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Cultura  |  20 octubre de 2022  |  12:27 AM |  Escrito por: Miguel Ángel Rojas Arias

Historia de la Guadua en el Quindío II

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Miguel Ángel Rojas Arias

 

La guadua fue la compañera fiel de los colonizadores del Quindío. Fue utilizada para la construcción de la primera vivienda, sirvió para elevar el lecho de descanso nocturno, para cercar un campamento, llevar el agua desde la quebrada hasta la casa, como tiesto de cocina y hasta de bacinilla.

En el proceso de Colonización del Quindío, en el siglo XIX, la guadua cumple un invaluable papel. Jaime Jaramillo Uribe sostiene: De las valiosas maderas de sus bosques —comino, cedro, laurel, guayacanes, nogales, robles— una fue decisiva para la colonización: la guadua. Ella facilitó la rápida formación de las aldeas y fue todo en la vida rural. La facilidad de cortarla, traspuntarla, pulirla y manejarla hizo más rápidas todas las operaciones de construcción. Con la guadua gruesa se hizo la estructura, con la guadua picada la esterilla para las paredes, de guadua se fabricaron los techos y el cielo raso, de guadua se hicieron las puertas, los camastros para dormir, los poyos para sentarse en los corredores. (Jaramillo, 2002)

Los usos, según el historiador, fueron múltiples, casi infinitos: La guadua sirvió para conducir el agua de las tomas a la cocina y los patios. De tarros de guadua se hicieron las vasijas para transportar miel y leche; para guardar la sal, el chocolate y los granos. Con la guadua se cercaron los potreros y las propiedades. De guadua fue la incipiente capilla, la casa cural y la casa urbana. (Jaramillo, 2002)

El texto que mejor expresa la Colonización del Quindío, sin duda, es la novela Hombres Trasplantados, escrita en 1939 por Jaime Buitrago. En ella hay cantidad de alusiones a la guadua, como uso común de los colonos que vinieron de Antioquia, Cauca, Tolima, Cundinamarca, Boyacá y otras regiones del país a poblar las montañas vírgenes del Quindío. Pasajes como el siguiente: Hermógenes los esperó inútilmente. Hasta llegó a creer que se habían fugado por llevarse el oro. Prendió después fuego y se puso a contemplar la llama. El humo ascendía turbio como la soledad en que se hallaba. Tomó el tarro fabricado de un trozo de bambú y bajó al chortalillo en busca de agua. Al levantarlo lleno del precioso líquido, el pie izquierdo se le hundió en un tronco podrido y sintió fuerte quemonazo cerca del tobillo. Reparó con cautela y vio que manaban gotas de sangre. Tal vez fue un puyazo con el gancho de una guadua, pensó. Y se despreocupó por momento”. (Buitrago, 1943, pag.32)

Más adelante, en la misma novela, el fundador de Armenia, Jesús María Ocampo Toro, apodado Tigrero, establece un diálogo con sus amigos: 

—Sepan todos ustedes que ya conseguí al abogao (sic…) para titular mis terrenos. Mañana mismo nos levantamos a afilar las herramientas.

—Primero debemos hacer las canoas de palma para traer el agua desde la toma, explicó Benjamín.

—No hay necesidad, intervino Gregorio. Yo tengo ya las guaduas cortadas para ese trabajo. (Buitrago, pág. 58)

Y más allá señala Buitrago en su libro: Desde su llegada al Quindío los colonos encontraron a porrillo la guadua, especie de bambú gigantesco. Y La utilizaron para hacer sus casas, sus camas, los instrumentos musicales, la baqueta, la tapia del fogón, el aparador, el tarro de sal, el cedazo, el parapeto para la piedra de moler, los burros típicos para el juego de los niños, la trampa para las perdices, el horcón del patio donde amarrar la vaca recién parida, las estacas y talanqueras del potrero, las canoas que conducen el agua limpia desde la acequia, el lavadero, la puerta de trancas, la troje, las jaulas, la cuna del recién nacido, la barbacoa o parihuela para el muerto, la cruz del cementerio campesino. En suma: la guadua fue y ha sido el soporte de aquella raza, el símbolo de la civilización en dichas tierras como la porcelana en Asia, la piedra en Europa, el hierro y el cemento en Estados Unidos. (Buitrago, pág. 69)

