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Cultura  |  28 diciembre de 2022  |  12:01 AM |  Escrito por: Administrador web

El gato del mudo, capítulo tres

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Este es un cuento del poeta y escritor colombiano Gustavo Rubio, que murió en el año 2020. La historia se escribió en 1984.

(Presiento que mi Julio Iglesias ha ido de ronda por los techos de sus vecinos y la hora que es… No puedo separarme del lado de Jacinto en ésta que es su última noche, todo el que llega lanza hacia mí su venia por ser su hermano; es difícil olvidar a Jacinto: los juegos en el vientre de madre, las tundas que decidimos darle a la noche cuando ésta nacía en la tarde, pues la detestábamos hasta los diez años, que yo recuerde, que las sombras, fuesen del color que fuesen.

Los primeros juguetes que compramos para burlarnos del tedio de las noches, aquellos juegos de cartas aprendidos en la escuela y que él siempre con trampas, lastimosamente, trataba de ganarme. Muy tramposo era; tan tramposo que cuando perdió su primer año dijo a papá y mamá que la culpa de todo la tenía el profesor porque había equivocado los nombres, según eso él ganaba el año, yo lo perdía, no contento fue con papá y mamá a la escuela, reclamó al profesor por su error, papá y mamá le hicieron caso y le ofrecieron dinero al profesor, éste, muy poco prudente, aceptó el error y la pela me la dieron fue a mí. Por eso lo recuerdo ahora que yace en ese feo ataúd y no cejaré de llorar.

Lo que si no le perdono es haberle pegado a Julio mi gato negro, el que canta e imita a Julio Iglesias, pegarle porque se le comió un pedazo de queso… pobre Julio, esa vez fue y se escondió en el laberinto número cinco de nuestro padre y cuando se vio perdido cantó: no vengo ni voy, me da lo mismo quedarme o seguir, a las doce de la noche en punto.

Esa noche estuve a punto de perder la razón porque sin mi gato no puedo vivir. Que haría yo sin tener a Julio para quitarle sus pantaloncitos de pana marca gringa, su camisa nylon marca francesa, su sombrero y saquito del tío Sam, sus calzoncillos de amarrar en los tobillos. Después bañarlo con el jabón de las reinas, perfumarlo con el desodorante de última moda.

Qué haría yo sin un gato como Julio. Por eso me disgustó aún más cuando ese rifle de balines acertó en un ojo de Julio. Tuerto y manando sangre fue hasta mi aposento el animalito, cantando, quién lo creyera, tropecé con la misma piedra si no estoy mal, tanto que tuve que indicarle que no era una piedra con la que había tropezado sino que su ojo colgaba de la pupila y entonces el gato me insinúo que le siguiera para señalarme quién era, cuando voy tras él siento un balinazo que roza una de mis orejas, miro al frente y veo que es Jacinto ensayando sobre blancos móviles de carne y hueso, no más que verlo me le tiro encima antes de que pudiera lanzar otro balín, me pidió perdón y a mi gato por el ojo que le ha sacado.

Esa noche no sé cómo fui al laberinto número cinco y comencé a buscar a Julio por el lejano sonido de su voz; una voz perdida y enamorada a la vez. Busqué desesperadamente por el laberinto desde las diez de la noche, busqué, guiándome por el reflejo del laberinto y sólo hallé el reflejo del laberinto que únicamente padre conocía, me introduje por el anverso del simulacro ese; hallando no sin sobresalto el anverso del simulacro más no la entrada misma del laberinto, fui, di la vuelta, rasgué una cara del simulacro y tuve ante mis ojos el reverso de una nota que decía: si usted es idiota no lo lea, una vez leído continué la búsqueda por el anverso, pero el anverso solo existía en la imaginación de padre y me tocó imaginar lo que imaginó padre para construir semejante monstruosidad; al final de mi construcción imaginé el anverso sin reflejo y también el reflejo del reverso para no perderme cuando saliera a la luz de la luna, imaginé como padre imaginó, encontrando una nota más de mi gato: amo que no habla estoy en el reverso haciendo la visita a mi novia la gatita que se llama Ximena, rechacé el reverso buscándolo con ahínco y entonces mis oídos y mis ojos supieron del amor del laberinto sin estrategias, un gato negro y una gata blanca haciéndose el amor, el uno sobre la otra y la otra sobre el uno, cantando ambos: Te vas porque yo quiero que te vayas, despidiéndose en el acto ambos animales, el gato negro me siguió y salimos cruzando en forma diversa el anverso y anversamente el reverso de aquel triste laberinto, le pregunté ¿Quién escribió las notas? -La gata sabe escribir-, dijo.

Pobre Jacinto… muerto y abaleado por el ejército según los rumores de la prensa y la radio… todo por ser guerrillero… entre otras cosas, la vez que dijo: quiero ser guerrillero, papá y mamá me enseñaron los trucos de la brujería con el fin de hacer cantar al gato de modo que causaría pánico a Jacinto.

