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Colombia  |  26 junio de 2022  |  12:00 AM |  Escrito por: Administrador web

Las mujeres, las grandes ganadoras de la jornada electoral

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Por Maureén Maya

La noticia es mundial. Sacude o entusiasma, aterra o colma el corazón de esperanza, en muchos despierta la sensación de justicia histórica y en otros de apocalipsis, pero nadie ha quedado indiferente ante el acontecimiento político que significó la elección de Gustavo Petro como presidente de la república y de Francia Márquez como vicepresidenta. Es la primera vez en la historia de Colombia, que un candidato de izquierda gana las elecciones presidenciales, y es también la primera vez que una mujer negra, humilde, madre cabeza de hogar, víctima de la violencia y parte de la clase trabajadora (minera y empleada doméstica) es elegida vicepresidenta.

La BBC de Londres sintetizó este hecho como un triple hito en la historia política de Colombia, al afirmar que “su elección, además, supone un cambio en la manera de llegar al poder en un país que ha estado gobernado históricamente por hombres blancos de élite y urbanos. Por primera vez una mujer afro llegará a la casa presidencial. Márquez representa y encarna la lucha colectiva por la igualdad de género y étnica. Su vida misma es el reflejo de eso, de ahí que para conocer su historia sea clave detenerse en el lenguaje que ella misma usa”[1].

Es verdad. Su elección supone un desafío enorme pero a la vez una oportunidad histórica para impulsar un cambio estructural en los cimientos de la política y la cultura del país y en sus formas sociales, y es sobre todo una bocanada de aire fresco para los ignorados, los silenciados, los marginados, los sometidos y los humillados, incluyendo, por supuesto, a esas miles de mujeres que llegan a la vida con un sello de esclavitud en la piel, que maldicen su sexo, que viven confinadas de sueños y oportunidades, que crecen, maduran y agonizan esperando el momento de poder ser y de existir en un país marcado por la derrota humana, social y política que suponen la guerra, los genocidios, el racismo, la violencia endémica y la exclusión de las mayorías pauperizadas y olvidadas. Hoy la sola presencia de Francia inspira a millones de niñas que hasta hace poco carecían de esperanza de futuro, despierta el deseo de romper el cerco de la marginalidad en esa Colombia a la que le fue prohibido soñar durante años, y es también el grito de una promesa mil años aplazada: ¡si se puede!

Francia con su cabello ensortijado, sus vestidos coloridos, sus aretes dorados con el mapa de Colombia, su hablar pausado y su puño en alto, representa una larga y denodada lucha, que pese a abarcar la vida de varias generaciones de familias, de mujeres y organizaciones, nunca había logrado estremecer los cimientos del poder central ni desatar tantas expectativas, ni poner al feminismo en el centro de la agenda nacional.

Nunca antes una mujer hecha a pulso, oriunda de las montañas selváticas del Cauca, de Yolombo (dónde alguna vez nació una Marquesa para la literatura colombiana en la novela costumbrista del antioqueño Tomás Carrasquilla), una feminista, una defensora de los derechos humanos y del medio ambiente llega a la Casa de Nariño a ocupar una posición de mando, luego de protagonizar diferentes jornadas de protesta y movilización ciudadana, como aquella inolvidable de Mujeres Negras por el Cuidado de la Vida y los Territorios Ancestrales que en 2014 caminaron hasta Bogotá para demandar garantías a sus derechos como mujeres y como pueblos negros, logrando el reconocimiento de 27 Consejos Comunitarios del Norte del Cauca como sujetos de reparación colectiva en el marco del decreto ley 4635 de 2011. Si, Francia llegó al centro del poder de un país clasista y racista, y llegó no renegando de su historia ni como esclava domesticada; llegó reconociéndose como legitima hija de los pueblos étnicos ignorados, como abanderada de las causas de las mujeres y como parte de un proceso de resistencia heredado de sus ancestros traídos al continente en condición de esclavitud. “Soy parte de la lucha contra el racismo estructural, soy parte de los luchan por seguir pariendo la libertad y justicia. De quiénes conservan la esperanza por un mejor vivir, de aquellas mujeres que usan el amor maternal para cuidar su territorio como espacio de vida, de quién alzan la voz para parar la destrucción de los ríos, de los bosques, de los páramos”, escribió Francia Márquez, y hoy sus palabras han volado alto y lejos, y han estremecido tanto el corazón de las más férreas feministas del mundo, de reconocidas filosofas y académicas estadounidenses como el de millones mujeres sencillas que como ella gritan, luchan, aman y cuidan la vida desde sus territorios sitiados por el miedo y la violencia, la falta de garantías sociales y el machismo que anula libertades.