Y luego, conceptúa: El guadual es inconfundible entre las demás vegetaciones, aun visto de lejos. No es necesario oír el clamoreo de su follaje claro, ni ver la estilización de los seres que lo forman, para conocer su particular presencia. La guadua no es pesada como la palma, pero sí más flexible, más ondulosa, más esbelta, es decir más parecida a una hembra. A pesar de su elevación, aparenta humildad en la inclinación y embrujamiento en su copa. Las plantas rastreras rara vez crecen a su lado, pues sólo pueden convivir con ella todo este plénum de árboles corpulentos que, a manera de eunucos defienden la doncellez de las elegantes guaduas. (Buitrago, pág. 68)

Y sigue Buitrago narrando con la elegancia del novelista: Cuando un individuo penetra al guadual, siente un respeto que se parece al miedo. Reparando los sitios de arranque del primoroso vegetal, ve los retoños aherrojados en chuspas carmesíes, repletas de pelusillas pungentes. La penumbra invade por doquier y la tierra fresca y húmeda huele a sápidas manzanas y frutas venenosas. Un frotamiento de hojas resecas al paso de una animal que huye, o el canto monótono de la cocona o el diostedé, hacen más misterioso y lóbrego el recinto durante las horas caniculares. (Buitrago, pág. 69)

Y finaliza su descripción: Frente a aquellas féminas, pudorosamente desnudas, que usan ajorcas blancas a todo lo largo de sus piernas; que se ponen collares de plantas aéreas y aretes de cortapicos, el espíritu se siente prevenido, porque si es verdad que enamoran con sus rumores, también sangran al violado con tremendos puyazos. Cuando la tormenta ruge conduciendo sus escuadrones de nubes negras, hendidas por los fulminazos ígneos del rayo, del huracán infla y desgarra sus cabelleras que rezongan como fuelles. Y mientras los árboles colosales registran sus sonidos de bajos con sus traqueteos, la tubería del opulento guadual suena cual un órgano en una vieja capilla. (Buitrago, pág. 69)

Cuando repartieron los solares para la construcción del pueblo que llevaría por nombre Armenia, enseguida esto fue lo que pasó: “Apoyados en ésta y otras disposiciones, los colonos dieron principio a la acumulación de materiales para levantar sus casas. Por todas partes se oía el serrucho mordiendo la carne de las maderas; el hacha ensayando su canción de golpear la euritmia de las elegantes guaduas, el martillo hundiendo entre briznas de luces los rebeldes puntillones... (Buitrago, pág.80)

Todos los puentes provisionales en el proceso de Colonización se elevaron de guadua. Muchos de ellos no eran más que dos varillones: Tigrero iba pensando en este suceso y al llegar al río quitose el sombrero en memoria del amigo muerto y cuidadosamente pasó el puentecillo formado por dos guaduas que se mecían sobre el abismo. Minutos después, en lugar de seguir el camino, se internó en el bosque buscando alguna prenda de cacería. (Buitirago, pág. 101)

En el Quindío los guaduales se hacen mucho más evidentes, hoy, en las riveras del río Quindío, desde Salento, en su paso por Calarcá, Armenia y La Tebaida. Otro novelista, Benjamín Baena Hoyos, escribió la novela El río corre hacia atrás, en cuyos pasajes retrata esta vertiente en los años de La Colonización, y, por supuesto, mira con especial pincel los guaduales que lo rodean. 

