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Cultura  |  08 enero de 2023  |  12:00 AM |  Escrito por: Administrador web

La Camarada María Libertad

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[Fotografía de César Ramírez Cuartas]

Cuarta y última parte

Por Libaniel Marulanda

A su regreso a Colombia, estuvo en Medellín durante dos años; trabajó en la Librería Paulina, hasta que su alma de golondrina gardeliana la hizo volar hasta la vereda Cabildo del municipio de Miranda Cauca, en donde decidió vivir con la comunidad indígena de Los Guambianos, al tiempo que realizaba un trabajo de Antropología. Allí quedó en embarazo y quiso que su cuarta hija naciera y se criara en ese ambiente cultural. Sin embargo una anciana abuela de la tribu le advirtió el peligro de un parto en un clima tan frío, donde solo sobreviven los niños nativos. Entonces llegó hasta Tumaco, se hizo amiga de la presidente de la Cruz Roja, de quien recibió la solidaridad necesaria. Allí nació María Victoria Ospina Acosta, a quien registró en Armenia. Al crecer, la niña quiso estudiar para ser docente y tiempo después logró culminar una carrera tecnológica como auxiliar en Pedagogía.

[Fotografía de Geraldine Baena]

La quinta y última de sus hijas nació el 26 de septiembre de 1979 en Santa Fe de Antioquia.  Recibió el nombre de María del Mar Ospina Acosta. Alejada como sus hermanas de los peligros y amarguras que entrañan las  luchas políticas, abrazó las letras. Se graduó en la Universidad del Quindío como Licenciada en Literatura y Español y ha ejercido la docencia en reconocidos colegios de Armenia. Es magíster de la Universidad Tecnológica de Pereira. Ha publicado dos libros de poesía y escribe ahora una novela. Aunque asegura que todas sus hijas han sido verdaderas guerreras en el batallar por una vida, cuando se refiere a su última hija la poeta, le otorga un grado más de valor y capacidad para luchar contra las adversidades de la pobreza, y  cuenta cómo se desplazaba en bicicleta desde la Universidad del Quindío hasta el más lejano barrio del sur de Armenia.

[Fotografía de César Ramírez Cuartas]

A estas alturas de la historia del singular personaje es inevitable inquirir sobre ese apellido, de Ospina, que gravita sobre su nombre. La camarada María, entonces, extrae de su abultado anecdotario el capítulo inherente a su matrimonio, igual que su vida, otro suceso de novela: aquel veintidós de mayo de 1963. Estaba en su casa de Armenia, tras abandonar la Universidad Nacional, decidida a realizar un paréntesis en su rol existencia de golondrina rebelde. Sostuvo una discusión con su madre adoptiva que derivó en el propósito de salir por la ciudad en busca de trabajo. “Vuelvo a esta casa con trabajo o casada” –sentenció-. Y en efecto, frente al imponente colegio de los Hermanos Maristas, se vio frente a un aviso que ofrecía trabajo para una secretaria. En aquella época, escribir a máquina era el pasabordo para ser oficinista y ella, como mecanógrafa, no tardó diez minutos en ser contratada.

[Fotografía de Geraldine Baena]

El  propietario de aquella compra de café, don Jesús María Ospina Vallejo, era un salamineño que tenía los apellidos justos de próspero comerciante y un exceso de  años encima de los requeridos para que, semanas después, convirtiera a la camarada en su esposa. Por eso, cuando ella exhibió la partida de matrimonio a su padre adoptivo, don Alfredo Acosta Pérez, resultó inevitable la admonición paterna: “¡Te casaste con un anciano”! Y en efecto, un año más tarde nuestra golondrina, sin consentimiento,  alzó el vuelo de un nido donde no hubo hijos, esta vez seducida por la ansiedad militante de trabajar por la revolución en Argentina y aupada por la guitarrista bonaerense María Mercedes Villalba, quien  trabajaba con ella en el grupo de teatro La pájara pinta y falcada  de la universidad del Quindío. Argentina vivía las tensiones políticas derivadas de la proscripción del peronismo y el  posible retorno de Perón.

[Fotografía de Juan Felipe León]

Este siete de diciembre me vestí de valor para ponerle el necesario punto final a estas líneas. Tenía un vacío en esta historia que pude llenar cuando la ubiqué: Su extinto esposo con nobleza extrema le dio el apellido a las  cinco hijas de la camarada. Y como lo expresé al principio, contactar a la camarada María no entraña dificultad, a menos que –cosas de la cotidianidad quindiana- uno la necesite con urgencia. Han transcurrido tantos días entre el inicio de esta crónica y el día de hoy que, incluso, Colombia despertó de la pesadilla uribista. Pienso, entonces, que su presencia  tiene una poética dosis de maravilla macondiana y que, de ñapa, ha sido un don para la supervivencia que le ha  concedido alguna de sus hadas madrinas celestiales a esta revolucionaria marxista pero católica que hoy recibió otro diploma en Derechos Humanos de la Universidad von Humboldt de Armenia.

 

Calarcá, enero 8 de 2023

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