El programa que Petro y Márquez le presentaron al país parte de reconocer el papel de la mujer en la sociedad -papel no siempre valorado- y plantea su inclusión en condiciones de equidad y dignidad en todos los ámbitos de vida nacional como única alternativa para construir un país más justo, decente y humano: “Guardianas del agua y de la tierra fértil, defensoras del territorio y de la biósfera, cuidadoras y tejedoras de la vida y la paz, bastiones de la economía; las mujeres sostienen el mundo. Para que Colombia sea una Potencia Mundial de la Vida, el cambio será con las mujeres; junto a ellas emprenderemos las transformaciones para saldar la deuda en términos de representación política, igualdad y autonomía económica frente al hombre, el derecho a una vida libre de violencias, a decidir sobre sus cuerpos y a realizar un proyecto de vida próspero y autónomo: ¡el cambio es con las mujeres!”

Este programa, que contó con el respaldo mayoritario de la ciudadanía colombiana, además de proponer avances concretos para mejorar en las condiciones de vida de las mujeres, tanto en el mundo urbano como rural, plantea el deber de superar la existencia de un país clasista, racista, aporofóbico y violento, realizando caminos viables de humanidad y reconciliación, formas que nos permitan como nación, sanar las heridas de una larga historia de terror, vencer el ostracismo y traer el centro del debate y de las preocupaciones nacionales, los derechos de los marginales, de los nadies, de las mujeres, de las etnias minoritarias, de los invisibles. Un país donde la justicia social y económica no sea una quimera.

El reto no será sólo cumplir lo prometido ni desarrollar una agenda social, ambiental y feminista ambiciosa y profundamente amorosa, será también transformar las arraigadas concepciones patriarcales y clasistas que dieron forma a nuestra sociedad, determinando relaciones y posiciones; vencer los prejuicios enquistados en el alma social, aplacar los temores, y lograr que desde el anunciado nuevo Ministerio de la Igualdad se realicen las promesas de defender y garantizar los derechos de las mujeres y las minorías y promover políticas efectivas para la protección del medio ambiente, la vida y la pacificación en los territorios. “Vamos a crear el Ministerio de la Igualdad. Yo vengo de un pueblo y una región históricamente olvidada. Mi tarea es dar garantía de derechos a esos territorios excluidos y marginados, garantizar derechos a poblaciones afrodescendientes e indígenas”, anunció Márquez en su Twitter. La defensora de los derechos humanos y excandidata al Congreso por la lista del Nuevo Liberalismo, Yolanda Perea, ha dicho que “Francia es la voz de los sectores excluidos y marginados. Ella viene de esos sectores que, por mucho que hablemos, nunca nos escuchaban. Pero ya sentimos que tenemos una voz propia y la estaremos rodeando para que abra caminos en defensa de nuestros derechos. Ella ratifica que como mujeres negras, campesinas y víctimas del conflicto podemos salir adelante”[2].