Apartes de la novela mencionan esta gramínea gigante: Los ríos, por esta época del año, eran insurgentes. El Quindío un discurrir voluntarioso. Era un río rebelde, (…) en las vegas se desahogaba botándose sobre los maruchales (guaduales) de la orilla y pavonando de cieno el tallo de los arbustos. (…) Sobre los lomos desesperantes pasaban, corriendo y tropezando contra los peñales, las palizadas de guadua, los troncos baldados, los raigones, los bejucos, las hojas hacinadas y muertas. Parecía como si el río estuviera arrastrando el cadáver de un bosque. (Baena, 1980, págs. 10 y 11)

Baena también narra la gesta colonizadora: En la tarde la calle se vaciaba de ruidos, se percibían apenas las risas de los niños, la voz de los pájaros y el afán humilde de las mujeres. Ya de noche, entre las primeras horas, se hacinaban junto a la candela de los fogones donde se cocía la merienda, mientras las luces huían entre las rendijas de los esterillados en rebanadas violentas. (Baena, pág. 20)

En narrador cuenta los días difíciles: Los primeros días fueron premiosos. (…) Las manos en el azadón, el azadón contra la tierra, y la tierra, fibrosa de raíces, casi pugnaz (…)Tronzar incesante sobre el fornido cañón de los árboles, sobre la guadua fungosa, sobre los traveseros de las cercas. (Baena, pág. 76)

Todos trabajaban, y siempre ahí estaba la guadua. Con el lápiz de carpintero enredado en el pelo, sobre la oreja, medía el sitio de la solera, la luz de la viga, el plomo de la columna. Nicanor y Severiano, altos en el entramado, labraban a filo de azuela, de formón, de serrucho, las cajas de los empates, el sesgo de los diagonales, la cabeza cuadrada de los encanados. (…) Otros más, destaponaban la guadua, enrejaban las sobrebasas y molían tierra con los pies para embutir los bahareques. (Baena, pág. 77)

Era un medio donde casi todo estaba tocado por la guadua. Una tarde, ya entrada la oración, regresó Severiano del trabajo hormigueante de cadillos y con un olor fresco de monte entre las ropas. Recostó el hacha contra el bahareque del corredor y se desató el pañuelo saraviado del cuello. Al sentarse en la tarima de guaduas descargó su cansancio. Rosana regó sobre él una mirada comprensiva y se alegró de su llegada. (Baena, pág. 82)

Más adelante sostiene el protagonista de la novela histórica: Esta tierra era en 1850 una selva marañosa (…) Aquí no se veía sino una cerrazón de bejuqueras, guaduales y árboles de gran abarcadura. ¿Alimañas? Todas las que usted quiera. (Pág. 113).  Recuerdo muy bien -continuó Venancio- que la primera reunión para nombrar junta pobladora la hicimos en una ramada de guadua, de vara en tierra y techada con hojas de platanillo que tenía Ignacio Martínez, uno que llamaban el ‘godo’. (Baena, Pág. 124).

En esa época de la fundación de Armenia se construían en el Quindío galleras en todas partes. Aquí, la descripción de una de ellas en Armenia: En verdad era como cualquier gallera de pueblo: cepas de arenillo en las bases; guaduas redondas y cogollos de iraca en la cumbrera; esterilla ripiada en el exterior; y tablones de diomato en las graderías. (Baena, Pág. 181).

En las fiestas patronales, también asomaba la guadua: En algunas casas había guirnaldas en profusión atadas a los canes de los aleros, que asomaban desnudos debajo de los cielos de esterilla ripiada. Desde Corocito hasta la plaza se levantaban arcos de guadua cubiertos de hojas de col silvestre y flores de acónito de brillo frío y azulino. (Baena, Pág. 212).

 

 

BIBLIOGRAFIA

BAENA, Hoyos, Benjamín. El río corre hacia atrás. Carlos Valencia Editores. Bogotá, 1980.

BUITRAGO, Jaime. Hombres trasplantados. Imprenta Departamental de Caldas. Manizales, 1943.

JARAMILLO, Jaime. Obras completas. Universidad de los Andes, ediciones Uniandes, Ceso, Instituto Colombiano de Antropología, Banco de la República. Bogotá, 2002.

FOTOS: César Duque

(EL QUINDIANO publicará mañana La historia de la guadua en el Quindío III)

 

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