían apilados libros de segunda para vender o prestar, y rara vez, sin posibilidad de retorno.

El regreso de Heráclito no contento con su gestión tertuliana, logró direccionar y motivar la publicación colectiva de un libro, Papeles y Razones, cuentos de Carlos Alberto Castrillón, Luis Eduardo Isaza, Gustavo Antonio Rubio, en ediciones no mayores de cien ejemplares, agotadas en menos tiempo que su diagramación.

Los poetas son poetas no santos, así como sabemos que hasta en el Olimpo de Zeus hubo desavenencias, y que aunque el “Olimpo de Heráclito” no sería excepción, ocurrió una anécdota excepcional con final sensacional:

Hubo un poeta (cuyo nombre recuerdan y se niegan a revelar sus contertulios de esa noche) que quizás alicorado, enguayabado o con penas de amor, y tal vez ánimo de rencilla que nadie supo si también dispuesto a dar y recibir trompadas, no dejaba leer al poeta invitado de turno, o en términos de jerga conocida y reconocida, “saboteaba” e impedía que declamara su poema. Varias veces el poeta disimuló su disgusto, e intentó reiniciar en vano su declamación, pero el saboteador ni siquiera escuchó las sugerencias en buenos términos de los escuchas. A tal punto llegó el importuno, que al decir del poeta informante de aquel “encontronazo”, el poeta no tuvo otro remedio que “sacudirlo… y lo cascó”. Tan sorprendido y asustado quedó el primero como arrepentido y conciliador el segundo, que antes de cerrar, calmados los ánimos y terminada al fin la lectura del poema, olvidaron el suceso, compartieron copas, confidencias e infidencias, se hicieron promesas de paz romana, y según fuente creíble, como amigos se leyeron entre sí textos definitivos y borradores. Concluye el poeta informante: “esa noche, y para celebrar la reconciliación, los presentes y quienes apenas llegaban e ignoraban los motivos de tan efusiva celebración, agotaron las existencias de los desolados estantes. Y no habiendo más que hacer a las tres de la mañana, incluidos los causantes del entuerto, juraron regresar al siguiente día. y salieron abrazados de El regreso de Heráclito.

Agotadas las cervezas para que aceitara y soltara la sin hueso, el “informante” se levantó de la mesa de tienda, y saliendo en sano juicio porque tal vez nadie se emborracha con tres cervezas, dijo:

“Al decir, y casi jurar, para el “populacho poético” de entonces, El regreso de Heráclito inició su viaje sin regreso en 1995, gracias a que, poco a poco, noche por noche, entre poemas, cantos, declamaciones, y sin peleas, Luis Eduardo y Gustavo, clausuraron El regreso de Heráclito”.

Para rematar la sentencia de sus dueños, se transcribe tal cual la frase lapidaria de aquel consuetudinario e irredento asistente, ahora convertido en informante, quien casi treinta años después, y dando pasos hacia la despedida de esta charla, todavía no perdona su cierre: “Decididos a borrar los rastros de aquella aventura literaria, se bebieron a grandes y pequeños sorbos las botellas de licor del negocio; barrieron los estantes, la vitrina, y así fue mi estimado amigo, como los verracos quebraron a Heráclito”.

Armenia, abril 15 de 2022.

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