Las mujeres colombianas, todas, hoy tienen la posibilidad de entender de modo más amplio y profundo lo que significa para las luchas feministas por las reivindicaciones de género y raza la llegada de Francia Márquez a la vicepresidencia de Colombia; no sólo porque es la primera vez que una mujer con estas características ocupará tan alta responsabilidad en el Estado, es sobre todo por lo que ella simboliza a través de su historia de vida, luchas y su condición social y política. Asumirlo, entenderlo y dimensionarlo tal vez tomé un tiempo para algunos sectores, pero será necesario desde ya, en especial desde la gran prensa, empezar a revisar nuestro lenguaje, la violencia naturalizada que ejercemos sobre los demás y las maneras limitadas con las que percibimos a quienes como Francia vienen a proponer nuevos paradigmas. “Personas de su etnia y de su origen”, enfatizan algunos periodistas con tono peyorativo en entrevistas que le hacen, evidenciando que sean conscientes de ello o no, representan ese racismo profundo y estructural, ese clasismo histórico que ha causado tanto dolor, y que hoy parece decir que es casi un despropósito que una mujer muy distinta a una blanquita educada en Cambridge o Harvard, llegue a la casa de Nariño, y no para servir cafés o trapear pisos, sino para ejercer poder, poder popular, y conducir el destino de la nación.

Gustavo Petro y Francia Márquez asumen como eje de su política de cambio el reconocimiento de la mujer y la dignificación de sus diferentes roles sociales. Es así como la labor que realizan las madres cabezas de hogar, contará con la asignación de medio salario mínimo mensual legal vigente, se fijará la paridad salarial entre hombres y mujeres, más educación, pensiones dignas, participación femenina en el centro de la política de la vida garantizando el derecho a ocupar el 50% de todos los cargos públicos en todos los niveles y las ramas del poder a fin de potenciar la toma de decisiones en favor del cambio real, y se impulsará la creación de una red de apoyo llamada Sistema Integral de Cuidado para que las mujeres cuidadoras, aquellas que cuidan a sus hijos, a sus padres, abuelas, abuelos o personas con diferentes discapacidades cuenten con garantías sociales y recursos para poder ejercer su loable tarea. Los aportes que las mujeres realizan a la sociedad serán reconocidos, remunerados y dignificados. Esa es en síntesis la apuesta por el cambio.

Diferentes organizaciones sociales y colectivos feministas se han pronunciado sobre lo que significa la llegada de Francia a la vicepresidencia de un país históricamente patriarcal, excluyente y conservador.

La Casa de la Mujer publicó un artículo el pasado 21 de junio, titulado “Petro, Francia y la esperanza”, escrito por Boaventura de Sousa Santos, en el que afirma: “Es la primera vez en el continente que una agenda feminista centrada en el cuidado tiene tanta prioridad. No se trata de un feminismo de clase media tan a menudo falsamente radical y políticamente equivocado (por ejemplo, en el caso del golpe de 2019 contra Evo Morales), sino de un feminismo negro consciente de la multiplicidad de opresiones (sexistas, racistas, clasistas) siguiendo a Angela Davis. También es la primera vez que la agenda ambiental asume tal prioridad en un programa de gobierno. En cualquiera de estos casos no se trata de improvisaciones de última hora, sino de políticas y convicciones construidas a lo largo de los años y probadas en la práctica de la actividad política anterior tanto de Petro como de Francia”[3].

Es la primera vez que una agenda feminista, de inclusión y reconocimiento de la mujer como sujeto político, social con voz, incidencia y poder de transformación llega a la Casa de Nariño. Y es la primera vez que podemos asumir como sociedad desde el centro del poder nacional el deber de transformar nuestras exigencias y reclamos en hechos cumplidos, en hacer realidad las promesas de cambio y en mantener viva la esperanza de un país que hoy por primera vez en más de doscientos años de vida republicana obtiene un triunfo popular. Al pueblo nunca le toca, fue la célebre novela del periodista y magistrado Álvaro Salom Becerra, publicada en 1979. Hoy al pueblo le toca, y le toca cambiar la historia.

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