Teníamos quince años. Desde entonces al menos cuatro años he sido su guardián… pobre Jacinto, de todas maneras, si no lo matan ellos, lo mato yo. Dejó ciego a mi gato. Cinco años hace que mi gato no ve por culpa de otro balinazo que Jacinto le disparó. Maldito bastardo. Porque si yo soy bastardo, también lo es él.

Ha sido grave la ceguera de mi gato: ahora cuando canta ya no imita a Julio Iglesias sino a ese ciego del Feliciano, yo estoy seguro que Julio tiene más plata que Feliciano. El gato canta lejos de mis oídos porque sabe que si lo oigo cantando esas tonterías, lo mato. A pesar de su edad (diez años), sigue tras las gatas; cuando le llamo por su nombre primíparo voltea a verme y canta entonces una canción de mi ídolo, Julio Iglesias.

Sí, Jacinto, nuestra madre va a quedarse con tu dinero, con el mío también… pero yo no soy pendejo: esconderé mi dinero en los bolsillos. Y se hace la tonta, recibe a todo el mundo con lágrimas, es un mar de llanto, ahí está mirándome para que la imite, es una farsante, lo sé, lo sé, quiere también mi dinero, qué harpía y cruel es ella. Apostaría mi vida entera a que no llora, a que no es capaz de llorar).

Capitulo cuatro: La vecina

¿Mataron al hijo de doña Aurora? No me lo preguntes, Mauro. Es algo de lo que no quiero hablar; ese día llegaron los soldados, dijeron entre sus vulgares dialectos, digno vocabulario de los militares, -enciérrense en sus casas-. No había modo de mirar por las ventanas. Claro que yo no hago mucho caso y miré mal que bien por aquel roto que ves en la persiana; no te enojes Mauro.

Ya hallaré el modo de conseguir otra. Ese día no pude salir al mercado, ni papas ni carne ni leche ni verduras ni el saludo de doña Aurora ni la manifestación de solidaridad; el hijo de ella, el mudo, apareció en la tarde vestido de negro impecable con el gato negro que canta, que todas las noches no deja respirar una sola gata de los alrededores, tanto que ya me contó doña Felipita que lo vio anteanoche con un gato blanco y que era el signo de pederastia gatuna ya que su psicólogo algo semejante de su marido le había informado la última vez que fue a visitarlo; pero yo no soy chismosa, Mauro, que quede claro.

Esa tarde el mudo hizo cantar al gato esa canción que dice o habla de fascismo, en un letrero de anunció: en honor de los visitantes. (Entre otras cosas, Mauro, dicen que ese gato es hijo de la magia negra porque está vestido con las ropas del tío Sam, tú sabes quién es por haberlas usado durante la recepción que tú y el senador aquel ofrecieron al embajador de ese país dos años, tres meses, cinco días, ocho horas, tres minutos, diez segundos, exactamente… Yo, no la olvido. La señora Elizabeth me besó en la mejilla izquierda para darme a entender que a quien besaba la consideraba más de izquierda que de derecha cuando la verdad sea dicha, yo no entiendo sino que tú eres senador de la república y yo tu excelentísima esposa, avemaría que está en los cielos).

El mudo ese trajo más tarde algunos músicos que interpretaron el Tedeum, La ruana y la canción de Gardel Adiós muchachos, el gato haciendo de tenor destemplaba la melodía pues cada vez que la canción elevaba su ritmo, se le iba el gallo y toda la concurrencia rompía a reír de forma estúpida, sin inmutarse lo mínimo de que estaban en presencia de la muerte y como si ésta no los afectara nada; después los soldados rodearon dos manzanas, ésta y aquella, aquella y la otra… despierta Mauro, yo no cuento muy bien las cosas que pasan, pero… por favor, Mauro, que todavía no te he contado lo más interesante: cuando la novia del guerrillero arribó a la puerta de la casa, con un ramo de flores azules y blancas, rogó que se le permitiera ingresar para darle un beso a su amado sacrificado en combate al sur del país, según contó la señora del embajador norteamericano, la misma que me besó en la mejilla subversiva -por favor Mauro, despierta… pero no la dejaron entrar.

Me escuchas, Mauro, un pelotón de soldados la rodeó, ella no se movía, ahí estuvo hasta que el féretro fue desplazado al coche funerario… -Quiero besarle, quiero besarlo- decía, los soldados la encerraron con sus cuerpos apuntando con sus rifles y el mudo apareció súbdito con una olla que empujó hundiéndola en la cabeza de la muchacha que cayó seminconsciente.

La prensa entrevistó a la muchacha, ella habló de las flores y del amor, de la política y de la muerte… Nos conocimos un día azul, en un carro azul, él con camisa azul, pantalón ídem, una tristeza del mismo color en el corazón, Mauro, ¡Mauro! Te has dormido… mañana te contaré el resto-.

...Continuará.

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