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Cultura  |  07 noviembre de 2022  |  01:15 AM |  Escrito por: Administrador web

Confesión de octubre

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Un texto de Jason David Grajales Suárez.

¡Tenía que matarla!, es algo que nunca había hecho, pero, cada vez que asomaba su rostro me congelaba con esa mirada, esa mirada que petrificaba el cuerpo, no la puedía sacar de mi mente, recuerdo la primera vez que la vi, simplemente se paseaba una y otra vez como llamando mi atención, era como recordándome su existencia, su presencia en mi vida y en mi entorno, la maldita podía sentir el miedo que causaba en mí, lo notaba por el rostro desahuciado y la mirada temblorosa que no pude evitar, es una maldita y la maldigo porque ella me empujó a hacerlo, yo nunca quise hacerle daño, ahora no puedo hacer nada.

Ese día me levanté de la cama y cuando me dirigía al baño, con el borde inferior del marco que sostiene la puerta de mi habitación, un golpe en el dedo meñique estremeció todo mi ser, con un ausente grito abandoné la determinación con la que me dirigía al baño y empecé a saltar por todo el lugar, y con respiración acelerada sin intuir el mal presagio de lo que acontecería más tarde.

Después de permanecer un tiempo recostado en la cama nuevamente, recuperando el aliento que escapó tras el mal paso mañanero, recordatorio que debo usar las chanclas cuando me levanto, el pobre meñique queda con un incesante palpitar acompañado del calor intenso y el incómodo dolor que hará cambiar mi forma de caminar, agregando un saltico para disminuir la desgracia.

No esperaba verla allí, en el momento menos pensado, dejé la puerta del baño abierta y ella pasaba como si no le importara mi presencia, se sentía dueña y señora de mi hogar, y yo no podía tener tranquilidad ni siquiera haciendo mis necesidades, me sentí vulnerado y poco a poco fui perdiendo la calma, el pensamiento que debía matarla pasaba por mí cabeza, en ese momento no era yo, debo confesar que algo se apoderó de mis sentidos y mi razón.

Lentamente agaché mi cabeza para hacerle pensar que la estaba ignorando, muy seguramente se confió de este ademan, y cuando menos lo esperaba me lancé sobre su ser, bastó un solo pisotón para matarla, ¡maldita cucaracha!

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