• MIÉRCOLES,  08 MAYO DE 2024

Cultura  |  12 febrero de 2023  |  12:00 AM |  Escrito por: Administrador web

La compañía

0 Comentarios

Imagen noticia

Un cuento de Enrique Álvaro González, integrante del taller de escritura Café y Letras Renata Quindío.

Hace muchísimo tiempo la raza humana era una parte informe del caos que precedió al supremo Big Bang, pero al llegar el sublime momento de la creación, una carne mortal, una mente racional y un espíritu inmortal, se unieron para conformar al primer hombre.

Este, recibió un mundo y quiso ser su rey, ignorando que primero debía merecerlo, pero aun así, superó poco a poco y con sufrimiento, las etapas de un proceso que inició como un ser inocente. Día a día conoció su entorno, adecuó el cuerpo al mismo tiempo que abría su mente, pero desafortunadamente olvidó el espíritu.

Tuvo yerros y aprendió de ellos, afrontó encrucijadas, resolvió inconvenientes mientras aprendía a regir un mundo que además de ser disputado, le resultó incomprensible, porque Iniciar el camino en su estado de inocencia fue como hacerlo indefenso. Así son muchas las posibilidades de fracasar.

¿Cómo encontrar el primer valor para superar el yerro? ¿Cómo evitar el temblor ante el puñal de la emboscada? ¿Cómo resolver los inconvenientes sin conocer la justicia? Y para resumir, ¿cómo regir sin saberlo?

Debía ser un guerrero dispuesto a batirse con quien intentara despojarlo, aun a costa de su vida; un viento para refrescar el estío de su pueblo; una voz que lo animara en los momentos más solitarios; un consejo oportuno y útil para siempre; un reproche justo cuando la impertinencia lo exigiera; una señal en el camino; la más generosa mano; el más desinteresado abrazo; la sonrisa más sincera. Es decir, debió ser jefe, líder, guía.

Y mientras los hombres aprendían a descubrir las gestiones que debería cumplir un buen rey, la raza humana se fundió en el barro primigenio con tanta libertad y sinsentido, que los primeros hombres lucharon, unos por hambre y otros por el poder.

Con el tiempo, el ser humano, cumpliendo ahora el destino fijado el día de su creación, abrió su mente. Comprendió muchas cosas, aprendió el valor del error y encontró el propio. Combatió el frío y domó el estío, resolvió cada vez mejor sus dificultades y rigió… ¿Mal?... ¿Bien?... Solo rigió

Durante su aprendizaje, le puso nombre a todas las cosas, a los animales, a las plantas y a sus semejantes. Aprendió a luchar y a sentir, y cuando aprendió el cariño, lo primero que hizo, fue ponerle nombre a quienes lo acompañaban.

Siguió el aprendizaje, intentó conocerse a sí mismo y le dio tal valor a sus sentimientos, que llegó a diferenciar esos que vienen por naturaleza desde el nacimiento, de aquellos otros que nos trae la vida.

Al conocer estos últimos y sentir que a veces son sublimes y a veces son terribles, comprendió que su vida rodeada de tantos igual a él, necesitaba algo especial.

Era la compañía de otras personas de su clan, que tan poco importaban en la batalla, pero que eran las que parían a los guerreros niños y caminaban diferente a ellos. Eran ellas las que lo llevaban con su juego a un mundo de sensaciones tan agradables, que al terminar, las cosas parecían confundirse en un sentimiento profundo y placentero.

Comprendió que una de ellas, entonces, debería ser solamente suya.

Entonces la escogió, la amó, y la llamó mujer. Mi mujer.

PUBLICIDAD

Comenta esta noticia

©2024 elquindiano.com todos los derechos reservados
Diseño y Desarrollo: logo Rhiss.net