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Cultura  |  29 agosto de 2022  |  12:02 AM |  Escrito por: Administrador web

La muchacha

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Por Julio César Londoño

 

Hace unos años, las familias de clase alta construían sus casas con una habitación de cuatro metros cuadrados, “el cuarto del servicio”. Era la habitación de la sirvienta o “muchacha del servicio”. Incluía un cubículo de baño de un metro cuadrado. La habitación no era un signo de hospitalidad: era la manera de garantizar que la muchacha estuviera disponible 18 horas diarias los siete días de la semana, con la excepción de un domingo cada 15 días, cuando ella tenía “permiso” de salir y podía regresar el lunes. Tempranito, claro.

El cubículo privado evitaba que la muchacha infectara los baños de la familia. El salario era la mitad de un salario mínimo porque se consideraba que la otra mitad correspondía a los gastos de manutención que demandaba la muchacha. “Es un salario integral”, me explicó uno de esos señores que no vacila cuando paga una cuenta de $1 millón en un restaurante, pero regatea un aguacate en la calle.

La muchacha podía ser juguete sexual de los jóvenes de la casa o del señor o de la señora. Si se perdía dinero o alguna joya, ella era la ladrona porque la familia estaba por encima de toda sospecha.

La muchacha comía lo mismo que todos pero en porciones más pequeñas, medidas por la señora de la casa, y nunca se sentaba en la mesa del comedor. Tampoco estaba invitada a la mesa de familias modestas.

Hoy, ellas siguen comiendo en la cocina. En Colombia todos son hidalgos, por eso gritan: ¡Viene la minga, auxilio!

Las cosas han mejorado un poco. La legislación laboral establece que las empleadas domésticas deben ganar por lo menos el mínimo, pero la jornada sigue siendo la máxima. Hasta donde aguante el cuero y más allá.

Ellas siguen siendo las primeras sospechosas en las pesquisas, el juguete sexual de la casa, la primera en levantarse y la última en irse a la cama, pero ahora pertenecen a la clase media, si nos atenemos a las escalas sociales del DANE. En realidad son esclavas de lunes a sábado y descansan el domingo… donde las espera en casa el trabajo atrasado de una semana, pero al menos saben que lavarán su propia ropa y plancharán las camisas de sus hijos y cocinarán para ellos y no comerán solas.

El cambio laboral más importante de los últimos años es la modalidad del trabajo por días, no por quincenas, hecho que mejoró un poco sus ingresos. Algunos empleadores, conscientes de que no pueden pagar un salario justo de tiempo completo, las contratan medio tiempo, pero los salarios siguen siendo miserables. El punto de referencia es el “mínimo”, suma que sube de manera estítica porque de pronto, dicen los criollos educados en Harvard, “la economía se recalienta”.

Yo pago tres centavos más que el avaro promedio, pero igual pertenezco a la abominable clase de los chupasangres de muchacha (¡que Dios no me perdone!). Embolato la conciencia dándoles buen trato y aliviando un poco su lista de quehaceres, y nunca olvido que si los alimentos saben a campo y a mar, si la casa ríe fragante y las ropas huelen a viento y a sol, es por vos. Gracias, muchacha.

P. S. 1. Págueles bien, todo lo que pueda y dos pesos más, respételas, considérelas, deles una mano en el trabajo y ellas dejarán, se lo aseguro, la deplorable costumbre de escupir la sopa.

P. S. 2. “Las muchachas del servicio corren hacia el domingo / Abandonan su traje de ceniza / y limpias y aromadas / buscan en la luz a su muchacho / Por fin el día es suyo / Un sol de verano / las quema en la hierba / Bailan en las casetas / pierden el paso / turbadas / y en la noche / en un cuarto barato / gimen ante revelación tan íntima / La madrugada del lunes se lleva sus alas”. (Día entero, Horacio Benavides)

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